Jadeo. Entierro mis uñas en su espalda, él besa mi cuello. Sus estocadas rítmicas se acompañan de besos en el cuello. Cierro los ojos, disfrutando de sus movimientos, del placer que comienza a asentarse en la parte baja de mi abdomen.
Mientras una de sus manos juega con mi pecho, la otra baja por mi cintura hasta mi muslo. Enrolla mi pierna en sus caderas para hacer sus movimientos más profundos. Arqueo la espalda, un escalofrío me recorre la columna.
Además de nuestras respiraciones y el choque de nuestros cuerpos, se logran escuchar los truenos. La lluvia no ha amainado, y no parece que se vaya a ir pronto. Sus dedos acarician mi cintura, y aquello gatilla una cascada de recuerdos en mi cabeza.
La laguna, la lluvia, su piel fría, sus ojos de hielo, Nikolaj...
Imagino sus manos frías tocándome, sintiendo su pecho de hielo contra el mío, sus labios pálidos... ¿Cómo se sentirá besarlo? Imagino mis manos acariciando su esculpido torso, su espalda tonificada. Y me doy cuenta de lo mucho que deseo sentir aquel frío contra mi cuerpo. De lo mucho que deseo ver sus ojos de hielo. Incluso si el hielo es reemplazado por aquel brillo escarlata de ayer.
Abro los ojos.
Héctor suelta un gemido y acelera el ritmo. No soy capaz de moverme. No soy capaz de reaccionar. Hace unos instantes estaba imaginando a Nikolaj y me gustó. Y ahora que veo a Héctor, no puedo evitar sentirme algo decepcionada.
Héctor da una última embestida y suelta un gemido, indicando que ha llegado al orgasmo.
¿Pero qué cojones me pasa? ¿Cómo puedo estar pensando en otro chico mientras estoy acostándome con mi novio?
Respiro agitada debido a la conmoción que aquellos pensamientos me han dado. Héctor se acuesta junto a mí. Estamos en su habitación, hemos venido aquí después de clases. Queríamos un tiempo a solas. Y no bien llegamos aquí, me lancé a sus brazos. Un intento fallido de sentir aquella chispa que Melisa decía no teníamos. Él fue el primer chico en hacerme sentir así, pensé que aquella sensación no se iba, por eso, cuando ayer noté que no me sentía así, quise intentar reavivar aquel fuego en mi interior.
Claramente, no funciono.
—¿Estás bien? —pregunta Héctor, con voz entrecortada. Trago saliva y volteo a mirarlo.
—Si —miento, y esbozo una falsa sonrisa. Él frunce el ceño.
—¿Segura? Te vez... no lo sé, algo desanimada —dice preocupado.
Dios, lo que menos quiero es hacerlo sentir mal. Porque el problema no es él, sino yo.
—Estoy algo somnolienta, anoche no dormí muy bien —replico. Después de todo, no es una mentira.
Anoche, después de aquel extraño encuentro con Nikolaj, me pasé toda la noche en mi computador buscando sobre leyendas mapuches. Mi búsqueda no había dado muchos resultados, más que una cosa: él no era un Piuchén. Estaba noventa por ciento segura de ello.
Eso era en parte bueno, y en parte malo. Bueno porque descartaba que era un monstruo chupa sangre que no era en realidad humano. Malo, porque eso no significaba que fuera realmente humano. Y porque entonces quedaba toda una gama de posibilidades sobre lo que era.
En cierto sentido, había retrocedido. Descarté una cosa, la que me parecía más probable, pero ahora tenía miles de otras cosas que descartar. Por lo que mi noche se basó en buscar que otros seres mitológicos cuadraban con su descripción, lo que me mantuvo despierta hasta las cinco de la mañana. Y hubiera seguido, de no ser porque Isabel me pillo despierta. Aparentemente, tuvo una pesadilla y, al ir por un vaso de agua, encontró la luz de mi cuarto encendida y fue a ver.
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Piuchén
VampireMis padres siempre me dijeron "no te adentres mucho en el bosque". Sabía de los animales salvajes que rondaban por allí, de lo fácil que sería perderse y no encontrar el camino de vuelta. No era novedad ver como campistas se perdían en ellos. No sé...