28. Relmunge

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Miro por la ventada de la sala hacia el bosque. El cielo está despejado, las estrellas se ven en todo su esplendor, y el paisaje blanco que ofrece la nieve me hace sentir que estuviera en Narnia. Hace más de una hora que mis padres e Isabel se fueron a dormir. Me quede aquí con la excusa de estar viendo una película, pero la verdad, era solo para ver a Nikolaj. Sin embargo, tenía cierto temor de que, después de lo ocurrido anoche, no vendría.

En exactamente cuatro días volvería a la realidad, a mis clases, a los dramas en la escuela... y a ver a Héctor. Muy a mi pesar, continuaba insistiendo, y hoy cuando me llamó, harta de sus mensajes, exploté. Fui clara: él dijo que esto era para tomar distancia, tener espacio, y él no me lo estaba dando.

Por supuesto, aquella actitud mía le molestó y de inmediato me colgó. Al cabo de diez minutos tenía a Melisa llamándome y preguntándome que era lo que estaba pasando. Fue grato poder desahogarme con mi mejor amiga, debo admitir que estaba tan inmersa en el torbellino de Nikolaj y su misterio, que no había reparado en mis amigos.

Melisa estaba mejor con respecto a lo de Pamela, por fin superando el tema. Cuando despotriqué contra Héctor, estuvo completamente de mi lado, como era de esperarse. Y cuando nos despedimos, decidí llamar a Aukan, a quien también tenía bastante abandonado. En unos días volvería a casa para sus vacaciones y podría verlo de nuevo, hablar de lo que sea, descargar mis inseguridades acerca de la universidad...

Una sombra capta mi atención. De entre los árboles, la figura alta de flacucha de Nikolaj aparece. Sonrío inconscientemente. Me apresuro hasta la puerta y salgo casi corriendo en su dirección. Al llegar a la cerca, me ayuda a pasar sobre esta. Lo miro avergonzada, mis mejillas algo sonrojadas.

Sin más preámbulos, le abrazo, inhalando el aroma de su piel. Su cuerpo frío me acoge, sus brazos me rodean. Levanto la cabeza y sonrío algo nerviosa.

—Pensé que no vendrías —susurro. Él sonríe.

—¿Acaso no te he demostrado que puedes confiar en mí? —pregunta.

—Si —replico—, pero no puedo evitar sentir que, en cualquier momento, desaparecerás.

Su sonrisa se desvanece y sus ojos de hielo se oscurecen, sus manos me afirman con mayor fuerza, como si temiera que me fuese a escapar.

—Nada dura para siempre, Sofie —susurra, con aquel tono críptico.

Frunzo el ceño. Algo en la forma que lo dice me hace pensar que sus palabras tienen un trasfondo. Se separa de mí y, con delicadeza, se deshace de mi agarre. Sonríe, intentando liberar la tensión del ambiente. Entrelaza sus dedos con los míos, y son su pulgar acaricia el dorso de mi mano.

—¿Quieres ir a la cascada? —pregunta. Parpadeo, decidiéndome si dejar pasar o no su comentario.

—De acuerdo —afirmo. Creo que es mejor no presionar, al menos no aún.

Avanzamos por el bosque, Nikolaj guiando el camino, por supuesto. Observo su piel pálida y tersa, como si fuera de porcelana. Su cabello rubio es brillante, parece finos hilos de oro. Sus labios finos hacen contraste con lo blanca de su piel.

Me pilla mirándolo y aparto mis ojos de él, sintiendo el rubor expandirse por mis mejillas. No dice nada, pero una sonrisa se forma en sus labios.

¿Qué es lo que tanto me atrae a él? ¿Es solo el misterio? ¿O hay algo más?

—Estás particularmente callada hoy —comenta, interrumpiendo el silencio. Sacudo la cabeza, espabilando.

—Tal vez no tengo nada que decir —replico. Ríe por lo bajo.

PiuchénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora