Oriana suspiró pesadamente, cuando la lengua de Paulo recorrió su vientre, recogiendo las palomitas que había sobre ella.
No estaba muy segura de cómo había sucedido, pero su camiseta se había subido más de la cuenta, y mostraba algo de sus senos, su pantaloncito corto, tenía la cinturilla bajada peligrosamente, y la boca de Paulo iba de abajo hacia arriba y viceversa.
Le costaba respirar de vez en cuando, y procuraba no gemir. ¿Pero cómo evitarlo con aquellas caricias tan sensuales?
Maldito fuese...
-¿Has... has terminado ya? –preguntó Oriana. ¿Por qué tenía la voz tan ronca?
Paulo alzó la vista, la miró sonriente. Oriana no pudo evitar fijarse en su boca, estaba tan sensual y provocadora después de haber recorrido todo su vientre varias veces.
-Uhm... -se fijó en que él miraba a sus pechos, y tuvo que tragar saliva. Como la tocase más íntimamente, estaría totalmente perdida- me parece ver una palomita escondida...
Oriana tragó saliva cuando él se inclinó sobre ella, y su boca rozó uno de sus pechos. Respiró profundamente, de alguna forma debía de controlarse.
-Me parece que no quiere salir –murmuró él- pero no me ganará –dijo.
Y Oriana sintió su húmeda lengua lamer cerca de su seno, tocándolo poco a poco. Paulo se colocó sobre ella, sin tocarla, tenía una mano a cada lado de su cuerpo, y se sostenía con ellas, su cabeza empujaba su camiseta luchando con aquella palomita que se escondía.
"Cógela ya, cógela ya" –rogó Oriana, o la cogía o ella acabaría totalmente perdida.
Dios santo, ¿Cuándo se le había ocurrido aquel estúpido juego, en el que se había puesto totalmente a su disposición? Si se levantaba, si decía que se había acabado el juego y se encerraba en su cuarto... aquella tortura acabaría. Dulce tortura...
El aire acarició sus pezones erectos, y ella no pudo evitar jadear, al sentir el pelo de Paulo acariciárselos.
-Paulo –dijo ella, desesperadamente.
-Ya la conseguí –susurró él.
¿Por qué le daba la sensación de que esa palomita no existía? La nariz de Paulo le acarició uno de sus senos, despacio y suavemente, hasta que llegó a la cima.
Con los ojos bien abiertos, aunque nublados por aquel deseo fogoso, Oriana lo observaba. Sólo debía de levantarse, y todo acabaría...
Abrió la boca para decir que ya se acababa el juego, pero de su garganta tan solo escapó un dulce gemido, cuando los labios de Paulo se cerraron en torno a uno de sus pezones. Si antes sentía calor, ahora sentía como todo su cuerpo ardía.
Paulo acababa de encender un lujurioso fuego en su interior... que iba a ser difícil apagar.
Un calor líquido se alojaba en su entrepierna, mojando sus braguitas. Se retorció bajo Paulo y arqueó su espalda, sin poder evitarlo. Su respiración se había agitado y no sabía el modo de controlarla.
¿Y si lo empujaba y echaba a correr? Después se daría una buena ducha de agua fría...
-Te deseo –las palabras de Paulo la hicieron dejar de pensar, su mente nublada por el deseo, intentaba retomar sus pensamientos, pero la visión de Paulo lamiéndole los pezones, junto con el placer que sentía por el acto, la hacía no saber pensar.
-Paulo –gimió, cuando él dejó de lamer un pezón para ir por el otro...- ah... -tan tenue, tan sensual...
Él no pudo evitar chupar con más pasión, aquel montículo tan sabroso que adornaba la cima de su bello seno. Mientras que con la boca, se encargaba de mimar aquel bello pecho, y hacerla gemir, con una mano, se dedicó a pellizcar el pezón que se había quedado sin sus caricias, segundos atrás.
Las manos inquietas de Oriana, rendidas a todo aquel placer, acariciaban el cuerpo de Paulo, su espalda desnuda por debajo de su camiseta, su pecho esculpido como si fuera un rey, fuerte y suave, cubierto por una fina capa de vello que comenzaba en su pecho, y descendía en una línea hasta su ombligo, donde seguía bajando hasta esconderse en sus calzoncillos.
Oriana apretó los puños para no encaminar sus manos hasta el interior del pantalón de Paulo, tan solo tenía que introducir su pequeña mano por debajo del elástico y encontraría aquello que en ese momento anhelaba.
-Aahh –jadeó, arqueando su cuerpo por completo, y haciendo que ambos se pusieran en contacto- Paulo –jadeó al sentir la erección de Paulo contra ella.
El cuerpo de Paulo cayó sobre el de ella, aplastándola levemente, podía sentir la erección de Paulo presionada contra su sexo mojado. Sus piernas estaban separadas, y lo acogía entre ellas.
Él continuaba atendiendo sus senos, y ella revolvía su pelo antes de bajar por su espalda de nuevo. De arriba abajo, hasta volver a alcanzar aquel pantalón. Introdujo un poco los dedos sobre la tira del pantalón, y alcanzó los calzoncillos, los levantó un poco y acarició su piel antes de volver a subir.
Dejó de saborear sus pechos, para mirarla a la cara sonrojada, sus mejillas color escarlata lo hacían endurecerse más. Necesitaba tenerla. Necesitaba besarla. Aquellos labios entreabiertos, pedían a voces sus besos. Subió un poco, y la oyó gemir, al encajar más su erección, contra su parte más íntima.