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—¡Niño malo, niño malo! —las sombras le gritaban

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—¡Niño malo, niño malo! —las sombras le gritaban.

Todos señalaban a sus manos, que estaban llenas de sangre.

Levantó la vista, y se topó con su madre en medio de dolor y lágrimas.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó ella.

El escenario se convirtió en un bosque, donde la espesura de los árboles evitaba que los rayos del sol tocaran tierra. Un lugar frío y oscuro, "—Donde pertenecen los inadaptados—" le había dicho Astrid, minutos antes de que le rebanara la garganta con la navaja que usaba para torturarlo.

Ironías de la vida.

—Te lo dije, madre. Ella me lastimaba —contestó a la pregunta que el fantasma de su madre había hecho.

La figura de su padre se materializó, lo tomó de un brazo y lo arrastró al fondo de un pasillo.

Te quedarás aquí, hasta que aprendas la leccióndijo Estoico, y lo lanzó al suelo.

—¡Te odio! —gritó el pequeño, tomando de la oscuridad un encendedor.

Al abrir el pequeño envase cuadrangular, todo explotó en llamas.

—¡Madre! ¡Madre! —gritaba a todo pulmón.

Su ropa estaba incendiándose, el fuego parecía aferrarse al costado derecho de su cuerpo, y no tenía planeado dejarlo ir tan fácilmente.

—Esto ya pasó –por alguna razón, aquella voz femenina que desprendía dulzura y confianza hacía que el fuego fuera cesando. No estás solo, estoy aquí contigollegó a tal punto en que la llama se extinguió, quedando las cenizas de su horrible pasado en el piso–. Todo va a estar bien, Hipo.

Abrió los ojos, pero no se encontró con nada más que oscuridad, y una toalla húmeda que enfriaba su frente.

Se levantó de golpe al no sentir la máscara puesta, dos segundos después se arrepentía de su torpe movimiento, el dolor de cabeza incrementó más con su acción.

—¡Hey! Ya te quitaste la compresa —Elsa le regañó, lo obligó a acostarse y le volvió a poner el paño en la cara. Esta vez cubriéndolo todo.

—¿Q-qué pasó? —su voz salió tan rasposa, que batalló un poco para poder hablar.

—Caminaba al baño cuando te escuché gritar, estabas dormido así que creí que era una pesadilla, te revisé y noté que tenías fiebre, así que fui por esto —señaló al mueble que acompañaba las orillas de la cama. Una mezcla entre agua y alcohol en un bowl.

—¿D-dónde está mi máscara?

—Tranquilo, no vi nada si eso es lo que te preocupa –levantó un poco la tela, ya acostumbrado a la escasa iluminación, pudo ver a Elsa del lado izquierdo de la cama. Estaba sentada en una silla–. La limpiaba, ahora luce como nueva —tomó su mano, para después entregarle lo que era suyo.
Sin embargo, no se lo puso. Por un momento, sintió que no la necesitaba.

—¿Qué hora es?

—Me parece que las cuatro, o bueno, a esa hora me levanté, no lo sé —contestó la rubia.

—Ugh, no te dejé dormir, ¿verdad?

—No importa, igual no tenía sueño. ¿Ya te sientes mejor? Si quieres puedo buscarte medicamentos para el dolor, nada que un paracetamol no arregle —aquello último lo susurró.

—Así déjalo, se me pasará —y esperaba que así fuera, pues sentía que la cabeza le iba a estallar.

—¿Seguro?

—Completamente.

—Bueno, iré a dormir. Te espero en el desayuno —antes de que diera un paso, él atrapó su muñeca y la sujetó con fuerza. La ojiazul frunció el ceño, confundida.

—Bésame —siseó el castaño.

—Estás delirando —jaló su brazo, pero Hipo no estaba dispuesto a dejarla ir.

—Dijiste que lo harías sin la máscara.

—No es cierto, ya déjame —y siguió tirando. Estaba segura que le dejaría morado.

—Por favor —suplicó.

Elsa gruñó. Le torció el brazo al joven, haciendo que éste gimiera del dolor y la liberara. Caminó hacia la salida, pero algo la detuvo.

Sabes que lo dijiste.

Negó con la cabeza.

Sabes que lo deseas.

Se mordió la parte interna del cachete. Arrugó la nariz, enojada.

Se regresó por donde vino, tomó al joven de las mejillas, y lo atrajo con fiereza a sus labios. El otro reaccionó segundos después.

Fue brusco, atrevido, apasionado. En cuanto se separaron, ella supo que esto volvería a pasar, y que la próxima vez, temía que se le saliera de las manos.

Porque siendo sinceros, no estaba cuidando a un niño, estaba cuidando a un hombre maduro.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora