Diciembre 31, 2014.
Soy una fiel creyente de los nuevos comienzos. Creo que cada año trae consigo nuevas oportunidades de volver a empezar y hacer las cosas mejores, claro, siempre y cuando los errores pasados no hayan dejado consecuencias permanentes.
Cuando descubrí que mi vida estaba siendo una farsa, me propuse nuevas metas, además de las que ya tenía. Me propuse enfocarme en mí y en esas metas, dejando a un lado cosas pasajeras como los noviazgos o amistades tan vagas como las que tenía, pero ¿Aún tengo oportunidad de un nuevo comienzo? Honestamente, no lo sé. Tendré que buscar a quien me destruyó y quizás lo tenga que ver por el resto de mi vida... Quizás, cuando ya no esté, él se quede con mi hijo.
Ugh, no.
—¿En qué piensas? —me pregunta Madison, sentándose a mi lado. Está cepillando su cabello para envolverlo en una cola.
—En muchas cosas. Mi mente es un tornado todo el tiempo—confieso.
—Deberías venir con nosotras, te haría bien distraerte por unas horas y de paso pedir un milagro—me sugiere mi hermana.
Desde pequeñas esperábamos el año nuevo en la iglesia y hasta ahora se ha mantenido la costumbre, solo que yo ya no voy desde hace un par de años, algo estúpido, ahora que lo pienso, quizás no estaría tan jodida si siguiera en el camino de la rectitud por el que iba.
—No, gracias, no tengo cara para pisar ese lugar.
—Oye, no es como que ellos lo sepan... A menos que a quien corriste a contarle se lo haya dicho a su madre y ella a alguien más y ese alguien a alguien más, entonces así hasta mamá lo sabe.
—Sí, me dejas más tranquila, gracias—ruedo mis ojos.
—No buscaba tranquilizarte—sonríe—. Espero que sepas cómo y cuándo decírselo a mamá, porque el tiempo corre.
Deja un beso en mi mejilla y sale de la casa, detrás de mamá.
Si pudiera poner en un proyector todo lo que está pasando por mi mente, se viera el caos que hay allí.
—Hubiera preferido los vómitos—susurro, secándome las rebeldes lágrimas que empiezan a rodar por mis mejillas. Últimamente he estado muy llorona, me he convertido en una Madison adulta.
No hay nada más poderoso que nuestra propia mente. Ella juega sucio, nos repite cada segundo lo jodido que estamos, acrecentando la gravedad del problema. La gente puede atacarnos y bien podemos ignorarlo con un poco de esfuerzo, pero ¿Nos podemos ignorar a nosotros mismos? ¿Cómo callar esos pensamientos que cantan a viva voz dentro de nosotros?
¿Qué tal si muero ahora? Podría ahorrarme muchas amarguras, hasta le ahorraría la posible mala vida que tendría mi bebé.
Quiero vivir, en serio quiero, pero no así. No quiero pasar el resto de mi vida sintiéndome estúpida, miserable.
Aborta.
No, no puedo hacerle esto a mi bebé. Siempre he querido ser madre, siempre ha sido uno de mis sueños.
No estás preparada para serlo, probablemente no estés para verlo, o no estén ninguno de los dos.
—Es solo una probabilidad de miles—me digo, sollozando.
Me hago un ovillo en el sofá y empiezo a sentir pánico. No puedo evitar mecerme de un lado a otro, preguntándome qué hacer.
—¿Qué se supone que debo hacer? —creo que ya estoy enloqueciendo, le estoy hablando a la nada—¿Debo acabar con mi vida? ¿Debo terminar con la vida de mi hijo? ¿Debo enfrentar las cosas a pesar de los riesgos?
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Amelie|Completa.
Non-Fiction"Sabía que el "Por ahora" solo era un preaviso de que tarde o temprano todo estallaría, pero me prometí vivir cada momento, prometí disfrutarlo al máximo y eso incluye este instante, porque cada segundo cuenta". Ser ordinaria nunca me ha molestado...