Parte Dieciocho : ¿Quién eres?

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Nunca me hice esta pregunta

Hasta que la verdad salió a la luz

Y no supe responder con exactitud

¿Quién soy?

No sabemos quiénes somos

hasta que no resolvamos nuestros enigmas

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Miraba el asiento que tenía enfrente, estaba vacío, y a su lado había una puerta con un cartel que decía: Aguarde a ser llamado. Bajó la mirada para ver cómo sus manos entrelazadas se deslizaban debido al sudor que le provocaba la ansiedad. Estaba ansioso. Del otro lado de la puerta se encontraría con un completo desconocido al cual debía contarle todo acerca de sus traumas. ¿Era correcto? No lo sabía. Y sus piernas estaban comenzando a darles señales de que tenía que huir de ese lugar. Su corazón comenzó a golpear contra su pecho desesperado por salir. En el fondo, prefería llevarse a la tumba su dolor.

Las horribles sensaciones desaparecieron al regresar a la realidad, sus cálidas manos lo sujetaron por las muñecas y lo obligaron a desviar la mirada hacia ella. Ahí estaba, con su semblante preocupado, sus cabellos recogidos en una media cola y una vestimenta discreta. La persona que amaba estaba a su lado, acompañándolo en el mejor momento de su vida: el día que enfrentaría su pasado por primera vez.

—Todo estará bien. Te lo prometo—profirió en voz baja.

Su voz era como una melodía dulce. Una que lo invitaba a dejar de temblar y sembrar la valentía en su corazón. Asintió agitado y sonrió.

—Gracias, Sarada.

La puerta se abrió de golpe y un hombre de cabellos alborotados, castaños, de ojos azules y un saco de color negro, pronunció su apellido:

—¿Uzumaki Boruto?

El rubio levantó la mirada. Era un poco más alto que él y parecía amistoso a pesar de su postura recta y prepotente. En su bata de médico llevaba su insignia: Dr. Sarutobi K.

—Sí—se puso de pie al escuchar su nombre.

—Adelante, por favor.

Boruto miró hacia ella una vez más y como señal de aprobación, apretó más su mano y luego depositó un cálido beso en sus labios acompañado de una dulce sonrisa. Lo empujó para entrar a la habitación y finalmente, se soltó para seguir los pasos del doctor, quien a partir de ese momento sería su terapeuta.

Al cerrar la puerta, Sarada soltó un suspiro y se acomodó en el asiento, tratando de dispersar sus pensamientos. Al igual que él, se sentía muy nerviosa, y no porque desconfiara de su profesor, quien era el terapeuta de Boruto ahora; sino porque sabía que todo esto era nuevo para él y temía que no funcionara. No siempre los pacientes estaban preparados para enfrentarse a su pasado. No siempre estaban listos y eso era normal. Creía que él si lo estaba.

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El consultorio tenía un escritorio y un diván a un costado. Algunos plantines en los costados para dar una sensación más relajante y un ventanal grande desde donde se podía ver la torre de Tokio. A pesar de que el ambiente era cómodo, Boruto sintió sus manos sudar, su vista nublada y su corazón latiendo con fuerza. ¿Le temía al psicólogo? No, solo a confesar lo que había vivido. Tragó pesado y trató de respirar profundo.

—Puedes sentarte—indicó Konohamaru.

—¿En el diván?

El doctor soltó una leve risita burlona y se sentó en su sillón.

En Secreto  (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora