IX

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Ha pasado una semana

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Ha pasado una semana.

Una semana de tensión en casa y una semana en la que Kylan no ha aparecido. Mis padres a duras penas hablan. Mi rutina estos días ha sido: casa, trabajo, universidad, casa.

En este momento me encuentro en clase de matemática, pero mi pensamiento está en otro lugar. No he podido dejar de pensar en mis padres, en Kylan y en la situación en general. Kylan no puede simplemente hacer responsables a mis padres–con mentiras–de sus problemas. 

Una voz de ultratumba me empezó a sacar de mis pensamientos.

–Señorita Ethans. ¿Se encuentra con nosotros?

El codo de Suzie incrustándose en mi costado me trajo de vuelta a la realidad. Me acomodé mejor en mi asiento.

–Si, profesora. Lo siento.

La profesora Keech me miró con desconfianza, asintiendo antes de retirarse y seguir dando la clase.

Suzie me tocó la mano llamando mi atención.

–Tienes que dejar de pensar en eso Clar, se solucionará.–me dedicó una sonrisa desconfiada, con la intención de tranquilizarme.

Froté mi rostro con mis manos, suspirando pesadamente.

–No Suzie, no. No es tan sencillo, no se que hacer.

–Tal vez si hablaras con el.

Solté una pequeña risa nasal.

–Suzie, con esa gente no se puede hablar.

–Tal vez te ayude, no sabes si no lo intentas.

–Lo único que me voy a buscar son problemas amiga.

Se encogió de hombros con una mirada preocupada.

Sentía mi cuerpo cansado y pesado, tenía la cabeza en tantas cosas. Estaba agotada. Física y mentalmente.

•••

Al salir de la clase de matemáticas preferí irme a casa, no tenía ganas de quedarme a comer en la cafetería con Suzie, cada vez me sentía peor.

Luego de pasar a mi casillero y guardar los libros, caminé hacia la salida sintiendo mi cuerpo pesado. Cuando crucé la salida, mi mirada captó un auto negro en el parqueo, con la puerta trasera abierta y un hombro vestido completamente de negro sosteniendo esta esperando.

–No lo puedo creer. –suspiré, cansada.

Seguí mi camino hacia el portón principal, ignorando por completo lo que acabo de ver. Pero al empezar a caminar, la voz del hombre detuvo mi andar.

–Señorita, disculpe pero el jefe la solicita.

Me di vuelta con una expresión de incredulidad.

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