—Capitán, ¿cree que es prudente seguir en esta isla tan rara?
—Claro que si, Edmundo, ese tesoro será mío sin importar las...
De pronto un sismo hizo quedar mudo al capitán. La jungla en la que se encontraban era la más extraña que hubiera recorrido en todos sus años buscando tesoros. Los bosques tenían una tenue neblina oscura que no dejaba ver más allá de su nariz y una ligera corriente les susurraba las espaldas. Los ruidos calaban el corazón haciéndolo retumbar como si de un tambor se tratara. La respiración era sólo una efímera existencia que por ratos se olvidaba y la tierra era húmeda, pegajosa, esponjosa y de un extraño color rosado oscuro.
Caminaron a pesar de que no sabían con lo que se podían encontrar más adelante. Ya se habían encontrado con una horrenda criatura sin rostro y completamente de negro que acabó con cinco de los veinte hombres. Más adelante, se encontraron con una mujer que no podía parar de llorar. Allí se quedó un grupo de diez, ninguno pudo evitar el profundo pesar de su corazón. Solo quedaban cinco de ellos más el capitán, quién no daba su brazo a torcer a pesar de la pérdida de sus hombres.
—Capit... capitán... ¿Oyó eso? —cuestionó Edmundo.
—Calma, ya estamos cerca. ¡Nos haremos ricos! Eso amerita este sacrificio.
Otro sismo los hizo detenerse, pero este era fuerte al punto que les impidió seguir caminando. Pronto todo quedó en silencio. Sus bellos se les erizaron, nada se oía. Ni siquiera sus respiraciones. Y pronto una sensación de faltarles el aire los recorre. El frío caló de a poco sus entrañas, pero el capitán no movía ni un músculo. Es como si no le afectara en lo más mínimo. Cuando todo pasó y sus respiraciones se volvieron a oír comenzaron a caminar con más calma.
—Uf, menos mal que nada pasó.
De entre medio de los árboles salió una gran masa de murciélagos que arañó a cada uno de ellos mandándoles al suelo, en un vago intento por defenderse. La tierra comenzó a temblar con fuerza, como dando aviso de no continuar con su viaje. Pero su capitán no desistió y continuó a pesar de que sus hombres ya no estaban en sus facultades. Uno de ellos hablaba con su mano y se reía solo, otro miraba a cada lugar y se sobresaltaba, el tercero se mantenía en silencio apenas si pestañeaba, el cuarto... bueno, el cuarto ya era historia. El único que parecía mejor era Edmundo y el capitán.
Cuando llegaron al lugar, los demás no atendieron a la orden de su capitán. Excepto Edmundo que con rezongó comenzó a cavar en el lugar que le indicó. A cada palada la tierra temblaba. El viento gritaba avecinando algo peor. Edmundo seguía cavando a pesar de que no quería y cada palada era peor que la otra. A la última capa de tierra comenzó a temblar para luego quedarse dormida.
—¡Saca ese baúl!
Edmundo suspiró y sacó el baúl. Al tocarlo una corriente recorrió su brazo y sintió ganas de salir corriendo. Fue tan potente como el deseo de acabar con su vida ahí mismo. Tragó saliva cuando vio a su capitán abriendo el baúl. Cerró los ojos y esperó el grito. Pero este nunca llegó. Abrió un ojo y vio al hombre con el ceño fruncido.
—¿Qué sucede Capitán?
—Está vacío.
—¿Qué...
De pronto una risa resonó por todo el lugar y la tierra se movió. Los árboles cayeron como si fueran agua, los cerros explotaron en llamaradas. Toda la poca vida que había desapareció. Solo estaban ellos. La risa se oyó con fuerza mientras el cielo se descargaba como si quisiera golpear a esos hombres por su imprudencia.
—Ilusos, no saben lo que han liberado. ―Se carcajeó una espesa niebla antes de ir por los hombres.
—¿Qué sucede?
El chico apenas pudo contener las lágrimas. Ninguna palabra salía de sus labios. Sentía que algo se había roto. Algo que había tenido enterrado durante muchísimo tiempo. Algo se liberó y no entendía cómo. Sentía que su alma se estaba escapando de entre sus dedos, mientras sus recuerdos estaban siendo liberados después de llevar años sin recordar ni su nombre.
—Ya sé... quién soy ―dijo de pronto.
—¿Quién?
Antes de poder responder la tierra comenzó a temblar y sus ojos se colocaron rojos mientras miraba a la mujer frente a él. Ladeo la cabeza con lentitud mirándola sin pestañear. Ella se removió en su asiento y apretó sus manos. Tragó saliva observando como a su alrededor una espesa neblina negra comenzó a tragarse cada mueble. Su aliento de pronto se hizo visible y sus dientes castañearon. Volvió a tragar saliva, pero esta vez, más audible. Miró, casi hipnotizada por su aura, al joven a pesar de no querer.
―¿Qui... ¿Quién eres? ―El joven sonrió mostrando su dentadura blanca y enderezó la cabeza.
—Soy tu sombra.
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Mini Relatos
Short Story¿Qué tienen en común un chico lindo, un apocalipsis y la fama? No lo sé, pero algún relato sobre ellos encontrarás. ¿Es fantasía o realidad? ¿Qué hay de malo en mi? ¿En serio quieres vivir sin intentarlo? Eso lo tendrás que descubrir tú. ¡Adentrat...