Capítulo 17

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Goodfellow planta cara





Tras ver alejarse a los Beamish, Spittleworth se fue a toda prisa a la Sala de la Guardia, donde encontró a Roach vigilando al resto del destacamento. En las paredes colgaban numerosas espadas, así como un retrato del rey Fred cuyos ojos parecían supervisar cuanto sucedía allí.

—Se están impacientando, señor —murmuró Roach—. Quieren irse a casa, ver a sus familias y luego meterse en la cama.

—Y podrán hacerlo en cuanto hayamos tenido esta pequeña charla —repuso Spittleworth. Se volvió hacia los cansados y sucios soldados y les preguntó—: ¿Alguien tiene alguna pregunta sobre lo ocurrido en Los Pantanos?

Los hombres se miraron unos a otros. Roach se había apartado y estaba apoyado en la pared limpiando su fusil. Finalmente, tres levantaron la mano, entre ellos el capitán Goodfellow, que inició la tanda de preguntas:

—¿Por qué envolvieron el cadáver sin que nadie más pudiese verlo? —planteó.

—Yo quiero saber adónde fue a parar la bala de aquel disparo que oímos —dijo el segundo soldado.

—¿Cómo es posible que sólo cuatro personas vieran a ese monstruo supuestamente tan enorme? —preguntó el tercero.

A cada intervención, seguía un murmullo de aprobación.

—Excelentes preguntas —replicó Spittleworth sin sobresaltarse—. Permitidme que os lo explique.

Y repitió la versión del ataque que le había contado a la señora Beamish, aunque sin mencionar al inexistente Nobby Bottons. Sin embargo, los que habían preguntado no quedaron satisfechos.

—Yo sigo opinando que es muy raro que hubiese un monstruo gigantesco allí fuera y que ninguno de nosotros lo viera —dijo el que había preguntado en tercer lugar.

—Y si Beamish se defendió y acabó medio comido ¿por qué no había sangre por todas partes? —volvió a preguntar el segundo.

—¿Y se puede saber quién demonios es el soldado Nobby Bottons? —añadió el capitán Goodfellow.

—¿Usted cómo sabe lo de Nobby Bottons? —le espetó Spittleworth sin pensar.

—Al salir del establo y venir hacia aquí me he cruzado con una doncella, Hetty —contestó Goodfellow—. Le ha servido el vino hace un rato y, según me ha contado, usted le ha hablado a la pobre viuda de Beamish de un miembro del destacamento llamado Nobby Bottons que se habría ofrecido voluntario para traerle la noticia de que el comandante había muerto.

»Pero yo no recuerdo a ningún Nobby Bottons. De hecho, creo que jamás he conocido a nadie que se llamara así. Por eso le pregunto, milord, ¿cómo es posible que alguien cabalgue con uno, acampe con uno y reciba órdenes delante de uno sin que uno oiga siquiera su nombre?

Se hizo el silencio mientras Spittleworth pensaba en que tendría que castigar a aquella doncella chismosa; por suerte, Goodfellow había mencionado su nombre. Luego, adoptando un tono amenazador, dijo:

—Capitán Goodfellow, ¿quién le ha dado permiso para hablar en nombre de todos? Quizá algunos de estos hombres tengan mejor memoria que usted, quizá ellos sí recuerden al leal soldado Nobby Bottons... al querido Nobby, en cuya memoria el rey añadirá esta semana una rebosante bolsa de oro a la paga de los miembros del destacamento; al orgulloso y valiente Nobby, cuyo sacrificio... pues mucho me temo que el monstruo se lo ha comido, igual que al pobre Beamish... se traducirá en un aumento para todos sus compañeros de armas; al noble Nobby Bottons, cuyos mejores amigos no tardarán en ser ascendidos, estoy seguro.

Tras estas palabras se produjo otro silencio, y esta vez fue un silencio tremendamente denso: todo el destacamento entendía lo que les estaba planteando Spittleworth. Sopesaron la enorme influencia que éste ejercía sobre el rey y el hecho de que el comandante Roach estuviese acariciando el cañón de su fusil con aire amenazador; recordaron la inesperada muerte del comandante Beamish y la promesa de una bonificación en oro y un rápido ascenso si se avenían a creer en la existencia del ickabog y del soldado Nobby Bottons.

Goodfellow, por su parte, se levantó bruscamente derribando la silla y gritó a toda voz:

—¡El soldado Bottons no ha existido nunca, y que me aspen si existe el ickabog! ¡No pienso participar en esta mentira!

Los otros dos hombres que habían hecho preguntas también se levantaron, pero el resto de los soldados siguieron sentados y en silencio.

—Muy bien —dijo Spittleworth—. Quedan arrestados por el repugnante delito de deserción: como sin duda recordarán sus camaradas, los tres huyeron cuando el ickabog apareció en medio de la niebla. ¡Olvidaron su deber de proteger al rey y abandonaron a sus compañeros! Recibirán el castigo que les corresponde: serán fusilados.

Eligió a ocho hombres para que se llevaran de allí a los tres soldados honrados. Éstos opusieron resistencia, pero los superaban en número, así que no tardaron en reducirlos y en sacarlos a rastras de la Sala de la Guardia.

—Estupendo —les dijo Spittleworth a los que quedaban—. Todos vosotros recibiréis un aumento y me acordaré de vuestros nombres cuando lleguen los ascensos. Y no olvidéis contarles a vuestras familias con todo detalle qué fue lo que pasó en Los Pantanos: sería un mal augurio para vuestras esposas, vuestros padres y vuestros hijos si alguien los oyera poner en duda la existencia del ickabog o de Nobby Bottons.

»Ya podéis volver a vuestras casas.

El IckabogDonde viven las historias. Descúbrelo ahora