Bienvenidos al teatro

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Paso mis manos por las estanterías repletas de máscaras. Algunas de ellas tienen dos colores, otras, tienen plumas y perlas brillantes. Otras, por el contrario, están sin color esperando a que alguien le de una pincelada. Hay otras que se toman con un pequeño palo, con elásticos o con cintas de colores. Hay de todas las preferencias, gustos y años. Cada uno le da diferentes significados y cada una de ellas tiene su propia historia de porqué fue creada. Cada una guarda distintos miedos, interrogantes y secretos de quien la portó alguna vez. Algunas, simplemente no quieren que nadie se entere de lo que esconden. O por el contrario, aún se encuentran en blanco deseando contar o mostrar algo en sus diseños. Las miro girando en torno a ellas y rio con mis brazos levantados. Cada una de ellas me ha acompañado a lo largo de toda mi carrera. Han sido mis mejores amigas y mis peores enemigas.

Suspiro y me limpio el sudor de las manos en el pantalón. Me paseo por la estancia escuchando el resonar de mis zapatos haciendo eco en las paredes y en lo más profundo de mi alma. He esperado este momento mucho tiempo y nada puede fallar.

Miro las máscaras, ¿Cuál de ellas me pondré? Aún no lo decido, todas son igual de importantes y guardan un lugar especial en mi corazón. Sé a lo que me enfrento, pero necesito tiempo para decidir cuál de ellas será la que me hará el honor de acompañarme. Sé cuál de ellas me protege, sé cual me traicionará y me dejará un vacío en mi interior, y también sé cual se irá para no volver.

Me acerco al mueble de maquillaje mirando las distintas tonalidades que hay encima. Los colores que usaré ya están definidos desde que nací. Tomo una brocha y con cuidado esparzo el color cubriendo esas partes que nadie puede ver hasta el final del acto. Escondiéndolas de las miradas curiosas: ¿pero para qué? ¿para proteger esas partes o para no ver la verdad? A veces por la primera, otras, por la segunda. Miro las formas de mi rostro con una sonrisa. Cada marca ha sido pincelada con cuidado.

Camino de vuelta a la estantería sabiendo cual es la elegida el día de hoy. Suspiro, mientras miro mis manos y levanto la mirada. Que ganas de sacármela y gritar: ¡este soy yo! Pero no puedo, no está permitido, ¿o sí?

―¡Miguel, salimos en dos minutos! ―dice uno de mis compañeros de trabajo.

Asiento mientras tomo la que elegí y la acomodo. Tomo una respiración profunda mientras cierro mis ojos unos segundos. Al abrirlos, boto un suspiro rápido y camino hacia donde se encuentran posicionados mis compañeros. Cuando entro a la sala está en completo silencio, expectante de lo que ocurrirá. Miro a cada uno de los ojos que me ven o creen verme, sintiendo como me juzgan, como me miran con seriedad, melancólicas, efusivas, sonrientes.

La obra termina provocando que los presentes se levanten mientras damos la reverencia como cada vez que se desarrolla una obra, ya sea que haya salido bien o mal. Al levantar la vista puedo ver cada una de sus máscaras mientras aplauden y me pregunto: ¿Por qué nos escondemos?

Antes de que se vayan, decido hacer mi último acto dando un paso delante de mis compañeros que no entienden qué sucede, pero por respeto no dicen nada. Las personas dejan de aplaudir dándome toda su atención, por lo que trago saliva y cierro los ojos.

―Todos tenemos máscaras. Si les dijera que hay detrás de esta radiante sonrisa saldrían corriendo. ―Tomo una pausa para mirarlos―. Pero ya no quiero callar, porque... ¡porque este soy yo!

Cuando quito mi máscara los gritos no se hacen esperar. Me carcajeo. Grito desgarrándome por dentro al sacarla porque me está quemando cual ácido. Mi piel se desprende poco a poco dando paso a la real. La que nadie quiere ver. La que parece un cauce torrentoso de dos ríos devastando a su alrededor, llenando la estancia de una luz violeta. Caigo arrodillado, sintiéndome extrañamente libre. Entre medio del caos me pregunté: ¿Qué personajes interpretan hoy en el gran teatro de la vida? y ¿Cuántos están dispuestos a quitarse las máscaras?

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