XLII|¿Destruyes a otros con lo que estás haciendo?

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Marzo 31, 2016.

Dejo mis sandalias a mi lado y entierro los pies en la fina y caliente arena del mar. Le marco a Peter mientras me recuesto en lo único que traje a la playa: una toalla.

—¿Recuerdas esto?—le pregunto cuando contesta.

Mi cabello enloquece con cada fuerte brisa y se me entra en la boca, pero lo ignoro—sobre todo porque no traje liga—.

¡Oh por Dios!—su rostro irradia sorpresa y su sonrisa es auténtica—¿Has seguido yendo?

Me encojo de hombro—Algunas veces—cambio la cámara frontal por la trasera y enfoco el mar, rompiendo en olas y dejando ver su hermosura. Estoy cerca de él, por lo que la espuma del final de las olas cosquillea mis piernas y va dejando poco a poco mis pies al descubierto—. Aquí me siento segura... Aquí siento que estás conmigo—confieso en un susurro.

Estoy contigo, Amelie, en cada lugar que pisas. Mi mente y corazón están contigo.

Aunque no puede verme, sonrío y mis ojos se cristalizan.

Estas últimas semanas siento que todo ha vuelto a su lugar y que solo quedan las cicatrices de lo que fue un pasado atroz ¿Será este mi respiro? ¿Por fin llegó mi momento?

Vuelvo a poner la cámara frontal y lo veo conmocionarse al igual que yo.

—Por primera vez en mucho tiempo siento que todo va a estar bien—revelo—. Por fin veo la luz en medio de toda esta penumbra.

¿Sabes, Amelie? Todo en esta vida tiene un propósito, un significado. Probablemente ahora no entiendas nada y te preguntes por qué, pero pronto entenderás todo, mirarás atrás y dirás: toda obra para bien.

A veces se nos hace tan difícil pensar que algo malo va a mejorar, las cosas se ven tan difíciles que dudamos, pero tarde o temprano todo pasa y terminamos entendiendo el mensaje, fuerte y claro; es cruel la forma en la que lo aprendemos, pero esa misma crueldad nos hace asegurarnos de que no cometeremos el mismo error otra vez.

—Lo sé... Lo sé.

[...]

—¿Dónde estabas?—me pregunta mi progenitora cuando entro a la casa.

Está sentada en el sillón, con su biblia en mano y un café en la mesita. Hace tiempo no la veía tan calmada.

Como que todo está cambiando drásticamente rápido.

—En la playa—revelo.

Tengo toda la intención de irme a mi habitación para sacarme la arena del trasero y de los dedos de los pies, pero ella interviene:

—¿Qué hacías ahí?

Modo serio.

—Ah... Un respiro—musito, estática en el mismo lugar, unos pasos frente a ella.

Conozco ese tono y esa calma. Está buscando la forma de enmendar todo lo que ha hecho en estos últimos... ¿Doce meses? Creo que más.

—Mmm, ya—deja la biblia en la cómoda y me mira por primera vez—¿Te sentías ahogada?

Querida madre ¿No podemos tener esta conversación después de que me bañe? La arena en mi lugar oscuro no es divertida ni cómoda.

—Un poco—asiento, encogiéndome de hombros—, estos últimos meses han sido una montaña rusa. A veces siento que estoy en un sueño, un muy largo, turbio y cansino sueño.

Su intensa mirada me incita a sentarme, pero me quedo en mi puesto. De verdad necesito un baño.

—¿Y funcionó?

—¿Qué?

—La arena, el mar...

—Oh sí, siempre funciona. Siempre aclara mis ideas, ordena mis pensamientos y me calma. Es como mi lugar.

Esto es incómodo. Tenía tanto tiempo sin hablar con Emma sin discutir que está pacífica charla me aturdía.

—¿Cómo supiste que ese era tu lugar?

Bueno ¿Y este interrogatorio?

—Ah... No lo sé. Solo fuimos una vez y lo decidimos.

—¿Fuimos?

—Sí, Peter y yo.

—Ah, okey—asiente, pensativa—. Quisiera tener un lugar también—musita, quedito.

—No es muy difícil tener uno, solo debes escoger un lugar que te guste mucho y te transmita paz, tranquilidad.

—¿Cualquier lugar?

—Sí, mamá, cualquier lugar.

Estoy empezando a cansarme de sus rodeos. Todos sabemos cómo terminará esto.

—¿Puedes... sentarte un segundo?—sus ojos me miran, suplicantes.

—En serio... En serio necesito un baño—uno mis dos manos al frente en señal de súplica—. Solo me baño y vuelvo ¿De acuerdo?

—Está bien—sonríe.

Corro como tiro al blanco a la ducha, sin toalla y con la ropa llena de arena. Ya pensaremos cómo salir del baño después.

Son las once de la mañana de un jueves, por lo que Madison no se encuentra cerca y solo estamos ella y yo.

Estoy nerviosa de lo que puede pasar a continuación. Mi madre no suele ser muy comunicativa, no suele admitir que se equivoca muy seguido, ella es... Terca.

Salgo de la ducha dando saltitos, tratando de no mojar mucho el piso, lo cual es inútil, porque termina igual de mojado que si hubiera caminado normal. Entro a mi habitación y me seco con rapidez, luego me visto con un vestido sencillo.

Vuelvo a la sala y la veo en el mismo lugar, mirando a la nada.

Esto es preocupante.

Me siento a su lado en silencio y espero.

—¿Cuándo y cómo te das cuenta de que cometiste un error y debes repararlo?

Jum.

—No hay una forma específica de saberlo, tampoco un tiempo, simplemente debes sentarte a pensar de vez en cuando si lo que estás haciendo está bien.

—¿Y cómo sé que lo que hago no está bien?

—Fácil ¿Destruyes a otros con lo que estás haciendo? ¿Te destruyes a ti?

Ella me da una sonrisa de "No te creo" antes de continuar.

—Vaya vaya ¿Quién te dio toda esa sabiduría?

Me encojo de hombros como la mujer sabia que soy—La vida, madre. La vida.

Nos quedamos en silencio unos cuantos minutos, un silencio cómodo y tranquilizador.

—Entonces ¿Nuevo trabajo?—me pregunta, alzando constantemente sus cejas.

—Mi primer trabajo, querrás decir—río—. Y aún no lo sé, solo voy a ser entrevistada de nuevo.

—Eso es solo montaje, ese trabajo será tuyo, ya verás—dice, sonriendo.

—Eso espero, porque es algo agotador tocar tantas puertas y no recibir respuestas.

—Cuando la espera es mucha la recompensa es grande—ella me giña un ojo y se pone de pie, dejándome sola en la sala de estar.

Bueno, esto no fue como esperaba. Esperaba un montón de preguntas sobre Madison y yo, esperaba disculpas... Al menos una charla más larga, preguntas sobre mí, mis intereses o lo que sea. Ni siquiera sé de qué van sus preguntas.

Mi mamá es algo rara, lo admito.

Amelie|Completa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora