Oriana gimió contra el cojín de su habitación. Dios, cuánto lo odiaba. Sus mejillas aún estaban rojas por la vergüenza. Siendo sincera consigo misma, le gustaba su cuerpo... lo bastante como para enseñarlo.
¡Pero eran dos cosas muy distintas, enseñarlo, a que la dejaran sin nada! Como lo había hecho aquella bestia.
Podía sentir su mirada pegada atrás, mientras recorría el pasillo, y para su vergüenza, había sentido un inmenso calor en sus partes más íntimas.
¡Maldito fuera! La dejaba sin nada, y encima la excitaba...
Quizás debiera de mandarlo a un hotel...
No, sabía perfectamente que no podía hacer eso, aquella casa era tan suya como de Dolo, y no podía echar a su hermano.
La puerta sonó. Oriana se negó a contestar, pues sabía quien era.
Toc, toc...
-¡Vete!
-Ori... -la voz de Paulo la perseguía.
-¡Que te vayas!
-Voy a entrar, sólo espero que aún no te hayas vestido... -su voz era tan sensual y provocativa... aunque también llevaba una pizca de diversión.
-No tendrás suerte.
La puerta se abrió, y él entró riendo. Se apoyó en el marco de la puerta, y miró hacía la cama, donde estaba ella tumbada boca abajo, agarrando con fuerza un bonito cojín color rojo.
-No, no que no la tengo, podrías haberme esperado desnuda...
-Ja. Ja. Ja. Que risa.
-No veo que te rías –le contestó con burla.
-¿Qué quieres? –preguntó ella con sequedad.
-¿Te apetece que vayamos a cenar?
-No –estaba preparado para la respuesta, aunque no pensaba dejar la cosa ahí.
-Ori...
-No.
-¿Siempre eres tan dura, y cabezota? –se comenzaba a divertir demasiado con tanta negativa.
-No.
-¿Sabes alguna otra palabra? –preguntó, a ver que decía.
-No -la risa comenzaba a acumularse en su garganta, se veía ridícula.
-Pareces una cría...
-No.
De pronto ella estalló en carcajadas. Si, vale, parecía una cría... pero ¿y qué? Le divertía aquello... le recordaba a cuando su hermano entraba en su habitación para decirle algo, y ella empezaba con un No, tras otro... hasta que ambos reían a carcajada limpia por la estupidez...
-¿De que te ríes?
-¿Quieres que vayamos a cenar?
-Eso te pregunté –su sonrisa se amplió dejando ver la hilera perfecta de dientes blancos. Que guapo era cuando sonreía...
-Cuando arregles la puerta del baño, como llegue Dolo, y vea el destrozo... -le dijo, apartando la mirada de su boca.
-¿Si la arreglo aceptas?
-Eso te dije... -contestó, con alguna esperanza.
-Pues vístete, hace más de diez minutos que guardé las herramientas. Te espero abajo en veinte minutos, ¿vale?
Y la puerta se cerró.