O9; La estrella del norte

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CAPÍTULO O9

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—Igual, no deberíamos hablar de eso si estamos rodeados de todas estas personas —comentó mirando en todas direcciones.

—¿Siempre cargas un arma contigo? —pregunté curiosa en cuanto él metió su mano en el bolsillo de mi abrigo para tomar mi mano y así guiarme a un lugar más apartado del Festival, quizá a unos cuantos metros en el mismo parque.

—La única persona en este lugar que no lleva un arma consigo, eres tú, y eso porque olvidaste como usarlas —contestó mirando al frente, deteniendo nuestro paso al rodear la oscura silueta de una fuente bastante grande, con una estatua de un Ángel con alas rotas en su centro—. Se supone que son para protegernos en todo momento —tomó asiento en el borde de la fuente, justo junto a un pequeño cartelito grabado en la piedra.

"La fuente del Ángel Caído".

—¿Ya no tienes más preguntas? —elevó una se sus cejas.

—¿Qué hay en el cementerio? —continúe sentándome a su lado.

—No lo sé —habló encogiéndose de hombros.

No miente.

—¿Cómo qué no lo sabes?

—Se supone que si llegas más allá del cementerio, encontrarás una salida de Cloudville o al menos eso es lo que he escuchado —comentó con poco interés—. Pero directamente en el cementerio no lo sé, solo las personas mayores de treinta años tienen permitido ir.

—¿Es en serio? —asintió, pero su mirada no había estado en mí desde hace rato—. ¿Qué miras?

—La estrella del Norte —señaló con su dedo la más brillante estrella en el cielo, justo sobre unos árboles a quizá cincuenta metros de nosotros.

—Ah...

—Dicen que si la sigues, encontrarás lo que más deseas en tu camino —giré a mirarlo con gesto de extrañes, aunque de diversión, él al darse cuenta de que lo hice, me miró igualmente—. ¿Qué? —dijo sonriendo.

—¿Y ese lado romántico de donde salió?

—Ya quisieras —soltó riendo, cosa que me hizo reír igualmente.

—Si siguieras esa estrella, ¿Qué crees que encontrarías? —subí mis piernas y las abracé por el frío, mirándolo atentamente.

—Creo... —murmuró pensativo, subiendo una de sus piernas y posando su brazo sobre ella—. Literalmente, saldría del pueblo si la sigo —rodé mis ojos y él estalló en carcajadas por mi acción.

—Ahí estás. Por un momento creí qué seguirías con cosas lindas y románticas, me ilusionaste, lo acepto. ¿Fue porque arruiné el momento? —y con eso, ambos reímos.

—¿Estás usando tacones? —preguntó ladeando la cabeza al fijar su visita en mis pies.

—¿Qué tiene de malo?

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