XVI

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La noche estaba fría.

Los helados vientos golpeaba con fuerza las ventanas mientras que escuchaba como los pinos se movían de un lado a otro, cortando el aire y haciendo ese característico silbido, era relajante de cierta manera escuchar todo eso, me hacía sentir bastante bien conmigo mismo, como si estuviera en paz.

La pava estaba sobre la hornalla de la cocina, mientras que yo cebaba los mates con tranquilidad, escuchando cómo la cafetera molia los granos de café, haciendo que un leve olor a café invada la cocina, ese olor me relajaba más de lo que estaba, además de darle un toque de calidez al ambiente, dejando de lado esas fachas de abandonado que tenía en un principio cuando entre, pero es increíble cómo una cabaña puede perder ese toque de abandonó cuando prendes las luces y la chimenea, mientras que el olor a comida o a bebidas calientes lo rodeaban todo, es como si esas simples acciones hicieran de esto un hogar cálido y amoroso.

En el imperturbable silencio escuché como una ventana era abierta, con aparente sigilo, haciendo que sonría con tranquilidad dando un sorbo al mate, tanteando si en mi cintura seguía mi pistola, y ahí seguía, dando un cierto toque de tranquilidad, a pesar de saber que una pistola no lo pararía.

El Nazi apareció en la cocina, entrando con un porte y seguridad muy característicos de él, empuñando un arma en su mano diestra, en una clara advertencia de que no haga ninguna pelotudes.

—Guarda eso y sentate— le pedí mientras escuchaba como la cafetera terminaba de moler los granos y servían el café en una taza, haciendo que camine a la misma y se la entregué al Nazi, que aún de manera desconfiada se sentó delante mio en la mesa y acepto el café.

—¿Sabías que iba a venir aquí?— pregunto en un español algo duracel, cuantos años sin practicarlo habrá tenido.

—Algo me lo decía ¿Y Alemania?— hizo un gesto de desagrado, mirando a la ventana que estaba detrás mío.

—Ese niño se volvió muy rebelde, tuve que encerrarlo— ahora yo hice una mueca de desagrado, todavía cebando mis mates, al Nazi no le gustaban y por eso siempre lo esperaba con un café cuando venía, raras veces, pero venía.

—Te tiene miedo— le aseguré con tranquilidad— y no confiaba en mi así que supongo que es lo mejor— aseguré rascándome la nuca— ¿Qué tanto falta?

—Lo sabrás— se limitó a decir sin quiera tocar la taza de café que le habia preparado, ese era un claro indicio de que no confiaba en mi, en fin, no lo culpaba, yo lo termine traicionando y aprovechándome de sus científicos.

—Cuánto— presione para que me diera una fecha precisa, pero este solo guardo silencio mientras gruñía por lo bajo. No me iba a decir una mierda— Los aviones ya partieron, nadie sospechaba nada, cuando muera, todo se va a desatar, así que elegí muy bien el momento.

—Tu solo encárgate del inglés, es el único cabo suelto que queda— susurró, todavía con una mano sobre el arma que reposaba en la mesa.

—Estoy en eso, se me complica un poco por lo amargado y recto que es— murmuré mientras dejaba de lado el equipo de mate.

—¿Estás perdiendo tus dotes?— pregunto burlón, haciendo que lo mire molesto.

—Te voy a dar tremenda patada en el orto que te va a dejar inválido así que no me rompas— Nazi soltó una risa ronca, completamente encantado con mi amenaza.

—Sigues siendo un chiquillo revoltoso— le saque la lengua a modo de molestar mientras le sonreía.

Nazi borró su sonrisa casi de inmediato y se puso de pie tomando el arma en la mesa, supongo que ya se iba, pero antes quería asegurarme, quería dejar seguro de que no lo lastimaría.

—Decime que no lo vas a lastimar— pedí deteniendolo tomando la manga de su abrigo, justo cuando se había dado la vuelta dispuesto a abandonar el lugar— por favor, Alemania ¿va a estar bien?— básicamente suplicaba para que me dijera algo, para que se volteara y me enfrentará para que me diga que no le iba a pasar nada.

Aunque sea mentime, por favor.

—Te preocupas mucho por el— susurró dándose la vuelta, serio— ¿tu interés por mi hijo va más haya de una simple amistad?

—Sabes bien por qué pregunto— le dije molesto soltando su abrigo, apoyándome en la mesada— Alemania a pesar de habernos distanciado en estos años, yo todavía lo quiero, lo conocí desde que era muy chico y siempre estuvo muy agradecido conmigo por recibir inmigrantes alemanes— explique con simpleza, a pesar de eso ser algo que Third Reich sabía.

—¿Deberia sentirme celoso?— pregunto acercándose a mí, su rostro estaba completamente serio, se acercaba a mí a pasos lentos, muy lentos, acorralandome contra el mismo.

  Me quedé callado, viendo sus ojos carmín, tan brillantes, con un claro fulgor en su mirada, una amenaza escondida en sus iris, mientras que sus pies se desplazaban por el piso de madera, hasta terminar entre mis piernas, con una distancia mínima separando aún nuestros rostros, Third Reich sabía perfectamente lo que hacía, aún recordaba como hacerme sentir inseguro y sumiso, sin mencionar que a mí siempre me gustó dejarme llevar con él.

—Es tu hijo— susurré viendo sus labios de manera inconsciente.

—Rusia también era hijo de URSS— carajo, bueno, admito que me acosté con muchas personas (tal vez demasiadas), pero eso no significaba que le dé a todo lo que se mueva.

—Con una mierda o me besas o te vas.

Le dije molesto. Nazi sólo sonrió, como si me tratará como un niño, luego, acercó su rostro al mío, mientras yo lo miraba expectante, pero luego, tomó mi mentón y lo hizo a un lado, plantando un beso en mi mejilla que me dejó shoqueado. Third Reich se dio la vuelta y se alejó de mí desapareciendo de nuevo, dejándome completamente solo en aquella cabaña.

—Hay muchos queriendo ocupar tu lugar rojito— susurre cuando caí en cuenta que me rechazó.

Tome la tasa de café que había preparado y le di un largo trago dejando la tasa a la mitad.

—¿Cómo puede tomar esta mierda?— me pregunte mirando la tasa con asco para dejarla de nuevo en la mesa.

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Cortito pero importantísimo.

Niños malos [#C.H 1] |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora