{ATENCIÓN: Capítulo fuerte}
-Me vas a volver loco –dijo él, lamiéndole los labios.
-Paulo...
-Dime que pare ahora, cariño, porque si no lo haces, no lo haré...
Paulo cubrió su boca, bebió de ella, absorbiendo sus labios, antes de deslizar la lengua entre sus dientes, y cubrir la lengua femenina con la suya.
Oriana gimió mientras respondía a aquel beso cargado de deseo y fogosidad. Su cuerpo se movió bajo del de Paulo buscando su calor.
-Dime que pare... -susurró él, mientras se deshacía de su camiseta, y de la de ella, dejándola desnuda de cintura para arriba.
Los labios de Paulo cubrieron los suyos de nuevo, antes de descender por su cuello, y mordisquear su hombro. Sus labios continuaron bajando deteniéndose brevemente en sus senos, para bajar por su vientre, hasta alcanzar la tela del pantalón...
Oriana gimió, cuando él le bajó un poco el pantalón, dejando a la vista un poco de su vello. La miró a los ojos, mientras le alzaba las piernas, y le quitaba las prendas.
Jadeó cuando sintió el aliento cálido de Paulo acariciarle su sexo, que goteaba por él. Uno de los dedos de Paulo, se posó sobre su sexo, comenzando desde abajo.
-Estás tan mojada –canturreó, mientras hacía su dedo subir, para acariciarla- tan mojada... -repitió- y todo para mí –susurró contra ella, cuando alcanzó su clítoris.
Oriana tuvo que morderse los labios para no gritar.
¿Por qué la hacía olvidarse de todo? ¿Cómo conseguía volverla tan débil, y quitarle el poder de pensar?
Su cintura de arqueó para él, para su boca abierta, aquella que saboreaba su húmedo sexo, aquella que bebía de ella. Jadeó al respirar, e inspiró pesadamente.
La lengua de Paulo subía y bajaba a lo largo de su sexo, cayendo como un látigo sobre su botón más sensible, antes de hacer círculos alrededor de él y descender hasta llegar a la entrada de se humedecía por segundos, Oriana gimió, cuando él comenzó a lamer su clítoris incansablemente, mientras introducía un par de dedos en su interior, moviéndolos en círculos, antes de sacarlos y meterlos.
Los jadeos resonaban entre las cuatro paredes del salón, el ambiente estaba caldeado, y Oriana se sentía arder. La boca de Paulo la torturaba de placer, y ella se retorcía bajo él, mientras notaba el orgasmo formarse en su cuerpo.
-Paulo –lo llamó ahogadamente, mientras alzaba las caderas, y tiraba de su pelo, en el que tenía enterrado sus dedos inquietos- Paulo... -susurró, mientras se movía con impaciencia.
Cerró los ojos ante la ola de placer que le recorrió el cuerpo, y tiró del pelo de Paulo, mientras gritaba rogando más. Su cuerpo cubierto por una capa de sudor, se movía nervioso. Rogando por alcanzar su liberación, pero Paulo marcaba su ritmo, retirando su juguetona lengua, cuando la notaba muy a punto, y volviendo a retomar sus caricias para volver a llevarla al límite.
Sin poder aguantar más, sintiéndose a punto de reventar, él se incorporó y se quitó los pantalones, liberando así su miembro duro y caliente.
-Paulo –lo llamó ella.
-Ya voy, cielo –susurró él, colocándose un preservativo, que Oriana no sabía de dónde había salido.
-¿Siempre vas tan preparado? –preguntó ella con la poca ironía que pudo sacar.
-Siempre que voy a verte voy preparado –contestó él, retomando las caricias en su sexo, Oriana gimió y echó la cabeza hacía atrás.
Él se arrodilló en el sofá, y la ayudó a levantar la pierna, la que acabó apoyando sobre su hombro.
Condujo su miembro hasta la entrada de Oriana, líquida y caliente, y mirándola a los ojos, se enterró un poco en su ser.
-¿No serás virgen, no? –preguntó al verla apretar los dientes.
Dulce abrió los ojos con incredulidad. Y él rió entre dientes.
-¿Pero qué...? Ahhh... -un grito ahogado escapó de su garganta, cuando él la penetró sin previo aviso. Echó la cabeza hacía atrás, y respiró profundamente. Paulo podía notar los espasmos de su vagina alrededor de su miembro, y apretó los dientes, mientras salía de ella, completamente, para volver a entrar, de la misma manera.
Sus cuerpos chocaron, y Oriana sintió el calor del deseo y la pasión recorrerle el cuerpo.
Él volvió a repetir lo mismo, y la cuarta vez, Oriana gritó mientras se aferraba a los cojines con fuerza y su cuerpo se sacudía de placer.
Abrió los ojos para encontrarse con la cara de Paulo, quien tenía un brillo en los ojos, y la miraba intensamente. Su mandíbula estaba apretada, y sonreía fugazmente.
-Yo... -dijo ella- ¿lo siento?
-¿Por qué lo sientes? –preguntó él.
-No lo sé... me fui antes de tiempo.
-Oh... no te preocupes, ahora me toca a mi.
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