Capítulo 23: El tesoro.

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.Harlen Brooks.

Definitivamente la quería en su casa. Por dos razones, primero, él la quería en su cama, y no, no iba a profundizar en los motivos de eso, y segundo... no se fiaba tanto de Yelehen como para seguirla. Conociéndola, podía guiarlo hasta un bar de strippers o algo así, solo para reírse.

Condujo sabiendo que ella lo seguía detrás, ambos habían decidido no tomar alcohol esa noche, sabiendo que luego tendrían que volver en su propio auto. Y quizás también, porque querían evitar el fantasma de lo que había ocurrido la última vez que bebieron juntos, en La Isla.

Aunque eso parecía hace años luz de eso, la Yelehen que conocía en aquel momento se sentía diferente a la que ahora estaba invitando a su casa.

Su celular comenzó a sonar por los altavoces en cuanto comenzaron a cruzar el puente, estiró su mano para aceptar la llamada, sabía que era ella.

— ¿Por qué estamos cruzando el puente a Conobaur?

Sonrió, escuchándola tan desconcertada: —Si... ¿Recuerdas cuando dijiste que África se sentía ahogada en un departamento? Bueno, soy igual que ella, la idea de vivir tan lejos del suelo me desagrada. Y como sabrás, es imposible encontrar una casa en esta ciudad obsesionada con los edificios.

— ¿Así que vives en los suburbios? Puff... pequeño detalle –Murmuró— y por supuesto, tu casa está al norte.

— ¿Cómo lo sabes?

—No hay tanta delincuencia ahí, es un buen lugar para alquilar.

—No la alquilo, es una antigua propiedad familiar –estaban saliendo del puente, vivia a pocas calles de ahí.

— ¿A la mañana no te quedas atascado en el tráfico? –volvió a escuchar la voz de Yelehen.

—Depende la hora. Pero de todas formas aprendí a salir con el tiempo de sobra.

—oh, yo no podría soportarlo. Soy demasiado impaciente –se rio de ella— ¿Qué?

— ¿Impaciente? ¿Tu? No lo había notado –Bromeó, recordando la vez que la ayudó a sacar aquella bola verde bajo su sillón— como que tu pelota anti estrés no me había dado una pista.

—Ja, cuando tengas una úlcera de aquí a... cinco años, hablamos. Desearas haber tenido una.

— ¿úlceras? ¿Esas cosas previenen las úlceras?

—No... —admitió— pero no tengo dudas de que ayudan a liberar estrés, que es la principal causa de las úlceras.

—No estoy seguro de que eso sea cierto...

—Bueno, está bien, no son la principal causa de las úlceras ¡Pero sin duda las empeoran!

—No lo entiendo...—Harlen soltó una risa mientras lo decía, por alguna razón, toda esa charla era divertida— ¿Por qué te preocupan tanto las úlceras? ¿Acaso tienes?

—Mira... según mi doctor y África, no. pero cuando llegaste a la oficina, juro que tuve una.

Soltó una carcajada, recordando ese día. Ella había estado distante, pero se la notaba tensa, el pensar que la había alterado lo suficiente como para que creyera tener una enfermedad crónica, le resultaba divertido.

—Bien, es aquí...—Murmuró, luego de la risa.

Si ese primer día, alguien le hubiera dicho que terminaría dejando entrar a su casa a la arpía de la oficina, habría pensado que se trataba de una mala broma. Pero ahí estaba, abriendo la puerta y encendiendo la luz para ella, insistiendo en que le contara más sobre las ficticias úlceras que supuestamente él le había provocado, mientras la veía avanzar por la sala.

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