Oriana cogió el tenedor, y pinchó un trozo de lechuga, antes de pinchar uno de carne para llevárselo a la boca con cuidado. Miraba a Paulo comer de reojo. Debía de confesar que no lo estaba pasando del todo mal. Habían dado un paseo en coche, y Paulo la había llevado a un lugar bonito, un lugar en el que podían observar la playa mientras comía, y eso le gustaba.
Habían visto el sol ocultarse juntos, y eso era algo que provocaba un extraño sentimiento en la castaña.
-¿Qué quieres hacer después de comer? –Paulo interrumpió el silencio, y miró a Oriana, mientras bebía agua.
-¿Nos vamos a casa?
-Si es temprano...
-¿Y?
-Por favor, Oriana. Vale, sé que no me he comportado como el mejor de los caballeros, pero es que nuestro encuentro no ha sido normal...
-Aja... -tenía que ignorar el nudo que crecía en su estómago.
-Dolo se va a llevar algunos días fueras...
-Si...
-...y nosotros debemos convivir bajo el mismo techo. –Ella guardó silencio.
-Lo sé. ¿A dónde quieres llegar? –preguntó con curiosidad.
-Pues... qué podríamos hacer una especie de tregua.
-¿Una tregua?
-Aja... podemos comenzar por llevarnos bien, y dejar de actuar... seamos normales.
-Yo no he estado actuando –se defendió ella.
-Pero si has estado a la defensiva.
-Normal... debo tener cuidado con los tipos como tú...
-¿Con los tipos como yo? –preguntó él divertido- creo que es la segunda vez que me dices eso.
-Puede ser...
-No me has contestado.
-Tú me entiendes...
-¿De verdad? Las mujeres son complicadas, y creo que tú más.
-Puedo decir lo mismo de los hombres.
Paulo rió, y ella no pudo evitar reír con él, ¿Qué más hacer? En el fondo le caía bien... y pensaba que era un buen tipo... pero muy en el fondo... Vale, ¿a quién pretendía engañar? Porque a si misma no lo conseguía; le caía bien. Le resultaba divertido, aunque a veces la irritase con aquellos comentarios, o colándose en su cuarto de baño y arrebatándole la toalla para manosearla con ternura, y precipitación.
Vale, no le caía tan bien.
Lo miró a los ojos, y sintió un nudo abrasador en su garganta, que bajó a su estómago, y comenzó a sentir un calor líquido entre sus piernas. Las cuales juntó, para intentar impedirlo. En vano.
-¿Qué decías? –preguntó ella.
-La tregua... ¿la aceptas?
-¿Dejarás de decir cosas de mi, y de colarte en mi cuarto de baño?
-Lo intentaré.
-Bien... al final del día te contestaré.
Él sonrió negando con la cabeza. Era como una niña caprichosa... que le fascinaba. Con aquel rostro angelical, y aquel pelo castaño. La pasión que quería sentir con ella, para apagar el deseo de su cuerpo.
-A la playa –dijo Oriana.
-¿Qué?
-Después de comer, a la playa.