12. Se nos está yendo de las manos

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Flavio

Tumbado en la cama con la vista clavada en el techo no consigo dormir. Parte de la culpa la tiene cierta rubia que se dedica a pasearse con esas piernas kilométricas a la vista por el piso sin darse cuenta de que a este paso voy a terminar necesitando oxígeno. Hace ya 4 días que Samantha se vino a vivir conmigo y no nos va mal del todo, exceptuando la pelea de la primera noche, claro. Porque hay que ver lo que le gusta a veces tocar la moral a la tía, es una cosa insoportable cuando quiere. Hemos pasado algo más de tiempo juntos, sobre todo en el estudio, cuando ella entra y se piensa que no me doy cuenta de que está ahí, sin ser consciente de que soy capaz de ver su reflejo en la pantalla del ordenador. Es agradable. Me está sirviendo para componer como nunca en la vida porque se podría decir que Samantha es algo así como mi musa, siempre lo ha sido, en realidad. Y me está poniendo muy difícil el no lanzarme cuando la tengo cerca, sonriendo o riéndose a carcajadas, mirándome, con la guardia baja y solo siendo ella.

Después de la discusión del otro día algo ha cambiado. No sé lo que es exactamente pero tras el abrazo, al menos yo, me siento con la confianza de tener más contacto físico con ella. Intento no agobiarla pero Samantha es un polo magnético y yo un imán cuando estoy cerca de ella. En cuanto me despisto, mi mano va hacia su pelo y juguetea con él o le hago un masaje en el cuello. También me he atrevido a darle un par de abrazos más pero, aunque ella no los rechaza, en cuanto entramos en contacto se pone rígida y se separa haciendo la primera tontería que se le pase por la cabeza.

En realidad, estoy asustado. Muerto de miedo, más bien. ¿Qué pasará si me lanzo? Porque hay dos opciones: o ella se olvida de todo y se embarra conmigo o todo lo que hemos conseguido hasta ahora retomando la amistad se va a la basura. Además, me da miedo pensar siquiera la posibilidad de que ella no sienta nada más allá por mí. Sería lo lógico con todo el tiempo que ha pasado y sabiendo que ella ha podido estar con Carlos y todo eso... Puffff. Prefiero no pensar en que exista esa posibilidad.

En un impulso cojo el teléfono y releo la conversación que tuve hace unos días con Aitor de madrugada de su amistad tan profunda para mi hasta ahora desconocida. Siempre me gustó que se llevasen bien pero no sabía que se hubiesen vuelto tan íntimos y no quiero admitirlo pero me puse un poco... ¿celoso? No porque tuviesen esa complicidad entre ellos sino por no poder tenerla yo también. Como si el puesto que yo ocupaba en la vida de Samantha, de confidente y apoyo, estuviese siendo ocupado por otra persona. Una tontería pensar eso, ya lo sé, pero en ese punto estoy: desquiciándome. Tengo que empezar a tomar cartas en el asunto aunque no tengo aún claro cómo hacerlo, pero lo voy a hacer...

Me despierto por la música que retumba por toda la habitación a todo volumen. Samantha está montando una fiesta por la mañana en mi salón y no me ha informado de ello, qué maravillosa forma de despertar. Me levanto y salgo sin siquiera ponerme las gafas, que llevo en la mano, porque soy incapaz de parar de restregarme los ojos y así me la encuentro a ella: el pelo alborotado mientras gira por todo el salón cantando a pleno pulmón Mira cómo vuelo con la carita roja por el esfuerzo. No puedo hacer más que quedarme a admirar el espectáculo pero en cuanto se da cuenta de que estoy ahí, y contra todo pronóstico, viene entre corriendo y danzando hacia mi para tirar de mis manos y llevarme hasta el centro del salón junto a ella.

- ¡BAILA, FLAVIO! – grita mientras sigue como una loca desgañitándose la voz y me veo contagiado de su humor y me uno a ella, aunque no sé qué celebramos o a qué se debe esta felicidad.

Cuando la canción acaba, ella, con el pelo pegado a la cara por el sudor, las mejillas de un rojo tan intenso que parece que va a explotar, y sin aliento, se deja caer en el sofá y yo la acompaño también con falta de aire.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora