26; Snow y Oliver

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CAPÍTULO 26

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    Hay momentos en los que el peso que cargas sobre tus hombros empieza a volverse más difícil de llevar, sobre todo si hablamos de un tiempo limitado. Generalmente, prefería tener mi mente en otra cosa que no fuese el tres de enero, mi posible muerte no era mi tema favorito, pero era imposible no pensar en ello cuando noviembre parecía que llegaría a su fin en un parpadeo.

Dylan aparecía muy ocupada como para aparecerse por un espejo, yo intentaba hablarle de vez en cuando, pero parecía más un ritual de invocación ante el espejo que una llamada. El chico de capucha y máscara no volvió a hacer aparición, ni por el espejo del baño, ni por ningún otro. Oliver se encerraba en su habitación tal como aquella vez del incidente en el Festival del espantapájaros, no le había oído salir en ningún momento, aunque si veía a la Doctora Smith entrar a su habitación, al igual que a Bianca de vez en cuando.

Aquella chica rubia era lo que me hacia olvidar momentáneamente todos esos problemas de dimensiones e identidad, suponía que ella se sentía deprimida por Oliver, así que también buscaba distracción. Bianca salía con Finnegan y Hiden en ocasiones, me invitaba a ir con ella, pero después de lo ocurrido en la mansión Collins era un poco más difícil estar cerca de Finn. Claro que, aunque aquel chico que me parecía encantador y a la vez aterrador por el pensamiento de ser el posible asesino del tres de enero, no dejaba de causarme curiosidad el misterio que giraba al rededor de los Collins.

Por parte de Hiden, no sabía demasiado. Bianca me había dicho que era normal verle salir de noche y perderse por el pueblo, que ni ella sabía a donde solía dirigirse, pero que volvía en la madrugada sano y salvo.

El abuelo Arnold venía a visitarnos, sobre todo ahora que Connor no estaba. Aparentemente, papá había salido de viaje por unos cuatro días y Teresa había ido con él, ya que, según mamá, él necesitaría de sus servicios. Paul contrató temporalmente a una mucama que se encargaría del trabajo de Teresa en la mansión durante esos cuatro días, yo no sabía a quien había contratado, ya que llevaba dos días en la habitación de Dylan viendo un maratón de caricaturas mientras lloraba en el suelo frente a la televisión. Irónico llorar por miedo a perder la vida cuando a penas tenía memoria de octubre.

No entendía que me molestaba de morir, es decir;

¿Qué iba a extrañar?

A este punto, siento que solo quiero sobrevivir por capricho.

—Dyl —llamaron desde el pasillo tras llamar a la puerta—, ¿Te sientes bien? —reconocí la voz de Oliver, era tan suave y preocupada que no podía compararla con nadie más, excepto con Ágata Mackenzie.

Sabía que si respondía mi voz se escucharía ronca por el llanto, incluso ahogada. Oliver no era ningún tonto, se daría cuenta.

—¿Dylan? —insistió. Sequé mis lágrimas con rapidez, me levanté del suelo y cuando estuve por dirigirme a la puerta para evitar que entrara, esta ya había sido abierta lentamente, él asomando su cabeza por la ranura.

Su rostro seguía tan atractivo como siempre, aunque en ciertos aspectos se veía cambiado como por ejemplo sus ojeras eran muy visibles. Su cabello había crecido, y posiblemente la última vez que lo ví peinado con aquel lindo copete, fue el día del Festival del espantapájaros. Ahora su cabello podría cubrir sus cejas a la perfección, por lo que pude verle peinarse hacia atrás con su mano.

Vuelve a mí © CloudvilleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora