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—Son muchas cosas, ¿no cree? —preguntó el cajero que atendía a la rubia

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—Son muchas cosas, ¿no cree? —preguntó el cajero que atendía a la rubia.

—Tengo una familia muy grande —contestó Elsa entre risas, nerviosa. Dedicándose a ver los productos que eligió abordar a la banda negra.

—Ya veo —dijo el joven, tecleando los códigos de barra para aumentar el precio a pagar.

Las bolsas se aglomeraban al final de la caja, haciéndola pensar cómo iba a hacerle cuando tuviera que caminar a la mansión sin tener que darle la dirección exacta al taxi.

Sería un total desastre.

—¿Quiere redondear sus centavos? —preguntó el empleado, sonriéndole algo... ¿Coqueto? No lograba descifrarlo.

—Eh, sí, por favor —la rubia desviaba la mirada, no quería conectar con más empleados.

Lo que menos quería era llamar la atención. Pero ahí estaba, siendo la única rubia de piel pálida entre castaños y pelirrojos.

Bueno, al menos se compró dos remedios para eso.

Dirigió su vista al reloj colgado de la pared, 7:28 pm. Ya era tarde. Muy tarde, no podía imaginarse lo furioso que Hipo podría estar. Debía estar con él para antes de la cena. Se lo había prometido.

—No eres de por aquí, ¿verdad? —una vez más, el muchacho le habló.

—Sí, de hecho —contestó aparentando no importarle.

—Te me haces conocida, de algún lado —en cuanto escuchó eso, el labio empezó a temblarle.

Mierda, finge demencia.

—No lo creo, es la primera vez que te veo –y le entregó el dinero–. Quédate con el cambio —tomó el ticket de compra.

Puso con rapidez todas las bolsas en el carro de compras y salió de ahí sin mirar atrás. No quería parecer como si estuviera huyendo, pero tampoco quería alargar la visita.

Buscó entre los taxistas cuál era la mejor opción. Y optó por subir al de un hombre mayor, que tenía pinta de ser amable y no depravado.

—Buenas tardes jovencita, ¿requiere de mi servicio? —preguntó él cuando la vio acercarse.

—Sí, por favor. Mi auto se descompuso y tenía que comprar urgentemente. Ahora no sé qué voy a hacer con tantas bolsas —esto de mentir estaba tomándoselo muy en serio.

De eso dependía su vida y la del castaño.

—No se preocupe, muchacha. Yo le ayudo —abrió desde el lado del piloto la cajuela jalando de una palanca.

—Muchas gracias —movió el carrito hasta allá y juntos colocaron el mandado en el coche.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora