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El vestido no era extravagante, pero a ella le encantaba, después de mirarse por enésima vez al espejo, respiró profundamente, y se aferró al ramo de novia, se dirigió a la puerta, sólo tenía que esperar a que tocaran, para ir por ese pasillo.
Se sentía la princesa de un cuento. La protagonista feliz.
Se sentía...
Alguien tocó la puerta, y ella supo que era el momento de salir a recorrer ese enorme pasillo. No había mucha gente, tan solo algunos amigos, nadie más. No necesitaban a nadie más, su padre se había negado a asistir a aquella tontería. Decía que era muy joven para cometer semejante estupidez.
Pero a ella no le parecía estúpido, se iba a casar con el hombre que amaba, y tener dieciocho años no era un impedimento.
Cuando se disponía a salir de aquel cuarto, para encontrarse con su futuro marido, la puerta se abrió antes de que ella saliera. Julian entró en la sala, y la miró a los ojos fijamente.
Oriana se asustó.
-Julian –dijo- ¿Qué haces aquí? Deberías estar esperándome en el altar –bromeó.
-Uhmm... Ori, tenemos que hablar.
El corazón se le paralizó, el dolor volvió a inundarle el pecho, le costaba respirar. Oriana abrió los ojos de pronto y se sentó en la cama, su cuerpo estaba bañado en sudor y se sentía triste y ansiosa.
¿Dónde estaba el aire? Quería respirar con normalidad. Al cabo de unos segundos se relajó. Julian no era nadie, ya no le importaba en absoluto aquel hombre. Era bien cierto que había sufrido.
Aquel dolor insoportable le había apretado el corazón años atrás, y le había hecho imposible confiar en los hombres... bueno, había sido imposible hasta que había llegado él.
Paulo.
Los ojos se le humedecieron y quiso llorar. Odiaba a Dolo. La odiaba por recordarle y hacerla reconocer que se había enamorado de Paulo.
Ella no podía enamorarse. Él se cansaría de ella, como habían hecho todos. Nadie la querría nunca.
Respiró hondo.
-Lo vas a perder, Ori –la voz de Dolo resonaba en su mente.
-¿Y? –preguntó intentando parecer indiferente.
-¡¿Y?! –rugió su bella amiga de ojos celestes- ¡vamos a ver, Ori! ¿eres tonta o te lo haces?
-Gracias –contestó Oriana irónicamente.
-¡De nada! –gruñó Dolo enfadada- Mira Ori... sé que en el pasado te dañaron, sé que te rompieron el corazón, pero ¡por dios! Una desilusión la tiene cualquiera... ¡yo también fui desilusionada! Como la gran mayoría de las mujeres.
-Ya...
-¡Si, ya! No razonas, no piensas. ¿Por qué no dejas de ser egoísta y piensas en los demás?
La cara de la castaña palideció. ¿Egoísta? ¿Ella egoísta? ¿Qué tenía de malo querer proteger su corazón?
-Dolo... no soy ego...
-¡Si! ¡Lo eres! Tu corazón destrozado. Tú corazón herido. Tú, tú, tú. ¿Y mi hermano? ¿Y su amor? ¿Lo vas a tirar por un estúpido temor? De verdad, me creía que eras más valiente que eso... pero me confundí contigo. Y aunque te sigo queriendo porque eres mi amiga, también Paulo es mi hermano... y sin pensar en él, tú, me has desilusionado... creía que luchabas por lo que querías.
-¡Miierda Dolo! –gritó Oriana con lágrimas en los ojos- ¿Por qué ******* no me entiendes? ¿Por qué? –gimió cayendo en la cama.
-Te entiendo Ori... -dijo su amiga- pero eso no explica lo que haces.
-No quiero sufrir...
-El que no arriesga no gana –recitó su amiga.
-Quizás no quiero ganar...
-Eres tú la que se va a quedar sin él, recuérdalo.
-Déjame Dolo –gimoteó.
-Me voy, Ori ...porque no tengo más que decirte. Pero te informo de que mi hermano se va en un rato, lo entretendré un poco más, pero no mucho. Acuérdate.
Oriana jadeó con el corazón acelerado. Quizás Dolo tenía razón. No, quizás no; la tenía. Ella era una egoísta. Sólo pensaba en sí misma. ¿Tenía eso algo de malo? Quizás...
No, quizás no. Si, tenía mucho de malo.
Se había pasado tiempo, quizás demasiado, intentando huir de las emociones. Siempre había aparentado ser una persona divertida, simpática. En realidad lo era, pero... todo había salido más a la luz cuando él había aparecido.
Despertando todo tipo de sentimientos, aquellos que nunca más había querido experimentar. Aquel, que era fuerte y potente.
El amor.
Un amor intenso que en ese momento le inflaba el pecho. La hacía respirar agitadamente, y la hacía sentirse ansiosa.
Paulo la había enamorado. Ella estaba enamorada de él. Y él de ella...
¡Tenía que hacer algo! ¡Ya! No podía dejar que se fuese. Quizás lo había perdido, pero al menos... al menos le debía una buena explicación de por qué se había comportado como lo había hecho.
Era lo menos, que él se merecía.
-Ya me voy, Dolo.
-Pero Paulo –se quejó la pelirroja.
-Me tomé el café, después me he bebido el otro que me has servido. He probado las galletas que has preparado, y también las magdalenas que trajiste, si no fuera porque sé que soy humano, pensaría que me intentas engordar para venderme.
Dolo rió, y Paulo sonrió con tristeza.
-No intento engordarte, solo que... me da pena que te vayas.
-Dolo... estoy a veinte minutos en coche.
-Muy lejos –dijo la morocha- antes sólo tenía que asomarme a la habitación de Ori.
Paulo dio un respingo. Oriana... por dios, le dolía oír su nombre. No sabía que había hecho esa mujer, que le había hecho, que se había enamorado de ella hasta las trancas...
-Uhm... -el ruido que hizo él fue lo único que se oyó, Dolo sabía que había metido un poco la pata. Pero confiaba en que su amiga solucionase lo que había estropeado, por el bien de los tres- ahora si quieres algo, me llamas.
-No es igual... -se volvió a quejar.
-Por favor Dolo, no lo haga más difícil, ¿si?
Su hermana suspiró. Y él se dejó vencer un poco más.
-Como quieras...
-Me voy ya –repitió.
-Uhm... está bien...
Paulo abrazó a su hermana, y sintió como ella se le pegaba a él, mientras abrazaba a Dolo que le frotaba la espalda dándole ánimos, pensó en la castaña que no estaba allí presente, quizás debería de ir a despedirse de ella.
Podrían ser amigos.
Una mueca se dibujó en su boca. ¿Amigos?
Una puerta se abrió, y apareció Oriana con la respiración agitada.
-¡Menos mal! –dijeron las dos chicas a la vez, y se miraron, luego las dos miraron a Paulo.
-Bueno... eh... será mejor que los deje solos –dijo Dolo.
-¿Podemos hablar? –preguntó la castaña cuando su amiga se fue.
-¿De? –sin poderlo evitar, él saltó a la defensiva, ella sonrió tristemente.
-Creo que te debo una explicación.