¿En serio quieres vivir sin intentarlo?

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¿Has dejado de hacer las cosas que te gustan? Ah... recuerdo que sí. Las he dejado de hacer por el que dirán, por no ser lo suficientemente buena, por miedo, vergüenza. Lo que he dejado de hacer fue danzar. Danzar con la delicadeza de una mariposa y la majestuosidad de un colibrí. Mi familia no tenía cómo pagarme clases de danza, y ellos tampoco sabían de mí afán por ella. De hecho, nunca se los dije, ni a ellos, ni a nadie por miedo. Que podía hacer una chiquilla soñadora que se imaginaba en los más grandes escenarios danzando junto a sus compañeros. O en pequeños escenarios bailando y disfrutando. O solo haciendo el mimo y riendo, disfrutando de hacer el ridículo. En eso quedaron, sueños de una chiquilla que ansiaba y sentía la música en su corazón, que recorría su sangre como si en ella llevara llaves y notas musicales. Sueños que nunca se fueron, que ardían en mi piel y me picaban cada vez que una melodía sonaba. No tenía idea de danza, pero mi cuerpo me lo pedía y me decía: hazlo, y yo se lo negaba. Siempre recuerdo la sensación de esa música recorrer mis sistemas y es como si pudiera estar ahí y danzar. Cierro los ojos y me imagino moviéndome al son de la música. Cada que recuerdo un nudo se instala en mi garganta y mis ojos pican pidiendo que descargue esa emoción, pero no me lo permito. ¿Qué más vas a reprimir? Ah... me imagino bailando y mis labios se curvan hacia arriba. Limpio mis ojos antes de continuar escribiendo aquí. Me faltó valentía para decir que me gustaba. Para bailar sin que no tuviera idea y que me pedía con fuerza desde adentro. Pero mis nervios y ansiedad tomaban protagonismo impidiéndome decir o hacer algo. Nadie en mi familia bailaba, no sé de dónde saqué esa curiosidad hacia ella. No sé si me gustaba justamente porque era imposible, ya sabes, eso que te es prohibido lo quieres con más ahínco, no lo sé.

Si pudieras hacer realidad tus sueños te diría que los hicieras. Hazlo, sin importar que te lo impida. Hazlo con vergüenza y miedo, pero hazlo, no te quedes con el: ¿qué hubiera pasado si? Podrás fallar o acertar dependiendo del punto de vista, pero lo habrás intentado y no te habrás quedado con la incertidumbre. Mi consejo sería, ja, quien soy para aconsejar, pero bueno, sería: hazlo, hazlo sin importar si eres bueno o malo. Solo hazlo y verás el regocijo porque lo intentaste. No te quedes como yo, lamentando y deseando haberlo hecho. Porque ese sentimiento jamás te deja y queda un vacío que no se llena a pesar de los años.

—Margarita.

Levanta la mirada hacia la joven que sonríe y frunce el ceño.

—¿Quién es Margarita? —sonríe con dulzura y le quita el libro de las manos.

—¿Te gustó el libro?

—Se lee triste, ¿sabes si cumplió su sueño? ―La joven mira sus manos y luego levanta la mirada con un deje de melancolía en su rostro.

—Es tarde y hay que entrar, hace frío.

—¿A dónde vamos a entrar?

—A dormir.

—De acuerdo.

—¿Entonces le gustó el libro?

—¿Qué libro?

La joven mira hacia el suelo y le da una sonrisa de boca cerrada antes de conducirla a la habitación. La mira quedarse dormida antes de volver a salir y recoger el libro. Pasa los dedos por el rugoso material rojo y un tanto desgastado en sus esquinas. Abre la tapa con delicadeza. Una elegante caligrafía adornaba el color amarillo crema de la primera página dándole la bienvenida, y donde se podía leer:

—De Margarita para Margarita. ¿En serio quieres vivir sin intentarlo?



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