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—Muy bien

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—Muy bien... –la rubia ató las cintas detrás de su cintura–. Hoy voy a dominar el arte de... Hacer lasagna —también se amarró el cabello en una cebolla apretada.

Abrió el libro de recetas que se encontró en la biblioteca, lo recargó en la pared para apreciarlo mejor y leyó con cuidado.

—A ver... "Precalentar el horno a 200ºC" –giró la perilla de la estufa, abrió la puerta de ésta y con un encendedor logró prenderlo–. Mhm, ¿qué más? –se acercó al recetario–. "Colocar el aceite en un sartén grande y freír la cebolla junto con el ajo. Ya que estén fritos agregar la carne molida y esperar a que comience a soltar su jugo". No se ve complicado —picó rápidamente la verdura en cuadros pequeños junto con el ajo. Ya terminado, los echó al sartén con cuidado. No quería quemarse.

En lo que tardaba, fue al refrigerador y sacó la charola de carne. Con el cuchillo lo dividió en cuatro partes y esperó al momento adecuado, cuando el aroma que desprendiera la cebolla le abriera el apetito.

El olor llegó a las fosas nasales del cobrizo, que se encontraba leyendo. Era diferente y a la vez tan familiar. Esa sensación lo obligó a levantarse del suelo y bajar a la primera planta.

—"Sazonar la carne con el laurel, el orégano, la sal y la pimienta", eso es fácil —todos los condimentos los echó al fuego.

Hipo se sentó en el comedor, y silenciosamente miraba a la rubia cocinar. Se veía muy concentrada, no quería interrumpirla en su experimento culinario.

—"Agregar el jamón serrano y dejar que los sabores se mezclen con la carne. Cubrir el sartén para mejor cocción", ¿jamón serrano? –se rascó el mentón, confundida–. Ehh, usaré el normal —tomó un plato pequeño y lo vertió ahí.

Hiccup no podía dejar de observar a la muchacha, le era imposible despegar la mirada.

Los mechones que le caían a los costados de su cabeza, la pequeña nariz que portaba, las diminutas pecas que pintaban su pálida piel, sus labios con un tono carmín y la pequeña figura que tenía le provocaban cosquilleo en el estómago, cuando ella le mencionaba o cepillaba el cabello, se veía en la necesidad de bajar la vista porque no podía mantenerla.

A veces la esquivaba por las mañanas, esos raros encuentros entre los dos en sus sueños lo incomodaban a tal grado que de sólo recordarlo, se ponía rojo de la vergüenza.

¿Qué clase de contacto era ese?

Inclusive no lograba diferenciar si era un sueño o la realidad, le aterraba que sucediera eso, su cuerpo experimentaba cosas que lo confundían y no sabía cómo controlarlas, menos cómo ocultarlas.

—No sabía que estabas aquí —dijo Elsa, apoyando las manos en sus caderas.

Esto sacó al castaño de sus pensamientos.

—A-apenas llegué —mintió.

—Okay, ¿quieres ayudarme con la lasagna? —le preguntó, tomando una cuchara de madera.

—Ah... Yo... No creo que sea buena idea.

—¿Seguro? —Elsa alzó la ceja, curiosa.

El muchacho asintió suavemente.

—Bueno. Como quieras —y siguió en lo suyo.

Para cuando reparó en lo que hacía su niñera, ya estaba con un refractario, rellenándolo de carne y salsa de tomate, con muchísimo queso mozzarella.

Terminó con ello, y lo metió al horno ya precalentado. Cerró la puerta, checó la hora y calculó cuánto tiempo tenía que esperar.

—En 45 minutos sabremos si logré domar a la lasagna —bromeó la ojiazul. Pero Hipo no entendió.

[...]

El aroma a carne estaba por toda la mansión, olía exquisito, como un platillo fuera de este mundo.

Elsa se puso los guantes para evitar quemaduras, abrió el horno de la estufa y sacó el refractario. Lo dejó sobre una toalla húmeda en la barra de la cocina.

El humo, blanca como la luna, brotaba de la lasagna, pintada del color dorado del queso y rojo por el tomate.

—Oh por Dios... Me salió –susurró la rubia, sorprendida–. Me salió... ¡Me salió! —chilló fuerte, dando saltos de alegría.

Era la primera vez que lograba hacerla como en las fotos de muestra, y estaba muy orgullosa de eso.

—¡Anna, ven, me salió! —exclamó sin pensarlo.

Hipo bajó, alertado por los gritos. Se dio cuenta que sólo estaba Elsa...

Mencionando a "Anna".

—Anna... —siseó ella, recordando que ya no estaba cerca de ella.

—¿Elsa? —nombró el castaño, acercándose cuidadosamente.

—Extraño a Anna... –murmuró, sin dejar de ver a la comida–... ¡Extraño a Anna! ¡Quiero ver a Anna! —se desplomó al suelo, pero gracias a los reflejos rápidos del muchacho logró atraparla antes de que la parte alta de su cuerpo tocara el piso.

—Shhh... –arrulló él, abrazándola con dulzura–... Todo va a estar bien.




Disculpen la tardanza y lo poco creativo del capítulo, me han vuelto los dolores de cabeza y no soporto la luz del teléfono, espero que mi condición mejore.
—Hannya.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora