𝑪𝑨𝑷𝑰́𝑻𝑼𝑳𝑶 V𝑰𝑰𝑰

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Capítulo ocho

Cupido

El pequeño niño corría por los extensos pasillos del palacio dando pequeños saltitos mientras que de sus labios salía el tarareo de la canción que recién había aprendido en sus clases de música. El lugar estaba sumergido en una relajante serenidad, pues aquel día en especial le agradaba estar en donde su madre.

Cruzó cientos de puertas a su al rededor que ni siquiera les prestó atención, pues su vista estaba fija en contar las tantas flores que acababa de recojer del jardín. Para él eran hermosas, pues iban desde sus favoritas como los girasoles, hasta aquellas preciosos tulipanes, las cuales quería hacerlas un pequeño ramo y así poder regalarselas a su madre.

Antes de que el pequeño niño pudiera seguir con su camino paró, pues se vio interrumpido por la gran figura de su padre posado frente a él.

—Louis—le llamó agachando un poco su cuerpo para quedar más cerca de su estatura.

—¿Si padre?

—Necesito que hagas algo.

—Pero necesito poner estas en agua—hizo un puchero renegando.

—Lo harás después. Esto es importante—expresó serio.—Necesito que le lleves esto al tío Hades a la salida.

Su padre colocó sobre sus manita libre un pequeño frasco de cristal, el cual contenía un desconocido líquido color turquesa.

—¿Qué es esto padre?—preguntó con suma curiosidad.

—No te corresponde esa información. Lo único que tienes que saber es que es demasiado importante, ten cuidado con romperlo—advirtió.

—¿Es peligroso?—preguntó inocentemente.

—No lo es, solo es muy valioso—respondió.—Ahora apresúrate. Hades casi se va.

El pequeño asintió por última vez para después dar la vuelta regresando por el camino que anteriormente cruzó.

Pasó por los pasillos hasta llegar al enorme patio del palacio de su madre, Hera. A Louis le encantaba venir a este lugar por ciertos días con su familia, pues le maravillaba el vasto terreno de jardín que significaba para el lugar. Le hacía recordar a un largo bosque en el cual podría perderse, y le encantaba inventar aventuras en el, ya que normalmente no le dejarían salir solo.

El pequeño observó con curiosidad el frasquito en su mano, para después encogerse de hombros, pues probablemente los adultos nunca le contarían de que iba por más curioso que fuera y lo guardó en la pequeña bolsita de tela que cruzaba sobre su pecho junto con las flores.

Continuó con su camino observando cada detalle del magnífico jardín, tratando de no perderse nada y recordarlo para cuando regresara a su casa, hasta que notó una inusual figura sobre uno de los árboles.

Se acercó con curiosidad hasta el tronco en un espacio que le permitiera observar con un mejor ángulo. Observó la pequeña figura de un niño de más o menos su edad el cual apuntaba con un arco una inusual flecha dorada. Este era parecido a él a excepción de una enorme e inusual diferencia pues detrás de su espalda descansaban unas blancas y pequeñas alas.

A Louis definitivamente le cautivó el pequeño niño.

—¿Pero qué haces?—el dios gritó para que se pudiera escuchar su voz hasta la altura del árbol.

El niño trepado dio un respingo al escucharle llamándolo y volteó hacia su dirección precipitado, soltando torpemente la flecha la cual claramente no dio a su objetivo, pues sólo llegó a estrellarse contra unos arbustos. Louis soltó una risita ante aquello.

Laurel || l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora