La muñeca

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Cuando la niña creció un poco su padres le dieron una caja. Su dueña corrió hacia la caja donde encontró una muñeca de hermoso pelo blanco con rizos y unos ojos cafés brillante, su piel de porcelana canela hacía un contraste que a los ojos de la niña era lo más bonito que había visto. Encantada con esa muñeca, la niña jugaba con ella por días enteros y noches en las que le contaba sus sueños y anhelos. Con el tiempo fue a la escuela a donde llevó la muñeca, todos querían jugar con ella. Pero con el tiempo las demás comenzaron a traer consigo otras muñecas y a ojos de la niña, se veían mucho más hermosas que la suya. Su muñeca estaba sucia, rota, y ya no parecía brillar. Mientras más la miraba más fea la encontraba. Sus compañeras jugaban y reían con las muñecas mientras la niña apretaba sus dientes y su boca formaba una línea. Se levantó de su asiento y se fue a otro lugar, se sentó y sus manos las apretó tanto que se hizo daño y de sus ojos brotaban gotas saladas. Al volver a su casa dejó su muñeca tirada. La lanzó con fuerza, como si de alguna forma esa muñeca fuera la culpable por no ser tan hermosa como las de sus compañeras.

—¡Por qué no eres tan hermosa como ellas! —dijo la niña y bajó corriendo las escaleras.

Llorando le rogó a su madre que le comprara una muñeca tan bella como la de sus compañeras. Su madre la miró con ternura.

—Cariño, no puedo comprarte otra muñeca. La que tienes es valiosa.

—¡Sí, puedes! ¡Tú no me quieres! —le gritó y salió corriendo.

Se fue a sentar en el patio mientras de sus ojos no paraban de brotar ríos, sus manos hacían puños y se enterraba las uñas.

—¿Por qué tiene que ser así?

Miró el cielo en busca de respuesta, pero este solo se quedó en silencio contemplando el sufrimiento de la pequeña. Al pasar los días, comenzó a buscar a su muñeca, dió vuelta la habitación y no la encontró. Bajó corriendo las escaleras para ir donde su madre.

—Mamá, ¿Has visto mi muñeca?

—No, querida. ¿La has buscado bien?

La niña asintió y siguió buscando sin encontrarla. Se fue al patio, donde lloró y culpó al cielo por la pérdida de su muñeca. En la escuela, se peleaba con todos, culpandolos de que su muñeca se perdiera, por ser fea. Ellos tenían la culpa de lo que le pasaba. Sentía un vacío en su alma y la culpa era de los demás.

El tiempo paso y la niña se convirtió en adolcesente, y veia como sus compañeras se volvian bellas y brillantes igual que las estrellas, igual que sus muñecas. Sin embargo, ella sentia que no brillaba. Se miraba en el espejo y se vió opaca, fea y sucia. Cayo de rodillas ante el espejo y sus hombros se comenzaron a agitar. Grito y se desgarro por dentro hasta que se quedo en silencio mirando a la nada. Ida, en otro mundo.

La adultez llegó en un pesteñear de ojos, y sus sentimientos seguian siendo los mismos. No sabia como quitarlos. Probó de todo, se baño, se limpió, botó todo lo que no le servía. Cambió su imagen, pero aun seguía sintiéndose igual. Ya no sabía qué más hacer, culpo a todos de lo que le pasaba, pero por alguna razón sentía una pesadez en sus hombros cada vez que lo hacía. Hasta que se miró en el espejo y vio a su reflejo apuntando a ella misma.

—Tú eres la responsable. Tú me hiciste esto —le dijo el reflejo.

A lo que ella cayó al suelo dándose cuenta de lo que había hecho. De cómo había llegado a esa situación. Sus labios comenzaron a tiritar y se rodeó con los brazos. Permaneció por lo que le parecieron años y de pronto se levantó.

Caminó por la calle cabizbaja, sin darse cuenta a dónde se dirige. Perdida en sus pensamientos y su jaula mental. Cuando levantó la cabeza se dió cuenta de que estaba en la casa de su niñez. Hace mucho que no venía por aquí, una puntada en el corazón se le instaló. Recuerda los gritos y como no le dirigió la palabra en años, al haber perdido su muñeca.

Levantó la mano y la dejó en el aire por varios segundos antes de tocar la puerta. Una mujer le abrió, sus ojos brillaron como dos faroles y una sonrisa se instaló en sus labios.

—Cariño, bienvenida —le dijo la mujer abrazándola. Sus hombros temblaron bajo ese calor que la rodeaba, por esa sensación que hace años no sentía.

Pasaron horas hablando con ella y su corazón frío como el hielo poco a poco recuperó algo de calor. Cuando se sintió más tranquila, subió las escaleras hasta llegar a su habitación. Seguía igual, las paredes pintadas de rosa, su cama en medio cubierta por un plumón rosa y su baúl azul en la parte de abajo de la cama. Se acercó a la cama y comenzó a buscar. Abajo no había nada. Luego recorrió toda su habitación, dio vuelta su ropa, los muebles pero sin encontrar la muñeca que buscaba. Miró el baúl, ella no metería esa muñeca en ese lugar. Sin embargo, algo la instó a buscar allí. Se agachó y lo abrió. Había montones de juguetes que ni siquiera sabía que tenía. Sacó cubos, pelotas, muñecos, peluches, osos y muchos otros juguetes que ni siquiera recordaba su nombre, pero no veía a la muñeca. Cansada de sacar tanto juguete se sentó y miró hacia la nada, pero por alguna razón volvió a buscarla. Siguió sacando cosas del baúl, y cuando creía que no la encontraría vio el color blanco. La sacó con cuidado y tragó saliva. Ahí estaba aquella muñequita que alguna vez le pareció tan brillante y hermosa. Se sentó y la abrazó, descargando su llanto en aquella pequeña habitación. Con lágrimas en sus ojos miró el baúl y a la muñeca que de apoco comenzó a brillar tanto que la habitación se iluminó de un color blanco. Sonrió, nunca se le había ocurrido buscar adentro. Nunca pensó que lo que buscaba, estaba en el lugar que menos esperó.

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