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10 | Aventura Secreta
"Nos amaremos en el silencio de un secreto mientras nuestras almas mudas no digan nada aunque sientan todo."



—¡Es todo por hoy!—Finalicé el entrenamiento de hoy justo cuando Serafín logró hacerle una llave a Ovidio antes de casi golpearlo contra el suelo. Me acerqué a ellos y antes de que pudiera darme cuenta, Ovidio me abrazaba efusivamente.

—Gracias, morrita, gracias, ese pinche salvaje casi me ahorca. ¡¿Saben qué me hizo, Iván y Alf?! ¡Pónganme atención chingao y defiéndanme como los hermanos mayores que son!

—¿Y por qué no te defiendes tú?

—Toy' chiquito.—Con una sonrisa me crucé de brazos oyendo la exageración que Ovidio hacía mientras que los demás se encargaban de estirar sus músculos.

—¿Qué te hizo Serafín, Ovidio?

—Primero me jaló y me dijo "ven pa' cá".

—¿Y qué le dijiste?—Pregunté.

—Yo le dije "lento" y me hizo tra-tra.—Con sus manos al aire fingió ahorcar a alguien mientras que sus ojos se abrían desmesuradamente.

—Pobrecito hombre, no seas tan brusco, Serafín.—Antes de que él pudiera responder, le guiñé mi ojo para comprender que todo era broma y que sólo le estaba siguiendo el drama a Ovidio, quien pareció no percatarse de aquello cuando me abrazó por los hombros señalando acusatoriamente a su amigo.

—Es un salvaje.

—Si, si pero ahora vámonos de regreso que se nos hizo muy tarde y el señor Joaquín me regañará.

—Ya oyeron plebes, lento y sin prisa.—Respiré hondo para no responderle a Alfredo y tomé mis pertenencias comenzando a caminar fuera del campo de entrenamiento. Hice sonar la alarma del carro de alta gama y último modelo en el que había venido casi que volando después de que se me hiciera tarde al despedirme de mis amigos quienes me prometían volver a visitarme cuando acabara con el trabajo y volviera a Estados Unidos.—¡Oye, ese es mi carro!

—¿Acaso te olvidas de la apuesta el día de los arrancones?—hablé con burla ya subida en el carro.

—Eres una ladrona.

—Y tu un manco que no sabe acelerar un carro para ganar un arrancon.—Detrás de Alfredo, quien me miraba cruzado de brazos parado a un lado de donde estaba yo, pude alcanzar a escuchar las risas de los demás, no le di más vueltas al asunto y tampoco esperé una respuesta por lo que me metí al carro que Joaquín me había permitido tomar de la cochera de la hacienda cuando le expliqué el motivo del por qué su hijo debía prestarme el que yo escogiera. Me tomé el tiempo para oír el sonido de su motor esperando el momento indicado para hacerlo rugir y por fin salir detrás de la caravana donde ya iban los demás con los escoltas.

En un tiempo moderado llegamos por fin a la ciudad de Culiacán con la oscuridad de la noche que recién caía haciéndonos compañía.

Repiqueteé mis dedos sobre el volante del Corvette rojo, inquieta de ir a una velocidad tan lenta siguiendo la caravana. Mordí mi labio inferior cuando una idea que parecía genial cruzó por mi mente, sin embargo, no me percaté del peligro hasta que segundos después de haberme echado un par de trompos con el carro las sirenas de la policía se hicieron sonar, así como la luz parpadeante se vio reflejada en las paredes de las casas y edificios a los costados de la calle.

Maldije para mis adentros y tomé mi teléfono celular que comenzaba a sonar.

—¡¿Qué crees que haces?! ¿Cómo te los vas a sacar de encima ahora, Ivana?—La voz de Alfredo sonó por el parlante del celular, el cual alejé de mi oreja para evitar aturdirme.

Aventura Secreta | Alfredo Guzmán |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora