Capítulo 18

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Después de un buen rato llorando y sin separarme de Iván, llega la hora de volver a la realidad.

- Creo que tengo que volver a la cabaña - digo mirando a Iván y separando mi cuerpo de el suyo.

- ¿Estas segura? - pregunta Iván.

- La verdad es que no estoy segura de nada - le contesto mirando hacia otro lado que no sea a él -. No sé lo que me voy a encontrar cuando llegue. Tengo un poco de miedo porque no sé cómo actuar delante de él sabiendo lo que ha hecho - termino diciendo.

- ¿Sabes...? - empieza Iván -. No te va a pasar nada porque yo te voy a ayudar en todo - se va acercando a mí despacio y cuando ya está lo suficientemente cerca para tocarme, me agarra de la cintura con los brazos y me pega a su cuerpo.

- Lo sé - cierro los ojos.

Después de unos minutos, nos encaminamos los dos agarrados de la cintura hacia el motel.

- Ten cuidado - me dice Iván agarrando mi cara con sus dos manos -. No te va a pasar nada.

Asiento y lo abrazo fuerte. Me dirijo por el sendero hacia la cabaña. No sé cómo lo voy a mirar a la cara después de saber todo lo que ha hecho y de creer conocer el porqué lo ha hecho.

Abro la puerta de la cabaña y entro despacio. Todo está en silencio y a oscuras. Creo que en la parte de abajo de la cabaña no hay nadie por lo que puedo percibir. Ando sobre la tarima de madera despacio sin hacer ruido. Siento que algo va a pasar y que algo va realmente mal.

- ¿Hola? - decido preguntar por si hay alguien.

Nadie contesta a mi pregunta.

Percibo un leve respiración en la parte de la cocina conectada con el salón.

- Te estaba esperando - escucho que me dicen.

Giro mi cuerpo hacia la voz que me ha hablado pero no logro ver nada. Escucho que activa un interruptor y se enciende la lámpara que hay en la mesa pequeña del salón. Álvaro aparece sentado en una esquina del sofá.

- ¿Qué tal te ha ido? - pregunta con un atisbo de sonrisa en un lado de su boca. Va vestido con un pantalón de chándal gris oscuro, botines negros y una sudadera negra. Todo oscuro, como lo es la cabaña.

- ¿Por qué lo preguntas? - pregunto nerviosa y sin saber cómo reaccionar a la situación.

- ¿Acaso te crees que me chupo el dedo? - dice mirándome fijamente -. ¿Te crees que no sé dónde has estado y con quién? No tienes nada que hacer conmigo.

- ¿Por qué haces esto, Álvaro? - pregunto intrigada por toda esta situación -. ¿O debería llamarte Alex? - le digo mirándolo fijamente y sin echarme atrás.

Sonríe e incorpora su cuerpo hacia delante con los codos apoyados en las rodillas, mirando hacia el suelo.

- Veo que has investigado todo - expande su sonrisa -. Chica lista.

En ese momento caigo en que faltan mis otros compañeros a los cuales dejé con él cuando salí de la cabaña.

- ¿Dónde están los demás? - pregunto mirando hacia las escaleras.

- ¿Te importa eso? - responde con otra pregunta.

- Me importa todo lo relacionado con mis amigos - recalco la última palabra.

- ¿Yo no soy tu amigo, Laura? - se levanta del sofá y se acerca a mí lentamente. Voy dando pasos hacia atrás conforme él los va dando hacia mí.

- Después de todo lo que he descubierto creo que ya no - contesto con firmeza -. ¿Por qué haces todo esto? - pregunto por segunda vez.

- ¿Sabes...? El día que llegué a casa y no había nadie, estaba solo en casa y a las horas tocaron el timbre y abrí esa puerta - explica pausado y mirando por detrás de mi hombro - ví a dos agentes de policías. Creí que me iba a desmayar, cuando me dijeron que mis padres habían sufrido un accidente de tráfico y que no habían podido sobrevivir - gira la cabeza y cierra los ojos y por un momento creo que va a llorar pero cuando abre los ojos no tiene ningún atisbo -. Pregunté porqué había sido y explicaron que fue un choque con otro coche en los que iban los Señores Muñoz - aprieta la mandíbula con lo que va a decir a continuación - y que ellos habían sobrevivido al choque. Sentí una impotencia y mucha rabia de saber que mis padres ya no podían vivir más pero que mi amiga podía seguir disfrutando de ellos y poder seguir haciendo las cosas que hacen las familias: disfrutar. Y yo ya no tenía nada - terminó relatando.

- Yo no tengo culpa de nada de eso - digo con los ojos vidriosos por la situación.

- Si - dice -. Si la tienes. La tienes porque siempre lo tienes todo. Tienes siempre lo mejor y nunca alardeas de nada en específico. Tienes la culpa de todo - sigue avanzando hacia mí.

Doy pasos hacia atrás y mi espalda chica con la encimera de la cocina y la rodeo cómo puedo la poner una barrera entre nosotros.

- No tienes idea de nada - replico.

- Si que la tengo, Laura - me responde -. Siempre la tengo. Y quiero verte sufrir por todo lo que me has hecho.

- ¡Yo no te he hecho nada! ¡Entiende! - grito desesperada -. Mis padres iban circulando cuando un coche se les cruzó por delante y chocaron. Mis padres iban bien, los que iban mal eran tus padres, Álvaro. Tus padres iban conduciendo mal y en muy mal estado - dicho más calmada -. No intentes echar las culpas a nadie cuando los únicos que tienen la culpa de no haber sobrevivido son tus propios padres.

- ¡No digas nada! - me grita enfurecido.

Intento buscar una salida en la que no me pueda coger. Salgo por al lado de la encimera corriendo y subo las escaleras rápido. Escucho y siento y los pasos corriendo detrás de mí. Corro y lloro, no veo nada porque está todo oscuro y mis ojos no me lo permiten. Hasta que siento una mano en mi tobillo que me tiran al suelo y un golpe en la cabeza. Lo veo todo oscuro.

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