4. En su universo

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Mi progreso en Aspen se estancó. El terapeuta está satisfecho, pero francamente yo estoy decepcionada.
Soñaba con dejar Aspen con un bastón, y no en silla de ruedas... ¡Ni modo! Ha llegado nuevamente el momento de partir. Sé que regresaré a San Francisco, pero no tengo miedo de enfrentarme otra vez a la ciudad. Al contrario, muero de ganas por volver a ver a Adam. Ya no estoy enojada con él. Inclusive estoy impaciente por conocer su casa, donde vive. Me está invitando a su intimidad, a su mundo, ¡es un gran paso! Claire no lo podía creer cuando se lo conté, aunque está un poco decepcionada, esperaba mi regreso a la casa. Adam no quiso negociar: mi recuperación se llevará a cabo en su casa.

¡Espero que al menos no viviré
encerrada!

Uno de los choferes de Adam me
recoge en el aeropuerto. Me ayuda a pasar de la silla al automóvil. Me pregunto dónde habrá aprendido a doblar una silla de ruedas con tanta facilidad. No lo sé, pero no tarda en regresar a colocarse detrás del volante. Lo felicito para mis adentros. El chofer de Aspen tardó horas en hacerlo...

Observo las calles de San Francisco detrás de mi ventanilla. El terremoto sucedió hace una semana y aún se pueden observar algunas huellas. Algunos edificios están dañados, no todos los vidrios están reparados, sin embargo este triste episodio parece ser ahora historia antigua. Me alegra, tengo muchas ganas de salir nuevamente y continuar con mi vida normal.

Bueno, no sé qué tan «normal» será la vida al lado de Adam...

Me pregunto cómo será su casa... Dejamos San Francisco, pasamos el Golden Gate Bridge y nos elevamos por las alturas. Se puede ver la bahía de San Francisco entre los árboles.

¿En verdad Adam vive aquí? Lo
hubiera imaginado más en el centro de la ciudad. Ahora entiendo por qué la otra vez me comentaba que su suite en
el hotel Mandarin se parecía un poco a su casa... No creo que duerma aquí todos los días, ¡está demasiado alejado de la ciudad!

El chofer se detiene frente a una
mansión gigantesca, magnífica. El blanco inmaculado de su fachada sobresale del azul profundo del cielo.
Pero lo mejor de esta casa son las
ventanas y ventanales enmarcados por grandes jambas negras, armoniosamente integradas a las figuras cuadradas de la residencia. Como si cada ventana fuera un cuadro con vista al exterior, o al interior. Sobre las escaleras de la entrada, delimitadas por dos pilares blancos, Adam mandó a instalar una rampa para mi silla.

Siempre atento a los detalles.

El chofer me empuja y me deja en manos de un hombre. ¿Un mayordomo? Él me mira sonriente. No sé si sepa quién soy...

- Hola. Me llamo Éléa...
- Hola, señorita Haydensen, la
estábamos esperando. El señor Ritcher se encuentra ocupado por el momento, ¿me permite llevarla a la terraza para ofrecerle quizás algo de tomar?
- Por supuesto...
- Sígame. Por cierto, me llamo John, no dude en llamarme si necesita algo.

Le agradezco a John y lo dejo
llevarme en la silla. Observo con
atención cada mínimo detalle de la casa. La entrada es inmensa, con mucha iluminación. Un gran ventanal inunda la habitación con luz del día. La escalera blanca da la impresión de estar flotando por como está diseñada. La decoración es somera pero sobria: un cuadro original por aquí, un florero por allá o una magnífica pieza de porcelana. La sala es igualmente grande, pero es bastante cálida a pesar de la altura del techo. Dos grandes sofás de cuero blanco se encuentran uno frente al otro, y la duela es de madera clara. Esta casa está llena de luz, y es muy abierta al exterior. John me deja en la terraza y no puedo evitar lanzar un pequeño grito de sorpresa. La bahía de San Francisco se extiende bajo mis pies, y se pierde en el horizonte. Entre el azul del mar y el del cielo, el verde de la vegetación de los alrededores y esta terraza de madera obscura exótica con reflejos burdeos, el lugar es simplemente sublime.

TODO POR EL MULTIMILLONARIO & DOMINADORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora