11. Primer día viviendo juntos

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La primera tarde compartiendo piso con Flavio estaba siendo demasiado extraña. Después de pasarme algunas horas llorando en su sofá y dándoles un bonito dolor de cabeza tanto a él como a Mai, fuimos a mi piso, ahora llamado pecera, a recoger lo que pudiese rescatar. Volver a la zona catastrófica fue peor aún de lo que me imaginaba. Me ayudaron a redactar una lista con todo lo que se había estropeado, roto o aplastado con el techo para pedir al seguro que lo sustituyesen pero, claro, yo no estaba tan segura de que fuesen a darme ni una cuarta parte de lo que había perdido. Un ordenador, set de grabación, 3 guitarras, libros, gran parte de los muebles... Pero es que eso no era lo peor, sino que mi libreta, MI LIBRETA, en la que apuntaba absolutamente todo lo que se me ocurría, componía o escribía, ahora era algún tipo de papel maché. Ver así el resultado de meses hizo que volviese a llorar como otros 30 minutos. Al final, todo lo que pude rescatar cupo en una sola maleta, la cosa más triste del día.

Al volver a casa de Fla, Mai se quedó un rato con nosotros, creo que un poco para asegurarse de que no estallaba la guerra mundial mientras planificábamos y dividíamos espacios. Quedamos en que yo me quedaría en el sofá cama del salón, aunque Flavio insistió en que me quedase con su habitación pero no era algo que estuviese dispuesta a discutir. Y el estudio seguiría tal cual estaba para que pudiese también utilizarlo mientras me quedaba ahí. Además, tuve que pelear con uñas y dientes para que aceptara que le pagase un alquiler mensual (algo más bien simbólico, que tenía que seguir pagando mi piso y me iba a quedar en un sofá cama, vamos a ver).

En cuanto todo estuvo repartido y aclarado, Mai se despidió porque no podía más con su vida y nos dejó a solas. Flavio dijo que iba a hacer algo de cena para que no muriese de inanición, porque no había comido absolutamente nada en todo el día, y mientras yo fui a la ducha. Volver a compartir baño con un tío era lo que menos ilusión me hacía. Me miré en el espejo, ojerosa y con los ojos hinchados por el llanto de todo el día, con manchas de maquillaje seco por toda la cara y agradecí, pero de verdad, tener donde quedarme.

La ducha fue como volver a la vida y más cuando salí del baño y me llegó el olor a comida que llegaba desde el salón. Flavio había preparado fajitas, cabe aclarar que no es que fuese muy buen cocinero, yo menos, y que entre su repertorio de platos había como 5 cosas. Y no sé si fue por el hambre o qué, pero engullí más que comí y terminé en tiempo récord. A todo esto Flavio me estaba mirando, supongo que preguntándose si había metido en su casa a un ser humano o a un perro hambriento.

- Qué – le reclamé, tenía el día un poco cruzado.

- Nada, nada – y se rio el tío. Lo ignoré y le arrebaté el mando que había colocado a su lado de la mesa y busqué en la TV algún capítulo de Los Simpson. ¿Existe algo mejor para ver cuando tienes un mal día? Spoiler: no.

Me acomodé en el sofá barra cama como mejor pude y no se exactamente en que momento caí KO pero lo hice. Lo último que recuerdo fue despertarme cuando Flavio recogió los platos y apagó la televisión, momento que yo aproveché para acostarme de verdad y volver a cerrar los ojos...

Me despierta el olor a café y la luz que inunda ahora mismo toda mi habitación improvisada. Me duele la cabeza, siento que ayer me pasó por encima un tractor y que no he dormido nada e inevitablemente me pongo de mal humor. Se oyen ruidos en la cocina así que me desenredo de las sábanas como puedo y voy hacia allí, con un ojo abierto y otro cerrado, joder con la luz. Flavio está de espaldas a la puerta haciendo... no sé qué está haciendo más que un ruido de la hostia.

- Oye tú – voy dispuesta a echarle la bronca por el ruido, ya se me ha olvidado de que estoy un poco de okupa en su casa.

- Buenos días – responde girándose con una sonrisa enorme en la cara que hace que ahora mismo me caiga mal. No entiendo cómo se puede estar de tan buen humor por la mañana. Le echo una mirada que espero que entienda por un no te aguanto y me voy en dirección al baño sin añadir ni una sola palabra.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora