4. Fey

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El chico debe tener mi edad, tal vez unos años más. Tiene la tez clara y pálida. Sus ojos azules son fríos como el hielo, su cabello es rubio y liso, cayendo desordenado sobre su frente. Su nariz es recta, sus pómulos, pronunciados. Sus labios son algo finos, aunque de un color sorprendentemente muy rosado, en comparación con su piel casi blanca.

La forma en que me mira es curiosa. Es como si mi presencia le intrigara. Mis ojos bajan hasta sus ropas. Lleva una camisa blanca, bastante desgastada, y algo sucia con tierra. Sus pantalones, en el mismo estado que su camisa, son de color café oscuro, y lleva unos botines negros desabrochados. Su complexión es delgada y algo desgarbada, pero aun así se denotan sus músculos. No es mucho más alto que yo, me debe pasar por unos diez centímetros como mucho.

Me parece una locura que esté tan desabrigado cuando la temperatura no debe alcanzar ni los grados.

¿Qué demonios hacía un chico, con esas ropas, en este lugar? ¿Era él quien me perseguía? ¿Era él la sombra que me observaba?

—¿Estás perdida? —pregunta. Apenas ha movido sus labios al hablar. Su voz suena perturbadoramente atrayente y excesivamente formal. Logro captar cierto acento en ella.

—¿Qué? —pregunto incrédula. Estoy sumamente abrigada y siento como el frío cala en mis huesos. Mi voz tirita cuando hablo, y él, con una delgada tela cubriéndolo, habla y se mantiene allí como si nada.

—Que si estás perdida —repite, levantando un poco la voz. Si, aunque hable perfectamente el español, noto cierto acento.

¿Él me está preguntando si estoy perdida? ¡Pero si él debe estar aún más perdido que yo! Probablemente sea algún campista que creyó conocer el bosque y se perdió. Sin embargo, él no parecía asustado en absoluto. Estaba calmado, hablándome como si fuese de lo más casual encontrarse en mitad del bosque en la noche.

—Yo... —Mi voz se apaga, intentando comprender la situación.

Los ojos de aquel chico bajan hasta mis pies. Sigo la dirección de su mirada y veo a Sammy tiritando, mirándolo fijamente, oculto tras mi pierna.

De pronto, escucho un crujido. Levanto la cabeza, el chico comienza a caminar por entre los árboles. Frunzo el ceño. Cojo a Sammy en brazos y me apresuro en alcanzarlo. No puede simplemente irse así como así. Necesito saber qué hace aquí en el bosque.

—Espera —le llamo, pero él no enlentece el paso.

Doy grandes zancadas, trastabillando con las raíces de algunos árboles, intentando alcanzarlo.

—Oye —vuelvo a llamarlo, pero me ignora. Resoplo frustrada. ¿Quién cojones se cree que es?—. ¡Oye!

Se detiene en seco y voltea. Su semblante se mantiene impertérrito. Me detengo a unos pasos de él, molesta. Abro la boca para encararlo, pero levanta la mano y señala a su izquierda.

—Allí está tu casa —informa.

Me quedo boquiabierta mirándolo. ¿Cómo sabe que esa es mi casa? ¿Y cómo la encontró?

—¿Cómo...? —La pregunta queda volando en el aire. Ni siquiera puedo hablar del asombro. El chico esboza una pequeña sonrisa. Me quedo deslumbrada ante su repentino cambio de humor.

Miro mi casa y luego a él. ¿Cómo la encontró? Yo hubiese tenido que usar GPS, mi instinto, y varios minutos, puede que incluso horas. Pero él simplemente caminó.

¿Quién es? ¿Y qué hace en medio del bosque?

Lo observo, aun incrédula. La parte más lógica de mi cerebro me dice que debería simplemente arrancar hacia mi casa. Un desconocido sabe dónde vivo y me encontró en mitad del bosque, eso no es normal. Perfectamente podría estar frente a un psicópata. Aun así, no puedo evitar sentirme intrigada por él.

—¿Quién eres? —pregunto de pronto. Su sonrisa desaparece.

—Hace frío, deberías ir a casa —sentencia, eludiendo mi pregunta.

Vuelvo a mirar a mi casa. No entiendo. No logro entender nada. ¿De dónde salió?

Volteo a mirarlo pero entonces, en el lugar en el que estaba, ahora no hay nada. Se ha esfumado en el aire, ha desaparecido sin hacer el menor ruido, sin dejar un solo rastro.

¿Qué coño está pasando?

Mi teléfono suena. Veo la pantalla, es un mensaje de Héctor preguntándome si llegué a casa. Se me ha olvidado avisarle. Levanto la cabeza y giro, apuntando con la linterna del teléfono a todas partes, esperando encontrar a aquel paliducho desconocido.

Pero es inútil.

Camino hasta la casa y entro a mi cálido hogar. Mis manos y la punta de mi nariz están congeladas. Dejo a Sammy en el suelo y se va corriendo a la sala, a su pequeña camita. Le he hecho pasar el peor susto de su vida.

Me quito el anorak y las botas. Camino hacia la cocina mientras le envío a Héctor un mensaje diciéndole que llegué bien. Coloco el hervidor para calentar un poco de agua y me apoyo en la encimera, mirando el suelo.

¿Me habré imaginado todo? No, Sammy ladró y se escondió de aquel chico. No creo que existan alucinaciones colectivas entre humanos y perros.

¿Quién es? Vuelvo a preguntarme. Este sector no es muy grande, prácticamente todos nos conocemos, si no es de nombre, al menos de vista. Y Puerto Varas, a pesar de ser una ciudad, también es lo suficientemente pequeña como para reconocer los rostros de los habitantes, lo que hace fácil reconocer a los turistas.

¿Era él entonces un turista? Imposible. ¿Cómo habría de conocer mi casa? Si hubiese sido un campista perdido, además de una actitud completamente diferente a aquella, lo hubiese reconocido también. Suelen poner sus fotos en los periódicos y noticieros.

No, él no era un turista. Él conocía a la perfección el bosque. ¿Cómo, entonces, no lo había visto nunca antes en mi vida? ¿Era algún lunático que vivía en el bosque, alejado de la civilización? No, a pesar de sus ropas y su cabello, parecía bien educado, afeitado a la perfección, y hablaba prácticamente perfecto el español.

El agua hierve. En una taza me sirvo un café para entrar en calor, y de una fuente junto al cesto del pan, saco unos calzones rotos. Camino hasta la sala y me acomodo en el sillón. Enciendo el televisor y coloco en Netflix el documental de "Nuestro Planeta".

Mientras veo a los narvales nadar en el mar ártico, bebo mi café e intento no pensar en lo ocurrido, algo imposible.

No es que no quiera saber quién es, sino que creo que con la mente despejada seré capaz de analizar mejor la situación.

Pero no puedo dejar ir la forma en que sus ojos me miraban. Eran dos témpanos de hielo, mirándome con escrutinio, estudiándome. Si sabía dónde vivía ¿sabía quién era?

¿Fue él quien me persiguió?

No.

Los ojos brillantes que vi no eran los suyos. No entendía por qué, pero eso lo sabía con seguridad.

Entonces, si no eran suyos, ¿de quién? ¿Significaba que había alguien más allí fuera? ¿O me imaginé aquellos ojos?

Dejo la taza en la mesita del café y me reclino en el sillón. Le doy una mascada a la masa, haciendo que un poco de azúcar y migas caigan sobre mi suéter.

Tantas preguntas comenzaban a hacer que me doliera la cabeza.

Definitivamente no podía contarle a nadie lo ocurrido, me iban a tratar de loca, y mis padres me encerrarían en mi cuarto como si fuese Fiona.

No, esto tenía que mantenerlo en secreto. Al menos hasta que respondiera a las interrogantes que más me preocupaban.

Levanto la cabeza y miro a través de la ventana, en dirección al jardín. A lo lejos, entre losárboles, puedo sentir que alguien me observa. Y me atrevería a decir que es él.

***

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