Epílogo.

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Jack, un año después...


— ¡No vayáis a romper las cosas de Mel! — advirtió Sophia.

Le di una mirada divertida y caminé con la gran caja, en mis manos. La mudanza cerca de su nueva universidad, era lo más primordial para Sophia. No le gustaban los contratiempos. Su mejor amiga, era la chica morena guapa — de la que siempre nos hablaba—. Se habían conocido hace unos meses, la universidad se había retrasado un año para ellas y hasta el nuevo ciclo, pudieron quedar, habían iniciado las clases hace un mes, pero no había departamentos cerca.


— ¡Finn, la habitación de Mel es muy fresca! — grité con un tono de malicia.


La respuesta de Sophia no se hizo esperar.


— ¡Ni se les ocurra! ¡Pervertidos!.

Escuché que Finn se carcajeaba y yo también lo hice. Salí de aquella habitación y me reuní con Sophia, estaba parada y recorriendo con la mirada, su nuevo apartamento.

— Tendrás todo el día, para acomodar — bromeé.


— Supongo — dice mientras suelta un suspiro de cansancio.

— Por cierto... creo que trajiste demasiados libros.

Ella gira su cabeza a la caja más grande.

— Mis bebés deben seguir conmigo — responde indignada.

— Ya.

Minutos después, Finn aparece en mi campo de visión, discute con Sophia sobre el espacio que ocupan sus estanterías. Me pierdo completamente y me dispongo a observar el apartamento. Es bonito y el color es muy neutro. Finn había pintado las paredes de la cocina. No estaban nada mal.


— ¡Hey! ¿Está todo listo? — Mel, aparece saludando y se une a la discusión de aquellos dos.



(...)


El viaje de regreso es muy silencioso, excepto por la música que suena por el móvil de Finn. No era demasiada la distancia del apartamento de Sophia al nuestro.

Había pasado un año desde que nos habíamos graduado, la universidad era pesada. Tenía muy poco tiempo libre, estudiar medicina era odioso, jamás me imaginé que yo escogería eso. Por su parte, Finn había escogido algo más inclinado a la economía, su padre tenía la intención de introducir a Finn en los negocios de su empresa.


La relación estaba estable, había momentos de tensión y otros no. El haber convivido demasiados años juntos, era una ventaja. Al llegar al apartamento me recosté en uno de los sillones, estaba exhausto y me dolía la maldita espalda; por cargar cosas.


— Jack, báñate — sentí que me aventaban un cojín.


— No.

— La cena, Jack. La cena.

Fruncí el ceño y pregunté — ¿La cena?

Espere pacientemente una respuesta y fue otro cojín y un gruñido de desesperación.

— No me digas que lo olvidaste — reprochó.

¿Olvidar?, no se de qué demonios estaba hablando. Siempre cenábamos y eso, no es como si eso se olvidara. Pero el quería que me bañara y casi nun... oh.

¡Oh maldición!


— ¡La cena! — grite mientras me levantaba de un brinco y corría a ducharme y a arréglame.



La hormona de Jack -FackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora