Veinte.

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Estoy...

Sumamente aturdida, aterrada.

Mi corazón comienza a agrietarse y la sensación de susto en mi pecho aumenta en cada intento de volver a la realidad.

Mis párpados se abren lentamente dando la vista borrosa de los distintos rostros que me observan. Hay un chillido en mis oídos que hace que me retuerza por dentro.

Trago saliva con dificultad sintiendo el sabor metálico en mis labios. De inmediato intento recomponerme pero fallo estrepitosamente cuando pienso que lograré sentarme.

Mis ojos enfocan al fin. Ya no estamos en el comedor, nos encontrábamos en el mirador y yo estaba ubicada en uno de los muebles.

—Estás sangrando ¿De acuerdo?—la voz de Banner es quien llama mi atención.

Sí, lo sé, gracias por el dato.

No tardé en vomitar en el suelo cubierto por una alfombra. Unas manos sujetaron mi cabello mientras expulsaba a chorros la sangre de mi cuerpo.

Sentía que moriría ahí mismo.

Las arcadas eran más constantes y los gritos desesperados no tardaron en aparecer. Para mí mala fortuna no escuchaba más allá del terrible pitido en mis oídos.

«Tus peores miedos saldrán, te cegarán»

«Estás predestinada»

«Es tu destino, por muy injusto que sea para tí»

Quería que se callara.

Que dejara de hablarme.

Cómo pude, intenté mover mis dedos para intentar desaparecer esa voz. Pero sólo causó más dolor en mi interior.

La última arcada salió, el líquido rojo cayó en una cubeta que no me había percatado de que habían buscado.

Las lágrimas no tardaron en aparecer en mis ojos. Ésto dolía. Y no hablo de el dolor físico que ésto provocaba, hablo del dolor interior: el que te carcome por dentro, el que te hace sentir derrotada y débil. Necesito que se detenga, prefiero morir a vivir con ésta maldita sensación el resto de mi vida. Sólo puedo hacer feliz a las personas que tengo frente a mí —preocupadas hasta el tope—, si logro hacer mi última voluntad. Deben estar a salvo, no quiero más sufrimiento para ellos y sé que es inevitable que no sientan dolor porque ahora mismo lo están experimentando, porque me quieren, me aprecian. No me parece justo que pasen por todo ésto.

—¿Estás mejor, cariño?—mamá está a mi lado limpiando la sangre de mi rostro mientras yo me encuentro pérdida en mi mundo.

No obtiene respuesta de mi parte. Sólo una mirada que de inmediato cristalizó aún más sus preciosos ojos.

—No me mires así, por favor—pidió en un susurro.

Sabía lo que quería transmitirle. Un pequeño sollozo se me es reprimido pero es lo suficiente como para llevarme al colapso.

Me dejo caer en su regazo. Sí, lloro.

Lloro en esa posición junto a mi madre.

Acaricia mi cabello con ternura y me reparte múltiples besos que me desgarran el alma.

« ¿Sabes que quisiera, mami?—pregunta de pronto una pequeña María de tal vez, ocho años, estaba siendo acariciada dulcemente por su madre en sus piernas mientras las dos veían una de las películas favoritas de la niña. Era viernes por la noche y su madre había estado ocupada toda la semana, pero al fin había sacado un poco más de tiempo para compartir con su pequeña.

La hija de Stark •2•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora