Oriana continuaba aferrada a sus hombros, con la cabeza apoyada contra su pecho. El calor iba desapareciendo poco a poco, pero la respiración aún era rápida.
Se negaba a separarse de él, sentía una vergüenza enorme por lo fácilmente que había sido, con lo fácilmente que se había acostado con él. Tan rápido... no le había dado tiempo a pensar en nada.
Bueno, era una persona adulta, ¿no? Tenía derecho a un poco de diversión.
Por más que quisiese convencerse, en parte no lo conseguía. Nunca, jamás debería de haberse acostado con él. Paulo no era como todos los hombres, él era... una especie de droga e imán. La atraía... y ahora que lo había probado, tendría graves problemas para no ir corriendo hacía él.
Si al menos no supiese lo que se perdía... Si al menos no supiese lo bueno que era en la cama. ¡Por dios, le había dado más orgasmos que cualquier otro tío! Y todos seguidos...
-Oriana... ¿estás bien?
-Uhm...
-Ori...
-¿Qué? –murmuró ella.
-¿Qué te pasa?
-Sabes que esto no debería de haber pasado...
-¿Te arrepientes? –preguntó él.
Oriana no respondió.
¿Se arrepentía? No... entonces, ¿por qué no se lo decía? Paulo se separó de ella, y le permitió mover un poco las piernas, de aquella posición tan incómoda.
-¿Te arrepientes? –volvió a preguntar.
A ella le tembló el labio.
-¿Te arrepientes, Oriana? –preguntó de nuevo, insistiendo.
-No está bien lo que hicimos...
-No me evadas, te hice una pregunta -¿Por qué se había puesto tan serio?- Mira, no creo que haya estado mal lo que hemos hecho, los dos lo deseábamos, eso si, si te arrepientes, no te preocupes por nada. No volverá a pasar.
¡Estaba enfadado!
Rápidamente, él se separó de ella, y comenzó a vestirse.
-Paulo...
-No te preocupes Oriana, me mantendré alejado de tu provocador cuerpo. No me verás el pelo.
-Pero...
Él se comenzó a alejar de ella, y se sintió muy sola.
-Paulo, no te vayas...
-¿Quieres que me quede? ¿Para qué? Mejor me voy, no quiero que después te arrepientas.
-¡Que no me arrepiento de nada, maldita sea!
Paulo se paró de pronto, y se giró hacia ella despacito.
-¿Segura? –preguntó con cautela.
Oriana asintió.
-Que no me arrepiento... sólo que... no debió pasar.
-Eso es algo que... ¿Cómo decírtelo? ¿Algo que ya no vale la pena pensar? Ya ha pasado, Oriana... Y juraría que has disfrutado tanto como yo.
Poco a poco se acercó a ella, hasta ponerse a su lado en el sofá, donde ella estaba desnuda, y sonrojada, aún.
-Sé que ya ha pasado –dijo ella.
-Y lo has disfrutado... -Oriana se sonrojó, y él le acarició las mejillas.
-Muy bien, lo que digas...
-¿No lo has disfrutado, cariño? –preguntó él picarón- ¿has estado fingiendo? –preguntó haciéndose el ofendido.
-¡Claro que no! –exclamó ella rápidamente.
-¡Oh, menos mal! Creía que tendríamos que repetir para comprobarlo.
Oriana miró hacia otro lado para intentar disimular el calor que abrasó su cuerpo. Paulo por el contrario continuó mirándola, su rostro rojo, su cuerpo acalorado, recorrió cada rincón de su bello cuerpo. Desde sus ojos, pasando por su cuello, el cual tenía una pequeña marca que él había dejado sin querer. Siguiendo por sus pezones, erectos que lo llamaban a voces. Bajando por su vientre hasta llegar al triángulo húmedo que unía sus piernas.
Algo en él se tensó.
-¿Sabes que eres una provocación, así como estás?
Ella intentó cubrirse pero él detuvo sus manos y se inclinó un poco sobre ella.
-Paulo... -se intentó quejar.
-No digas nada... -murmuró él, y poniéndose a su altura, tomó sus labios en un beso ardiente.