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   Pasaron varias semanas luego de aquel desayuno, desde ese entonces no me relacioné más con mi hermano menor. Eran muchas las ocasiones donde me iba más temprano de lo normal al trabajo y volvía muchísimo más tarde de lo planeado. También, como era obvio, comenzó a cursar en la facultad y por lo tanto tuve menos oportunidades para, aunque sea, hablar con él. Incluso, ni siquiera cruzaba palabras con Izumi. Pero tal vez, hoy podía ser la excepción.

   Salí temprano. No sé que sucedió, pero cuando me percaté, había terminado todo muy deprisa. No tenía otro compromiso así que conducí hasta mi hogar a descansar, o por lo menos eso creía yo.

    Hice lo de siempre: bajé, cerré las puertas del auto, abrí la puerta de casa con las llaves, dejé mis zapatos en la entrada y colgué el abrigo. Caminé por el pasillo en dirección al living mientras aflojaba la corbata de mi cuello.

— ¿Sasuke? — Se oyó una voz femenina y muy dulce por la cocina. Al llegar al living me desparrame en el sillón y suspiré.

— No tendrás esa suerte — Respondí mientras sacaba un par de botones de los ojales que estaban en mi camisa blanca —. Soy yo, amor.

   De inmediato apareció la figura de mi esposa por la entrada del lado derecho. Aunque la observé sin prestar tanta atención, me di cuenta de que sus ojos brillaban como piedras preciosas. Se acercó hasta a mi con velocidad y se plantó al frente mío. Lentamente se inclinó y me brindó un suave beso en la frente.

— Bienvenido... — Dijo con sus mofletes ruborizados. Se llevó un mechón de pelo atrás de su oreja y volvió a su posición erguida.

— Gracias, cielo — Respondí amablemente. Hice un ademán para que se siente al lado mío y ella me obedeció, apoyando su cabeza en mi hombro.

— ¿Por qué llegaste tan temprano? — Preguntó curiosa. Había cerrado sus ojos debido a la paz que había en el ambiente. Llegué a pensar que incluso estaba algo cansada.

— Supongo que quedarme horas extras sirvió de algo. No había nada más.

— Oh... Que bien.

   Ella dejó de lado mi hombro y volvió a enderezarse para voltear a verme. Hice lo mismo porque siempre reaccionaba a cualquier movimiento que ella haga.

   Se acercó lentamente. Volvía a acomodar sus mechones de pelo avergonzada. Nunca supe si ella lo hacía así porque lo sentía o porque era la forma de hacerme torcer y desear. Apoyó sus labios contra los míos. Fueron besos castos y pequeños los primeros que surgieron de esa unión, luego la situación se intensificó pero nunca de forma lujuriosa.

   Izumi era bonita. Se trataba de una hermosa mujer que cualquier hombre podría anhelar con tanto fervor. Ella era amable, muy compañera, paciente —O por lo menos así lo era conmigo—  y podría definirla con muchísimos adjetivos más aunque sería interminable. Pero nunca podía sobrepasarme, excederme con ella. O bueno, en realidad nunca logré un deseo sexual que me enloquezca. No se trataba de Izumi en particular, se trataba de mujeres en general. Eran mayoría las veces que lo hacía por una cuestión de necesidad extrema o como recompensa que por mi casi nula fascinación por los cuerpos femeninos. 

   Cualquier persona con dos dedos de frente diría que esto se trata de una homosexualidad reprimida. De hecho, estoy seguro de que es así pero al momento de querer pensar sobre eso, mi cabeza instantáneamente plasma la imagen de la decepción que generaría en mis padres y hago un retroceso. Me mantengo así, prefiero mostrarme como un mojigato y pudoroso.

   Cambió de posición para poder sentarse en mi regazo. Se inclinó para acercarse aún más a mi. Frotaba su cuerpo contra mi torso mientras sostenía mi rostro con sus manos y volvía a besarme. Sus movimientos eran de una persona con bastante experiencia, aquello me estremecía bastante. Acaricié su cintura y toda la extensión hasta llegar a su trasero porque se supone que es esa la reacción que debo tener. Me daba miedo pensar que no se sentía deseada y el enorme problema que podría desencadenar. 

    Sus besos comenzaron a descender por mi barbilla hasta llegar a mi cuello, precisamente la manzana de adán. Decidió abandonar mi rostro para quitar los botones de la camisa, fue ahí donde me di cuenta que la cosa iba en una dirección que no tendría vuelta atrás.

— Izumi, no traigo condones — Le respondí. Me parecía mensaje suficiente para detener todo esto. Después de todo ella misma decidió nunca tener hijos.

— ¿Cuál es el problema? — Habló con una sonrisa pícara, continuando su labor. 

—  Creí que no querías... ni siquiera que haya una pequeña probabilidad. 

— Supongo que la monotonía me tiene a falta de adrenalina... ¿Qué crees? Además, no creo que suceda algo por una sola vez.

— Está bien, pero recuerda que no estamos solos... pronto puede llegar Sasuke.

— ¿No crees que eso lo hace aún mejor? — Iba a contestarle algo para volver a detenerla pues, estaba loca. Pero una tercera voz intervino en la conversación, no sé si para bien o para mal.

— No, en realidad lo hace más incómodo y desagradable de lo que parece — Pronunció mi hermano menor, dejando la mochila en el suelo y caminando directo para el pasillo que conectaba con la cocina y las habitaciones —. Pero bueno, en fin. Me avisan cuando terminan, ¿okey? 

   Finalmente Sasuke desapareció del escenario. Tenía la leve especulación de que escuchó todo y nunca nos dimos cuenta cuando ingresó al hogar. En todo caso, que silencioso era. Como era obvio, ni siquiera nos volteó a mirar pero creo que estaba enojado.

   Solo quiero que la tierra me trague, por favor.

Rosa Pastel [ItaSasu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora