Capítulo IV

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A la mañana siguiente, y luego del recorrido matutino con la señora Paulina, Candy se dirigió a la misma parte del jardín donde había llegado la noche anterior. Se dejó caer sobre el pasto y aspiró el aroma de los narcisos.

—¡Mmmm! Que exquisito aroma  —cerró lo ojos y permaneció así por unos minutos hasta que escuchó ruidos. Se sentó como impulsada por un resorte y miró todo a su alrededor y se encontró con la curiosa mirada de... —¡Oh Por Dios ! Es un Coati real—dijo emocionada. —No eres peligroso ¿verdad? —Sería una pena que lo fueras —se dirigió al pequeño animal que ladeaba la cabeza de forma curiosa y se acercó a ella de manera amistosa —podemos ser amigos —musitó acariciándolo —me alegra saber no estaré sola de después de todo —el Coati se retorció ante las caricias recibidas —sabes, me siento un tanto perdida en este lugar, no sé exactamente que sucederá conmigo, estoy abrumada y triste con todo esto —suspiró. Esa mañana recibió la mala noticia que su hermano Albert fue enviado a una expedición especial junto a todos los de su grupo y que tardaría un mes en volver. —Tu también lo estas ¿verdad? — le preguntó a su nuevo amigo de cuatro patas, tras ver como sus ojitos se entristecían.

Después de varios minutos en total silencio, la joven rubia miró detenidamente al pequeño Coati; sonrió ante la loca idea que le cruzó por su cabeza. Sacó su varita mágica. Te lanzaré unos hechizos para que al menos tu seas feliz.

—Ojos de sapo, patas de rana que seas feliz toda la semana.

—Alas de murciélago, cola de lombriz, que hoy y siempre seas feliz.

—¡Listo! con esos son suficientes para ti —dijo sonriendo —ahora lanzaré unos cuantos para mi, no quiero tener problemas con nadie —se apuntó con su varita y comenzó a decir:

—Uñas de gato, plumas de gallina, que siempre me lleve bien con todas mis vecinas —con este me cubrí de las enemistades —dijo riendo entre dientes —Ahora resguardaré mi corazón —muelas de hipopótamo, cuernos de dragón, que nunca nadie hiera mi corazón —suspiró al recordar al chico de la noche anterior —Este otro es para verme mas bonita —Escobita, escobita, que cada día me vea mas bonita.

El sonido de risas provenientes de lo alto del árbol que la resguardaba del inclemente sol, hizo que alzara la mirada y se encontrara con aquel par de ojos azules que la veían divertidos... <<Abrete tierra, trágame y escúpeme muy lejos de aquí>>

—Creo que el último hechizo que te haz lanzado ha surgido efecto —dijo el joven castaño saltando de la rama en donde reposaba —¿En dónde los aprendiste? —rió de medio lado —¡Wow! Vaya que son poderosos. —Ven aquí Klint —el pequeño Coatí saltó a sus brazos.

—¿¡Klint!?

—Ese es su nombre —sonrió acariciando la cabeza del pequeño Coatí —pero aún no me has dicho en dónde has aprendido esos poderosos hechizos.

—No hay necesidad de que te burles —Sus mejillas ardían de vergüenza.

—No lo estoy haciendo, Pequeña Pecosa

—Te agradecería que no me llames de esa manera, ya te he dicho cual es mi nombre y es así que me gusta ser llamada —frunció el ceño.

—Vaya genio —lanzó un silbido y sacó su varita mágica —¿Cómo era? —se golpeó la frente con el dedo indice de su mano libre —ah si, si, lo he recordado —apuntó hacia ella —Alas de murciélago, cola de lombriz, que hoy y siempre seas feliz.

De la nada Candy comenzó a reír sin control alguno.

—Jajajaja, jajajaja —no mas por favor —jajajaja, jajajaja —deténte

—Te dije que tu hechizo era poderoso pero no me creíste —dijo él divertido y a la vez extasiado de escuchar su risa cantarina.

—No lo son —jajajaja, jajajaja,  —son solo hechizos de mentira de cuentos infantiles jajajaja, jajajaja.

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