13. Fla ¿estás llorando?

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Samantha

- Me estás tocando los cojones – me ofende un huevo que me hable así, me da igual todo lo que yo haya dicho antes, es gilipollas y punto.

- A mí no me hables así, no es culpa mía si tú eres un imbécil, qué quieres que te diga. A ver si mad... - estoy tan cabreada que ya no controlo ni el tono de voz y se que estoy pegando unos berridos que hasta los vecinos van a asustarse. Estoy en pleno momento álgido de mi cabreo y discurso, en el que pienso dejarle claro lo inmaduro que es cuando la expresión de Flavio cambia y en dos segundos lo tengo pegado a mí, agarrándome por la cintura de una forma que deja pocas posibilidades de huida y dándome un beso.

En mi cabeza estoy poniendo toda la resistencia de la que soy capaz para apartarme, pero mi cuerpo decide ir por libre, el muy traidor, y básicamente se derrite. En vista de que esta batalla no la voy a ganar, dejo de pensar mientras que seguimos besándonos con tanta rabia y fuerza que me duelen hasta los labios, pero no voy a ser yo la que ceda. No sé quién inicia el movimiento pero nos desplazamos por el salón y quedamos pegados al sofá donde la parte hormonal de mi cuerpo decide que es buena idea empujarlo para atrás y sentarme encima de él.

Mierda. Otra vez no.

De repente soy plenamente consciente de lo que está pasando y exprimo el beso al máximo porque sé lo que toca ahora, aunque mi cuerpo no esté de acuerdo. El beso va bajando de intensidad y ahora ya no parece que la protagonista sea la rabia, es algo distinto... Termino por separarme lentamente y mirar a Flavio a los ojos, parece que esté más ido que yo. Sus manos siguen en mi cintura y en cuanto se da cuenta las retira, permitiendo que yo pueda rodarme a un lado y dejar de estar encima de él. Se crea un silencio tan incómodo que me veo en la obligación de romperlo.

- Flavio, esto no puede volver a pasar – antes de que replique, porque sé que quiere hacerlo, continúo – Estoy hablando en serio. No puede volver a pasar porque nos vamos a volver a hacer daño – aunque mi parte asustadiza esté pidiendo a gritos que salga corriendo de aquí, la racional se impone y toma las riendas. – Casi se nos va de las manos y sabes perfectamente que luego no íbamos a ser capaces ni de mirarnos a la cara. Somos amigos ¿no? Pues vamos a hacer como si todo esto no hubiese pasado y portarnos como dos personas adultas.

Me levanto y me voy hacia el baño, ya que él está ahora mismo ocupando lo que es mi habitación. No tengo claro qué pasos seguir a partir de ahora pero lo que sí tengo seguro es que necesito pasar el día fuera y lejos de aquí, así que me preparo para poder salir de casa. Al salir del baño e ir en busca de mi teléfono y llaves me encuentro con Flavio aún sentado en el sofá con la vista fija en el balcón. Ni siquiera se mueve cuando paso a su lado para recoger mi móvil.

Antes de salir de casa no puedo evitar volver la mirada atrás, pero él sigue estático y yo sigo mi camino. Aviso a la única persona con la que me apetece hablar ahora mismo y le pido refugio.

Un rato largo después estoy entrando por la puerta de la casa de Mai que me recibe preocupada porque quizá he sido un poco dramas al decirle que tenía que acogerme durante el día por una cuestión de vida o muerte. Así soy. Murphy ocupa todo lo largo del sofá así que me siento en el suelo, con las piernas cruzadas, esperando a que Mai diga algo o empiece con el interrogatorio, no sé. Pero ella se va dirección en la cocina y sigue con lo que sea que estuviese haciendo. Por suerte, la casa de Mai es de estas de concepto abierto y la veo perfectamente aunque esté alejada.

Me indigno con su poco interés en lo que me haya podido pasar, me abre la tía la puerta con cara de preocupación para luego hacer como si no estuviese sentada en el suelo de su salón. Pues no me parece normal.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora