Capítulo 30

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El pie

Transcurrió un mes y, en las profundidades de las mazmorras, el señor Dovetail trabajaba con frenesí: debía terminar aquel monstruoso pie de madera si quería volver a ver a Daisy. Se había obligado a creer que Spittleworth cumpliría su palabra y lo liberaría, aunque una vocecilla en su interior le susurraba una y otra vez: «Jamás te dejarán ir cuando hayas acabado esto. Jamás.»

Para ahuyentar el miedo, cantaba una y otra vez el himno nacional:

Cornucooopia, sé leal al monarca;
Cornucooopia, alza la voz y canta...

Sus cantos molestaban a los otros prisioneros incluso más que el ruido que hacía con el martillo y la gubia (el capitán Goodfellow, por ejemplo, que estaba muy flaco y harapiento, le suplicaba que parase), pero Dovetail no hacía caso: absurdamente, intentaba a toda costa demostrar su lealtad al rey para que Spittleworth no lo considerara tan peligroso y le permitiera marcharse.
De manera que en su celda no paraban de oírse los martillazos y el himno nacional; y despacio, pero sin pausa, iba tomando forma un monstruoso pie con garras afiladísimas y un asa bien grande en la parte superior para que un hombre a caballo pudiese apretarlo contra el suelo blando y dejar huellas.

Cuando por fin estuvo acabado, los dos lores y el comandante Roach bajaron a las mazmorras a inspeccionarlo.

—Muy bien —opinó Spittleworth examinándolo desde todos los ángulos—. Buen trabajo. ¿Qué le parece, Roach?

—Creo que funcionará estupendamente, milord —contestó el comandante.

—Bien hecho, Dovetail —le dijo Spittleworth al carpintero—. Le diré al guardia que esta noche le dé una ración doble de comida.

—Pero usted me prometió que cuando acabara me pondría en libertad —le recordó el señor Dovetail, y se arrodilló, pálido y exhausto—. Por favor, milord, se lo ruego: necesito ver a mi hija; se lo suplico...

Y estiró un brazo para tocar la huesuda mano de lord Spittleworth, pero éste la apartó rápidamente.

—No me toque, traidor. Debería agradecerme que no haya ordenado su ejecución... aunque quizá lo haga si el pie no cumple su cometido. Yo, en su lugar, rezaría para que todo salga bien.

El IckabogDonde viven las historias. Descúbrelo ahora