¿Quién es San? [WooSan/SanWoo] (EN EDICIÓN)

Epílogo

Acababa de dar el último pago para el auto que había comprado para YeoSang. Finalmente, ese había sido regalo de graduación. WooYoung y Sannie habían seguido juntos, y pese a que tuvo ciertas complicaciones su matrimonio, para ellos realmente no había nada que realmente les impidiera seguir el uno con el otro. Eso era algo de lo cual WooYoung se sentía afortunado, puesto que sabía perfectamente que no todos los matrimonios ni parejas podían con ese tipo de unión para toda la vida. 
Agradeció al chico a quien le había dado el pago final y salió de la agencia de autos para subirse a su camioneta y regresar a casa. Sannie y su hijo, de ya veintiocho años, para poder festejar el cumpleaños de WooYoung. Tomó su teléfono que no había dejado de sonar desde que cruzó las puertas del lugar y contestó a la llamada de su esposo.

—¿Woonie?
—¿Qué pasa, amor?
—¿Ya vienes a casa?
—Sí, voy saliendo de la agencia —contestó con una media sonrisa, encendiendo su auto—. ¿Por qué?
—Nada, sólo mera curiosidad —del otro lado de la línea, un Sannie de mechas rojas sonreía ampliamente recibiendo a los invitados—. ¿Tardarás en llegar?
—No creo. Si no hay mucho tráfico, puede que llegue rápido.
—Está bien, bebé, aquí te esperamos.

WooYoung colgó y salió del estacionamiento con una amplia sonrisa. Conociendo a Sannie, no dudaba que estuviera planeando una especie de sorpresa. 
Al salir de aquel lugar y entrar a la avenida, el peligris pensaba en lo que había sido de su pequeño —ya no tan pequeño—, hijo. Realmente le parecía impresionante la cantidad de cosas que tenía en común y las similitudes que habían entre él y su mejor amigo que en paz descanse.

—YeoSang... —suspiró mirando hacia el frente, apoyando su sien en su puño que yacía apoyado por su codo en el umbral de la ventana—... si tan sólo estuvieras aquí para ver a este niño. Es una copia de ti y no porque yo quisiera —sonrió levemente, deteniéndose en un semáforo en rojo—. No cabe duda que eres tú en su cuerpo. 

Aquellos pensamientos se vieron interrumpidos al entrar una llamada en su teléfono nuevamente. Miró el número y era desconocido, pero igual contestó.

—¿Si?

Silencio.

—¿Bueno?

Frunció el ceño al no recibir respuesta alguna. Alzó ambas cejas y colgó mirando la pantalla.

—Quizá número equivocado.

Volvió a dejar el teléfono en el asiento del copiloto y centró su vista nuevamente al frente, regresando a sus pensamientos. Mientras tanto, por otro lado, unos ojos entre color azulados y verdes miraban desde el auto que se encontraba a un lado de la camioneta de WooYoung con suma atención. El pelinegro al volante, desbloqueó su teléfono y envió un mensaje de texto al número al cual acababa de llamar. WooYoung, tomó de nuevo su teléfono y leyó aquello.

"¿Me extrañaste, WooYoungie?"

El pelinegro alzó la comisura de sus labios un poco sin dejar de ver la reacción del peligris que estaba en un completo estado de shock.

—Las condenas nunca se cumplen, WooYoung —susurró sin dejar de mirarlo por la ventana de sus vidrios polarizados—. Pero los juramentos sí. Y tú serás mío.

Después de todo, veintiún años entre prisión y el psiquiátrico no fueron suficientes para que San recapacitara. 

Él iba por WooYoung.