11; Yo soy Dylan Mackenzie

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CAPÍTULO 11

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   Los cuervos que se refugiaban en las copas de los árboles volaron lejos de ellos tras la detonación del disparo de la escopeta en mis manos. Papá miraba el árbol con un agujero mientras sonría. Otra vez había fallado. Me quejé chasqueando la lengua y dejando caer mis brazos aún sosteniendo la escopeta, estaba decepcionada, pero aún así, el hombre de cabello negro no dejaba de sonreír.

—¿Por qué sonríes?  —pregunté girando a verle.

—Creí que le habías apuntado al árbol —abrí mis labios con ofensa a la par en que mis ojos se entre cerraban. Eché una mirada a la casa a unos metros tras de nosotros, mamá y el abuelo nos observaban desde allí, pero Oliver no estaba con ellos, en realidad, ni siquiera había venido.

—¿Por qué Oliver no vino? —le tendí la escopeta al de ojos café, quien la tomó y ambos cambiamos de puestos.

—Creímos que te sentirías más cómoda sin él —comentó apuntando con la escopeta al melón que teníamos a una distancia no tan lejana, en realidad.

Papá daba mucho más miedo de lo que Oliver llegó a darme, del que Cloudville llegó a darme. Pero cuando estaba en su estado alegre no parecía más que un hombre amigable que se escondía tras una fachada estricta, pero al parecer, esa también era una fachada. De todos modos, ya había pasado una semana en donde no quise salir de mi cuarto más que para las consultas con el doctor Hosterman, porque incluso comía en mi habitación, digamos que todas esas sorpresas me tenían abrumada, porque como si fuera poco y esa pesadilla recurrente con que siempre olvidaba, sumado al hecho de que las dos únicas personas que me hacían sentir bien, ni siquiera las he visto. Si, las cosas se estaban poniendo de mal en peor.

Oliver estaba quizá hasta peor que yo con el caso de no querer salir de su habitación, oí a mamá comentar que casi no comía y que tampoco quería ver a nadie. No sabía nada de Hiden, y sabía que en cuanto hablara con él debía disculparme por aquella reacción. Sin embargo, no quería verle porque su acusación me había afectado bastante.

—¿Lo golpeaste muy fuerte? —pregunté tras haberme quedado callada, pensando, mientras él disparaba a los melones.

—¿Qué te hace creer que lo golpeé? —giró a verme, ladeando la cabeza. Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal por el simple hecho de que no había algún vacilo en él, nada que me indicara que estuviese mintiendo.

Y lo peor, era que yo sabía que mentía.

—Lo hiciste —le acusé fruncido el entrecejo con confusión.

—¿Lo hice?

—Si.

—No lo recuerdo —aseguró encogiéndose de hombros, volvió a tomar la escopeta entre una firme posición y una vez más disparó tras haber recargado. Volvió a darle al melón.

¿Cómo era posible?, yo sabía que él mentía, y sabía cuando los demás lo hacían, pero si no fuese por lo que vi esa noche, le hubiese creído.

...

—¿Cómo vas con tu memoria, Dylan? —preguntó el abuelo Arnold con aquellos ojos café que había heredado de los Mackenzie.

—Poco a poco detalles pequeños aparecen en mi cabeza —contesté jugando con la comida.

Vuelve a mí © CloudvilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora