P r ó l o g o

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17 de Abril del año 2000

Queens, Nueva York


A sus nueve años la vida le sentía de maravilla. Todo a su alrededor tenía felicidad, amor y ciencia. Su talento esquivaba las dificultades que se le presentaron, y con su radiante sonrisa opaca a los males que intentaban golpearlo.

Su infancia sería recordada por siempre. Mientras tuviera a la música y a la ciencia de su lado.

Con un globo amarillo en manos caminó de regreso a casa, su hermano mayor lo vigilaba por detrás mientras platicaba con su novia. Esa mañana había comenzado muy bien, su hermano lo llevó al parque de diversiones y le compró todas las golosinas que quisiera. Claro, a cambio debía comportarse con la novia de su hermano. Quien claramente no le agradaba demasiado.

Para Connor, la chica era extraña. Siempre usaba vestidos cortos y revelaba mucha piel para su edad. Y sobre todo siempre tenía colores oscuros en su rostro. Connor nació como un niño genio. Como su hermano y su padre. Y sabía perfectamente que una chica de dieciséis años debía vestir decentemente o por lo menos debería limpiar de su rostro los tonos oscuros que la hacían parecer un monstruo nocturno.

Se tragó sus malos comentarios cuando su hermano le había comprado el globo amarillo. Ese color era su favorito. Y los globos le fascinaban por su delicadeza y su suave textura. Además, volaba tan alto con una prisa impresionante. La primera vez que vio un globo, supo que en su segunda vida sería uno. De un intenso color amarillo.

—Enano —lo llamó su hermano—. Vamos a comprar algo de beber.

Se detuvieron frente al minimarket y compraron golosinas y bebidas suficientes para continuar el largo trayecto a casa. Debido a la fobia que Connor tenía al subir a los autobuses, cuando salía a lugares no tan lejos de casa, tuvo que acostumbrarse a caminar.

De un instante a otro se distrajo al ver a una pequeña tortuga caminando sobre el recién restaurado pavimento. Se ató el globo en el cinturón y se agachó para ver mejor al lindo animal. Su hermano lo perdió de vista porque estaba más concentrado en el beso que le dio su novia. Y no se percató del movimiento fugaz del infante.

Connor creyó que sería divertido hacerle una broma a su hermano. Tomó a la tortuga y se echó a correr antes de que se dieran cuenta.

El camino estaba adornado de lindas casas y muchos árboles.

Sin embargo, la carrera para encontrar un escondite se frustró cuando escuchó a una niña llorando. Sentada sobre la acera, con sus manos cubriendo su rostro y a sus pies había una pecera rota y vacía. Notó el agua esparcida debajo de sus zapatos elegantes y supuso que su mascota acuática había ido a la otra vida.

Se acercó tras pensarlo un segundo.

—Oye, deja de llorar —le dijo con su chillona voz infantil—. Espantarás al resto de los niños.

La niña levantó su cabeza, permitiendo que Connor apreciara la belleza de la infante. Su cabello rubio oro no era la única cosa que llamó su atención. Sus ojos intensamente azules lo atraparon al instante. Supo en ese preciso momento que el color azul sería su nuevo color favorito.

La niña era una belleza total. Alguien a quien no podrías ignorar fácilmente. Eso lo entendió en ese breve momento. Tragó la saliva que se le reunió en su faringe y le sonrió, enseñándole los dientes que le faltaban.

—Estás chimuelo —acotó la niña limpiándose las lágrimas con su cabello. Sus palabras poco podían entenderse.

Connor retrocedió un poco al percatarse del extraño acontecimiento. Jamás había visto a alguien limpiarse las lágrimas con el cabello, especialmente cuando el cabello tenía chicle.

—Y tu eres rara.

Esa tarde, Connor había conocido a una amiga que le alegraría todos los días en adelante. Como obsequio de cumpleaños tardío, le dio la tortuga y su globo amarillo. Lo que jamás olvidaría fue la sonrisa radiante de la niña.

A pesar de ser dos años menor que él, era muy lista y muy bonita.


No te pierdas la historia destinada de estos dos niños que al pasar los años crecerán.

Eternamente Destinados |editando|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora