16|Huyamos

36 17 4
                                    

Janesse


Alguna vez creí que me enamoré de alguien, yo era una adolescente de quince años que estaba enfrentándose a una etapa delicada después de sobrevivir a un accidente inoportuno. Estaba iniciando la preparatoria, era muy solitaria y poco conversadora, yo misma me marginé. No tenía la inspiración adecuada, ni siquiera algo por lo que pudiera sentirme feliz y bien conmigo misma. Mi mente había renacido a los quince años, era como si jamás tuve un pasado, como si todo lo que sabía fuera irreal y solo un sueño borroso, por la misma razón fue más complicado.

Había asistido a terapia.

Y como mencioné, era muy dócil en aquel entonces, todo era ajeno, extraño y confundible a tal punto de que cualquiera podía llenarme la cabeza de mentiras.

Así como sucedió con mi terapeuta.

Recordar algo sobre ese tiempo me hace miserable. Y recordar que si no hubiera sido por los celos protectores de Kenner, quizá mi vida se habría acabado a los quince años. Todos me manipularon a su antojo, excepto mi hermano, quien siempre se ponía de mi lado y se usaba así mismo como un escudo para protegerme.

En el colegio usaban la excusa de que todos éramos jóvenes e inexpertos en temas sobre la vida. Se justificaban con esas mismas palabras todo el tiempo. Después de humillar, golpear o tener peleas verbales grotescas, los adolescentes más quisquillosos usaban su dinero y la excusa para librarse de las consecuencias.

Lo entendía, pero no tenía la fuerza de voluntad para hacer algo al respecto. Y me dejé pisotear muchas veces. En casa, en el colegio, en todas partes.

Creí que me enamoré. Mi terapeuta era once años más grande que yo. La verdad es que sentí tantas cosas cuando lo tuve a mi lado. La adrenalina mezclada con la sensación inexplorada que podía llamarse deseo. Eso me generaba aquel médico. Y él me hizo creer que los dos estábamos sintonizados en la misma dirección.

Mis tormentosos recuerdos se desvanecen cuando Connor me llama. Pestañeo un par de veces, aturdida, y lo observo.

—¿Estás bien?

—Sí, todo está bien —acoto en voz baja—. ¿Deberíamos irnos ya? La verdad es que tengo que llegar a casa.

—Por supuesto. Yo también tengo que regresar al hotel —respondió—. Te llevaré a casa ¿te importa?

—Prefiero que no lo hagas —aclaro enseguida—. No es una buena idea. Mis padres son muy incapaces de convivir con gente espectacular como tú.

Connor sonríe.

—Es la primera vez que alguien me dice eso. Una buena técnica para evadir muchas cosas que relacionen a los padres y los hogares.

Sonrío.

—Bueno, tengo que sobresalir sobre el parecido que tengo con tus pasados de la infancia y la adolescencia ¿cierto?

Entonces la relajada expresión de Connor se congela.

Creo que dije algo incorrecto.

—No quise decir eso. Sonaba mejor en mi cabeza.

—Está bien. Me gustaría que fuera así contigo —sentenció—. Prefiero que sobresalgas con tus extrovertidas formas de hacer las cosas que recordarme al pasado. Me gusta así. Es fresco y nuevo.

Me siento orgullosa de ser quien soy por primera vez.

Nos ponemos en marcha, yo con mi bolsa de compras y él ocultando parte de su rostro gracias a la gorra negra. No hay silencio que nos invada, nos hacemos preguntas constantemente, tenemos la intención de aprovechar cada segundo, de conocernos lo más rápido que sea posible. Es como si el tiempo se nos acabara y lo sabíamos.

Eternamente Destinados |editando|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora