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—Buenas noches, Hipo –susurró Elsa, mientras cubría su cuerpo con una frazada–

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—Buenas noches, Hipo –susurró Elsa, mientras cubría su cuerpo con una frazada–. Que duermas bien —le revolvió el cabello de forma monótona, y anunció con sus movimientos ya salir de ahí. Pero Hipo se le adelantó.

—No tengo sueño –dijo, escuchó que ella bufó exasperada–. ¿Podrías leerme un cuento? ¿O cantarme una canción? —la rubia se percató que usaba su voz de niño, así que dedujo que trataba con el niño más pequeño de los tres que había escuchado antes hablar.

—No tienes cuentos cortos, y canciones de cuna no me sé —se excusó, intentando escapar de aquella situación.

—¿Podrías cantarme la canción del mar de memorias?

Elsa no contestó.

No, no podría compartirle una canción así de hermosa a alguien que no lo valía, a alguien que estuvo a nada de matar a la persona que probablemente le trató mejor que nadie, sentimentalmente. Arrugó la nariz, en un gesto molesto, y con su cabeza, negó varias veces.

Caminó a la salida, no sin antes decirle: —Nos vemos mañana —apagó la luz.

Después de cruzar el umbral de la puerta, las lágrimas no tardaron mucho en salir.

Se encerró en su habitación, deshizo su cama y se acostó en ella.

Donde el viento del norte se encuentra con el mar.

Hay un río lleno de memoria.

Duerme, mi amor, sano y salvo.

Porque en este río todo se encuentra.

En sus aguas, profundas y verdaderas.

Miente las respuestas y un camino para ti.

Te sumerges profundamente en su sonido.

Pero no demasiado lejos, o te ahogarás.

Sí, ella cantará a quienes escuchen.

Y en su canción, toda la magia fluye.

¿Pero puedes desafiar lo que más temes?

¿Puedes enfrentar lo que el río sabe?

Donde el viento del norte se encuentra con el mar.

Hay una madre llena de memoria.

Ven, mi amor, con destino a casa.

Cuando todo está perdido, entonces todo se encuentra.

Y se permitió llorar desconsoladamente. No esperaba menos después de cantar la canción de cuna de su madre. Se cubría con sus manos el rostro, pues sabía que la estaban observando. Que él la estaba observando.

No. Que mire tu sufrimiento. Él es el culpable, quieras o no creerlo. Le cantaba una vocecilla en su cabeza.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora