17. ¿Otra vez, Flavio?

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Me despierto con el sonido de la alarma justo al lado de mi oído. No sé ni cuántas horas habré dormido, aunque seguramente no las suficientes. Me estiro intentando coger el teléfono mientras lucho contra mis párpados para que se mantengan abiertos. Tras apagar la alarma y restregarme los ojos a ver si consigo que no se vuelvan a cerrar, giro la cabeza y disfruto del espectáculo. Samantha está durmiendo boca abajo, sin la parte de arriba del pijama porque en esta habitación hace tanto calor que te puedes derretir, con el pelo alborotado y desparramado por toda la almohada y las manos acunándole la cara.

Me acerco como puedo intentando no despertarla con el movimiento y le doy un beso justo en el centro de su espalda. Algún día tengo que hacer un dibujo de la constelación de lunares que tiene en el cuerpo. Ella si lo siente ni se inmuta así que aprovecho para levantarme y prepararme o voy a perder el tren.

Una vez listo, vuelvo a la habitación donde Samantha ni siquiera se ha movido un milímetro de la postura en la que la vi por última vez. Voy hacia su lado de la cama y me arrodillo. Le acaricio el pelo con cuidado, no quiero que se despierte asustada. Cuando su cuerpo empieza a dar las primeras muestras de que se está despertando, le doy un beso en la mejilla y espero a que abra los ojos.

Se despierta desorientada y me mira con extrañeza.

- ¿Flavio? ¿Qué hora es? – miro mi reloj.

- Las 7.

- ¿Y por qué me despiertas tan temprano? – está tan sobada que ni siquiera es consciente de que me tengo que ir ya.

- Porque me voy ya para no perder el tren – se queda impasible ante mi revelación y juraría que puedo oír como los engranajes de su cabeza se mueven hasta acoplarse con un click.

- Ay, es verdad, ven – con los ojos cerrados extiende los brazos invitándome a darle un abrazo. Lo hago, dejándome la espalda por el camino, porque la postura no puede ser más incómoda. - ¿Te acompaño?

- No, ya he llamao' un taxi, tu quédate durmiendo – no insiste más, es la típica pregunta que se hace por cortesía pero que por dentro esperas, rezas e imploras para que te digan que no. – Me voy ya, nos vemos en unos días, Samanthi – no iba a volver a cometer la estupidez de decirle te quiero ni nada por el estilo, pero sí que le di un beso con el que esperaba que sintiera lo que intentaba decirle. La iba a echar muchísimo de menos.

Me despierto con la certeza de que se me olvida algo. A mi lado, la cama está ya vacía. Tengo vagos recuerdos de Flavio despidiéndose, pero estaba tan dormida que no soy capaz de recrear la escena de forma nítida. Me desperezo con toda la calma de la que soy capaz y procedo a levantarme para tomarme la mañana de descanso... ¡MIERDA! El ensayo.

La calma se traduce en una carrera por todo el piso mientras me preparo para salir en la calle en menos de 5 minutos, sin desayunar, sin casi peinar y sólo cogiendo las llaves y el teléfono. Pablo no va a estar contento...

Muchas horas después, entro por la puerta de casa con ganas de mimetizarme con el sofá para siempre, a poder ser. Estoy agotada. Tengo la garganta reseca y empieza a molestarme incluso hablar. Los pies me están matando después de tanto rato de pie. Lo primero que hago es ir al frigorífico a por una cerveza para poder sentarme en el sofá sin tener que moverme en un rato largo. En un acto de rebeldía, y aprovechando la soledad que me rodea, me permito fumar dentro del piso, aun sabiendo que Flavio me mataría si se enterase. Qué aburrido es esto sin él.

El ensayo ha ido bien. Sin más. Podría haber sido mejor, la verdad. Pero ha estado bien volver a compartir un rato con la banda y ensayar canciones que tenía ya un poco olvidadas. Pablo no estaba satisfecho del todo, ni con que hubiese llegado tarde (y mira que había corrido) ni con mi rendimiento, decía que estaba un poco apagada. Parte de culpa la tienen las nuevas canciones del nuevo disco, porque era la primera vez que las ensayaba después de las grabaciones y al ser tan íntimas, cantarlas delante de gente, da igual quienes sean, hace que te sientas un poco desnuda y tímida. Pero bueno, se me pasaría.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora