XVIII. La arpía saca las garras.

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El octavo mes de embarazo llegó con la enormidad de la panza de Ji Min, que ya no podía levantarse por sí mismo, sus pies hinchados le dolían cada vez más, luchaba cada mañana para salir de la cama, dejando detrás la ropa de Yoon Gi, que ya casi no tenía su esencia, ya que la había olido tanto que se estaba gastando y siendo reemplazada por su propio aroma, su depresión aumentó al punto en que perdió su voz después de insistirle a solas a Yoon Gi, cuando Hyu-Na no estaba, pero él seguía firme en su falta de recuerdos, así que terminó rindiéndose y aceptando que él ya no iba a volver a su lado. No hablaba, no sonreía, no reía, apenas y podía caminar por la casa haciendo las cosas que su barriga le permitía, sin agacharse ni un milímetro, si se sentaba necesitaba ayuda para levantarse, comía solo por obligación, por no desnutrir a sus hijos antes de su nacimiento, pero su demacrado aspecto dejaban claro su profundo sufrimiento, cosa que preocupaba a aquella mujer que había sido una segunda madre para él, pero por más que ella intentaba, él no le hablaba, no le respondía ni se animaba, a veces pasaba horas enteras sentado sin moverse, mirando hacia la nada con una nostálgica mirada vacía, con unos ojos que habían perdido el brillo que los hacía tan especiales y esas mejillas pálidas que ya no se ruborizaban, ni siquiera Jae Won lograba hacer algo por él y eso lo llenaba cada vez más de frustración; había renunciado a resistirse a las humillaciones de Hyu-Na, no tenía fuerzas para defenderse, ni si quiera para delatarla, su corazón marchito fallaba cada vez más y el lazo roto de sus alfa y omega sangraba dentro de él, el lobo moribundo que vivía en su interior ya había perdido la voz de tanto aullar y gemir llamando a su compañero que era sordo a sus súplicas, estaba destinado a morir después del parto tan solo por el lazo del destino que fue roto cruelmente, él lo sabía, estaba consciente de que no viviría por mucho tiempo, pero también sabía que sus hijos quedarían en buenas manos y eso lo tranquilizaba.

 No hablaba, no sonreía, no reía, apenas y podía caminar por la casa haciendo las cosas que su barriga le permitía, sin agacharse ni un milímetro, si se sentaba necesitaba ayuda para levantarse, comía solo por obligación, por no desnutrir a sus hi...

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Los señores de la casa salieron de paseo, Yoon Gi se preparaba en el baño para salir con su esposa, mientras ella se arreglaba, esperando el desayuno que había pedido que llevara Ji Min exclusivamente a su habitación; cuando el pelirrojo llegó se detuvo frente a ella con la bandeja en las manos, Hyu-Na lo miró con una sonrisa ladina y se levantó, miró la bandeja y de un manotazo la hizo caer, ensuciando el piso con todo lo que se había derramado, pero Ji Min ni se inmutó, no dijo nada, ni hizo expresión de ningún tipo, ni siquiera estaba sorprendido.

- ¿qué me miras? –dijo ella.- recoge eso, criado.

Sin protestas se inclinó lo poco que su barriga le permitía, colocando su mano en su espalda, pero no podía bajar, ni siquiera tocaba el suelo con la punta de sus dedos, estaba haciendo un esfuerzo increíble por cumplir los caprichos de su enemiga, ella no pudo hacer más que reírse de su incapacidad de agacharse para recoger lo que ella había hecho caer.

- Deberían despedirte por inútil. –dijo de la misma burlona manera.- si eres incapaz de recoger lo que ensucias, no sirves para nada.

Pero él seguía sin responder, se apoyó en la cama y dobló más su rodilla, en ese momento salió Yoon Gi del baño y vio la escena, suspirando pesado.

Amantes predestinados || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora