Veinticinco.

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Quién diría que Clint llevaría a todos los Vengadores al lugar donde su familia residía, completamente ajenos al mundo.

Era hogareño, al menos.

La oscuridad de la noche bien caída, el sonido de las ramas de los árboles en la distancia y de uno que otro animalito, la tranquilidad que proyectaba ese exterior...

Todo ese contexto, me hace preguntarme con melancolía, si alguna vez Steve y yo hubiéramos podido crear un hogar tan sereno y resguardado cómo éste.

Uno muy lejano a las personas, a la maldad y a la soberbia que ringe los peores villanos que pueden estar en camino.

«Maldito el día en que mi destino fué sellado. Maldito el día en el que las buenas historias de amor fueron repartidas, porque yo no estuve en esa fila»

Suelto un suspiro encaminandome a esas escaleras de madera que al tocar la baranda el frío de ésta se impregnó en mi palma.

No quería hacer ruido. En lo absoluto.

Sólo, en este momento, quería hablar con una persona.

Me senté en el segundo escalón, ignorando por completo la brisa helada. Cerré los ojos concentrandome en buscar la mente que quería. Habían varias personas en esa casa, los Vengadores, la esposa e hijos de Clint.

«Hijos, que lindo suena», pienso, débilmente.

La nebulosa azulada brota de mis manos mientras mis dedos son los encargados de hacer movimientos precisos.

También había un hombre, ¿Desconocido?. No, no lo sé. Si está dentro no es un peligro, no lo dejarían entrar si lo fuera.

Por un momento quise recurrir a papá.

Pero titubeé.

No es la persona indicada, no por los momentos, no por lo que estoy experimentando y sintiendo.

«Steve», llamo.

Trago saliva con dificultad cuándo funciona lo que trato. Veo que abre los ojos, sobresaltado, mira a sus lados reincorporandose.

Por un breve momento siento cómo si su agitada respiración estuviera sólo a escasos milímetros de mí. «Que tortura, María».

Sabe que estoy afuera.

Abro los ojos intentando desaparecer la energía de mi sistema, intentando controlar todo ese poder cómo tantas veces he hecho.

La puerta del pórtico es abierta pocos segundos después. No tengo que girar la cabeza para fijarme en que se trata de él.

Escucho sus pasos cautelosos y es lo que basta para que mis ojos se llenen de lágrimas. Respiro hondo cuándo se sienta a mi lado, sólo un poco separado.

—¿Es el momento en el que preguntas dónde estaba?—hablo, mirándolo muy apenas de reojo.

—Es el momento en el que agradezco que al fin estás aquí—asegura comprendiendo si no quiero hablar sobre lo que pasó o no.

Quita la chaqueta que traía para colocarla en mis hombros.

Me atrevo al fin a mirarlo mientras hace aquel tierno acto. Se acerca hasta mí para darme un doloroso y protector beso en mi frente que ocaciona que mi corazón martillee contra mi caja torácica con tanta fuerza cómo si quisieran arrebatarmelo y forcejea porque no se realice tan atroz procedimiento.

—Steve—mi voz sale un poco apagada cuándo arrastro su nombre, un nombre que afectaba más que una mísera apuñalada.

Con su pulgar calla las palabras que mi boca querían pronunciar. Acaricia mis labios con ese dedo mientras niega ligeramente con la cabeza.

La hija de Stark •2•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora