24. Kawiñ

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Abro la lata de cerveza y bebo un sorbo. Era casi medianoche, la fiesta de Isabel era un éxito. Prácticamente toda la escuela estaba acá. Incluso Héctor, a quien estoy evitando. Melisa cree que estoy postergando lo inevitable. No la rebato.

—Estúpidas relaciones. Estúpido amor. ¿Qué mierda es eso de "vivieron felices por siempre"? —dice, mientras bebe de su vaso, ha mezclado pisco con Coca-Cola.

Melisa ha cortado toda relación con Pamela. La verdad es que, a pesar de que le guste mucho, ambas tenían demasiados problemas. Por supuesto que ahora se siente despechada y rechaza todo lo remotamente romántico, pero eventualmente, con el tiempo, se dará cuenta de que la vida no termina en la secundaria, que hay mucho camino por recorrer.

—Te digo, me voy a hacer asexual —continúa despotricando.

—Amén —replico, al no tener palabras de consuelo.

Miro por la ventana de la cocina al patio. Hace mucho frío, por lo que la mayoría de los presentes estamos dentro de la casa. Las nubes cubren completamente el cielo, no dejan ver ni un atisbo de las estrellas. Inmediatamente mis ojos viajan al bosque.

Sé que Nikolaj prometió no venir hoy, ya que se lo pedí, pero no podía evitar sentirme algo decepcionada de no verlo hoy. Quería verlo. Unas ganas incontrolables me incitaban a acercarme al bosque. Pero no valía la pena. Primero, porque él no iba a estar (por mucho que deseara que sí), y segundo, porque si nos ven, todo se irá por el desagüe.

La música apenas me deja escuchar a Melisa, por eso mismo hemos venido a la cocina. Cerramos las puertas de las habitaciones con llave, e intenté clausurar las escaleras con una mesa, pero era probable que la corrieran. Aun así, al menos a mi habitación no entrarían.

Sigo sin poder creer que hayan dejado a Isabel hacer una fiesta, pero supongo que mis padres confían demasiado en mí. No deberían.

—¿Qué hacen aquí? —pregunta Gonzalo a nuestras espaldas. Gonzalo era un amigo de Melisa, iba un curso más abajo. Por su postura inestable y su sonrisa torcida, sé que está ebrio.

—Comentar la mierda que es el amor —replica Melisa. Gonzalo se acerca a nosotras y nos coge del brazo.

—Vamos, estamos jugando "yo nunca, nunca" —dice. Su aliento a destilería me choca en el rostro.

—Yo no juego eso —replico. Pero ambos me ignoran. Melisa se bebe de sopetón lo que le quedaba en el vaso y nos aprieta las mejillas.

—¡Adelante! —exclama.

Gonzalo y Melisa me arrastran junto a ellos hasta el sillón. Nos abrimos paso entre la multitud. Apenas está iluminado por unas pequeñas luces de colores que ha traído un amigo de Isabel.

Nos acercamos al grupo que está sentado en el suelo, formando un círculo. Comienzo a agacharme cuando veo que bajo la escalera está Isabel casi lanzándole a los brazos de un hombre alto. Me quedo de piedra. El hombre es rubio, y levanta ligeramente la cabeza para mirarme. Es él. El desconocido de la cafetería. El que hablaba con Isabel el otro día.

El hombre ríe y vuelve a mirar a Isabel. Coge su mano y comienza a caminar en dirección al pasillo. ¿Quién demonios es ese hombre?

—¿Vas a jugar o no? —me pregunta Gonzalo.

Lo ignoro y me alejo. Paso entre la gente, empujándolos mientras busco a mi hermana. No puedo creer que se le haya ocurrido invitar a aquel hombre. ¿En qué está pensando? Miro el pasillo, la puerta que da al patio está abierta.

Salgo apresurada a la fría noche. Hay una pareja besuqueándose junto a la puerta, pero no es mi hermana. Camino por el pasto, buscándola.

La diviso junto a la cerca que da al lago, junto con el hombre. Isabel dándome la espalda, el hombre hablándole. Entonces, levanta la cabeza, y sus ojos siniestros vuelven a mirarme. Sonríe, como pagado de sí mismo. Mira a Isabel, y luego, se aleja. Comienza a pasar una pierna sobre la cerca. Corro.

PiuchénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora