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Aquellos momentos de deseo, aquella loca necesidad de abrazarla, de besarla, habían pasado y, al día siguiente a primera hora, regresarían a Great Falls, de vuelta a sus vidas normales y separadas.

Dedicó a Joss una confiada sonrisa mientras empezaban su última sesión privada con Barbara. Como habían hecho durante toda la semana, se sentaron en la mullida alfombra que había junto a la chimenea mientras Barbara ocupaba un sillón a cierta distancia de ellos.

—He disfrutado mucho trabajando con vosotros dos durante esta semana —dijo Barbara—. Dentro de unos días os mandaré un breve cuestionario. Espero que os toméis el tiempo necesario para contarme lo que os ha parecido esta experiencia y lo que ha funcionado y lo que no para vuestra relación.

—También ha sido una semana estupenda para nosotros, Barbara —dijo Joss. Harry asintió, satisfecho como siempre con el encanto natural de su secretaria.

Sería una esposa estupenda para cualquier hombre, pensó, tratando de reprimir una punzada de pesar. Tenerla sería un auténtico logro en la vida de cualquiera. Pero él no la quería como esposa. La necesitaba desesperadamente como secretaria.

—De acuerdo —Barbara unió sus manos y sonrió—. Hoy vamos a experimentar algo divertido. Las parejas no tardan mucho en dar el sexo por sentado. Las noches de largas caricias e interminables jugueteos suelen terminar pronto tras la boda.

Harry sintió que el corazón le daba un vuelco. ¿Qué pretendía Barbara que hicieran? ¿Practicar algún juego íntimo allí mismo, en la biblioteca, ante ella? Seguro que no. Miró a Joss y vio que su rostro reflejaba la misma ansiedad que él sentía.

Barbara rió.

—Deberíais veros las caras. No os preocupéis, no soy una mirona empeñada en compartir unos momentos íntimos con vosotros. De hecho, no quiero que os acariciéis en un sentido sexual, aunque sí quiero que os toquéis el uno al otro.

—¿Qué quieres decir? —Harry trató de no mostrar la aprensión que sentía. Tocar a Joss, de cualquier manera, se había convertido en una exquisita forma de tortura.

—Empezaremos contigo, Harry —dijo Barbara—. Quiero que explores el rostro de Joss con las manos.

Harry miró a Joss, preguntándose si alguien más en la habitación podría oír los fuertes latidos de su corazón

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Harry miró a Joss, preguntándose si alguien más en la habitación podría oír los fuertes latidos de su corazón. No quería tocarla... porque deseaba con toda el alma hacerlo.

Enmarcó su rostro con las manos y luego miró a Barbara.

—No estoy seguro de lo que quieres que haga.

—Cierra los ojos. Simula que tu única forma de ver es con los dedos —explicó Barbara—. Empieza con el pelo y luego sigue por el rostro.

Harry cerró los ojos y desató el pañuelo que sujetaba el pelo de Joss en la nuca. Los sedosos mechones resultaban maravillosamente eróticos contra las palmas de sus manos. Comprendió que había soñado con hacer aquello desde que la vio con el pelo suelto la mañana que fue a recogerla a su casa.

Tras disfrutar un rato con aquello, deslizó las puntas de los dedos por su frente, por sus perfectamente arqueadas cejas y a lo largo de su nariz. Su piel era mucho más suave de lo que había imaginado.

Sus mejillas desprendían calor y cuando deslizó los dedos con ligereza por sus labios, Harry abrió los ojos y la miró.

¿Cómo era posible que hubiera considerado al¬guna vez a Joss como un chica del montón? Sus ojos color ámbar despedían un brillo que lo dejó sin aliento. Sus largas pestañas revolotearon un momento cuando apartó la mirada, avergonzada.

A continuación fue ella la que exploró los rasgos de Harry. Las puntas de sus dedos estaban frías y temblaron ligeramente cuando las deslizó por sus cejas y mejillas. Cuando le tocó los labios, él sintió que el fuego que había estado latente en su interior se inflamaba en llamas.

Sintió el aliento de Joss en el rostro, cálido, dulce y ligeramente agitado, demostrando que ella también se sentía afectada por aquel ejercicio de ca¬ricias.

—De acuerdo —la voz de Barbara rompió el embrujo. Joss apartó las manos y Harry dio un pro¬fundo suspiro.

—Ahora las manos —dijo Barbara—. Quiero que os exploréis mutuamente las manos.

El corazón de Harry volvió a latirle descompasadamente en el pecho. Quería salir de allí, alejarse de Joss. Pero, en lugar de saltar y marcharse de allí corriendo, en lugar de hacer una escena, tomó las manos de Joss entre las suyas.

Pequeñas. Delicadas. Harry nunca había imagi¬nado que unas manos pudieran ser tan eróticas.

—Solo voy a poneros un deber más —dijo Barbara al cabo de unos momentos. Harry soltó las manos de Joss, agradecido por la interrupción—. Quiero que esta noche exploréis vuestros cuerpos. Quiero que toquéis y acariciéis todos los rincones, excepto las zonas erógenas más habituales. Los brazos, las pier¬nas, las rodillas, los hombros... Quiero que ambos os deis cuenta de que hacer el amor no es solo una cuestión de tocar los órganos sexuales. Tomaos el tiempo necesario para descubrir esas secretas zonas erógenas que todos tenemos. Y eso es todo —concluyó, levantándose.

Harry saltó de la alfombra como si un pie invisi¬ble le hubiera dado una patada. Joss también se puso en pie, con las mejillas a juego con la camiseta roja que llevaba puesta.

—Nos vemos a la hora de cenar —dijo Barbara. Con una sonrisa, salió de la biblioteca.

—Vaya —dijo Harry, forzando una animada son¬risa—. Esto sí que ha sido intenso.

—Demasiado, para mí —dijo Joss, sin mirarlo—. Ese es un deber que no vamos a completar.

Harry sintió una punzada de remordimiento. Cuando Joss iba a salir, la tomó por el brazo.

—Lo siento, Joss. No sabía en qué nos estába¬mos metiendo cuando planeé esto.

Joss se apartó de él y se encogió de hombros.

—No te preocupes.

—Pero no sabías que te iba a toquetear cuando aceptaste hacerte pasar por mi esposa —Harry miró su rostro, buscando algún indicio de que no estaba enfadada, de que todo iba bien—. Necesito saber que podemos dejar todo esto atrás cuando volvamos al trabajo.

—Claro que podemos —dijo Joss, aunque sin mirarlo.

—¿Estás segura?

—No hay problema —contestó Joss, mirándolo finalmente—. Cuando volvamos a la oficina me qui¬taré el anillo, tu volverás a ser el señor Styles y yo recibiré la gratificación que hará que todo lo sucedido merezca la pena.

Harry sintió una extraña decepción al oír mencionar el dinero, aunque no entendía por qué. Sabía desde el principio que Joss había aceptado inter¬venir en aquella farsa por dinero.

Sus sonrisas, su risa, incluso el beso que habían compartido, habían sido parte de su interpretación, una interpretación necesaria para ganarse la gratificación y para que él pudiera conservar a Robinson como cliente. La base de todo era el dinero. Por un momento casi lo había olvidado.

—Si no te importa, creo que voy a echarme un rato antes de cenar. Me duele la cabeza —dijo Joss.

Harry sonrió.

Perfect (Harry Styles & Joss  Samuels) FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora