43. Ñamün

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Nos detenemos a orillas del bosque. Ha vuelto a llover, y no sé por qué, pero tengo miedo de volver adentro, de volver a la realidad. La burbuja que ambos creamos era cómoda y cálida, quería aferrarme a ella lo máximo posible. Pero eso era imposible.

Nikolaj acuna mi rostro entre sus manos, miro sus hermosos ojos. No quiero que se vaya, quiero quedarme junto a él, para siempre.

—¿Cuándo volverás? —pregunto, con voz monótona. Acaricia mis pómulos con sus pulgares.

—En un par de días —afirma—. Te prometo que volveré, Sofie. Mientras, mantente alejada del bosque, no me busques. Necesito solucionar los asuntos pendientes con Jochem, para que puedas estar a salvo.

Suspiro profundo. No me gustaba la idea de no verlo, pero supongo que él sabe que es lo mejor cuando de su hermano se trata.

Se inclina, cierro mis ojos y posa sus labios sobre los míos. Entreabre la boca, capturando mi labio inferior. Su beso, a pesar de agradable, me sabe amargo, porque no sé por cuanto tiempo no volveré a besarlo.

Se separa de mí, sonriendo. Deposita un tierno beso en mi frente. Salimos del bosque, me ayuda a pasar sobre la reja. Me aferro a su mano el máximo tiempo posible. Inspiro hondo, no estoy lista para dejarlo ir, pero no tengo más remedio. Me coloco de puntillas, besándolo por última vez en a saber cuánto tiempo.

—Nos vemos, Sofie —susurra con aquella voz aterciopelada.

Suelta mi mano y desaparece dentro del bosque. Las ramas aun agitándose por su paso sobrenatural.

—Nos vemos —musito.

Volver a casa se sentía mal, se sentía como despedirse para siempre. Ayudé a Aukan e Isabel a limpiar el resto del desastre. Cuando llegaron mis padres, tuvimos que inventar la excusa de que Sammy había entrado con un ratón a casa y que entre el jaleo habíamos dejado un pequeño desastre y yo me había caído. Era algo bastante plausible, considerando que tanto yo como mi hermana tenemos fobia a los roedores. Me parecen adorables, siempre y cuando se mantengan lejos.

Sin embargo, cuando la noche acaeció, no pude evitar sentirme vacía. Y sabía que esa no sería la peor noche, ni de cerca.

El primer día fue el más difícil. La ansiedad me podía. Cuando estaba en casa, miraba cada cinco segundos la ventana, en dirección al bosque. Soñando con que él apareciera. Pero no ocurrió.

Aukan me sometió a un exhaustivo interrogatorio, que me recordó a los que yo solía hacerle a Nikolaj. Nos dedicamos toda la tarde en colocar ajo y orégano en las puertas y ventanas, en frascos escondidos por toda la casa. Aukan nos trajo una rama de laurel grande, cuyas hojas utilizamos para hacer una infusión. También trajo un pequeño canelo que plantamos en el jardín.

Estaba tan molida al anochecer, que no pude torturarme mirando por la ventana de mi cuarto hacia el bosque. Por la noche, Isabel tuvo una pesadilla, pero nada comparada a las anteriores.

Al día siguiente, mi ansiedad había disminuido un poco, aunque seguía sintiéndome mal por no ver a Nikolaj. Aukan se quedó con nosotras hasta la noche, seguía en alerta después de lo ocurrido con Jochem.

Antes de dormir, volví a revisar por mi ventana, por si algún rubio misterioso se asomaba. Sabía que él había dicho que no volvería hasta dentro de unos días, pero no podía evitar tener esperanza de que apareciera.

El tercer día fue el más llevadero, simplemente porque asumía que llegaría mañana. Nikolaj había prometido que un par de días, nada más. Estaba más animosa, hasta me sentía contenta.

Pero cuando la tarde del cuarto día llegó, y Nikolaj no mostraba señales de vida, aquel optimismo se fue por el desagüe.

Algo había pasado, algo había salido mal en su plan, fuese cual fuese. ¿Acaso me había engañado para que pudiese irse sin más? ¿O Jochem había decidido terminar con su vida?

Las dudas me asaltaban, me impedían dormir en paz. Aukan e Isabel trataban de distraerme, y la verdad es que si no hubiese sido por ellos, creo que me hubiese sumido en una depresión.

Tenía miedo. Miedo de que hubiese muerto, que me hubiese dejado, que Jochem le hubiese hecho daño. Comencé a tener pesadillas, los roles se intercambiaron e Isabel tenía que quedarse conmigo para calmarme. En todas ellas, aparecía Jochem, con sus ojos rojos, sus colmillos afilados, desgarrando la piel de Nikolaj, o de Aukan, o Melisa, o Isabel.

Miraba el bosque con recelo, pensando que Jochem podía estar allí, acechando. En más de una ocasión me tenté de ir a buscar a Nikolaj, pero me contuve. Se lo había prometido, nada de meterme al bosque. Como él me había prometido que volvería.

Comencé a pasar las tardes en el jardín junto a Sammy, jugando con él, pero mirando siempre el bosque. Buscando una señal, buscando algo que me indicara que él seguía allí, que volvería.

Nikolaj no daba señales de nada. Y yo sentía como la ansiedad y el miedo de haberlo perdido para siempre me carcomían.

—Me gustaría que conocieses a Liane —comenta Melisa de pronto. La miro.

Me había sido difícil fingir en la escuela, sobre todo con ella, pero gracias a que estaba con sus propios líos amorosos, no me prestaba tanta atención. Ya casi habían pasado dos semanas desde que Nikolaj se fue sin dejar rastro, uno pensaría que había aprendido a manejar mi miedo, pero no. Cada día se volvía peor.

—Seguro —replico. Caminamos hacia la salida de la escuela. Aukan me espera junto a la recepción.

—¿Qué te parece en la fiesta del sábado? —pregunta. Asiento, sin realmente prestar atención.

—Seguro —digo, con falso entusiasmo.

Melisa sonríe.

Me despido de ella al llegar junto a Aukan. Mi careta de falso sinterés cae y vuelvo a ser la desdichada de siempre.

Observamos a los amigos de Héctor y este mismo pasar junto a nosotros, nos observan recelosos. No habían denunciado nada de nuestra pequeña pelea, pero ahora mantenían su distancia con nosotros. Mejor así, no tenía cabeza para además agregarle drama con mi exnovio.

Cuando Isabel llega, nos marchamos de inmediato en dirección a casa. Apenas llegamos, me cambio a una ropa más cómoda y salgo con Sammy. En ocasiones, mi hermana y Aukan intentaban detenerme, pero pronto se dieron cuenta de que no valía la pena.

El día expresaba perfectamente cómo me sentía. Completamente nublado, una brisa fría corriendo, y el completo silencio, que era ocasionalmente interrumpido por alguno que otro pájaro.

Lanzo la pelota, Sammy corre con sus pequeñas patitas a buscarla. La agarra con la boca y corre en vueltas por el jardín.

—Sammy —le llamo. Se detiene junto al laurel, que ahora era un árbol sagrado para mí e Isabel—. Sammy.

No se inmuta. Comienza a mordisquear la tela de la pelota y se recuesta en la hierba. Resoplo frustrada. Siempre lo mismo. No devuelve la pelota, le gusta morderle la tela externa. Ya ha desnudado tres pelotas de tenis. Lo peor, después no le interesa la pelota, sino la tela.

Me acerco a él y me agacho para quitarle la pelota. De pronto, una bandada de bandurrias surca el cielo. Las observo, son aves grandes, con un canto muy característico.

Sammy gruñe, lo miro. Se ha levantado y tiene la cola parada y los pelos del cuello erizados. Mira el bosque fijamente.

Le imito. No veo más que árboles, pero Sammy parece notar algo más porque comienza a ladrar. Luego, se detiene y comienza a olfatear algo. Frunzo el ceño, mirándolo sin entender.

Levanto la cabeza y lo veo. A varios metros de distancia, una figura moviéndose en mi dirección. No camina rápido, sino más bien lento. Tomo una gran bocanada de aire, sintiendo que por fin puedo respirar en paz. Sin embargo, junto con el alivio, llega la rabia. ¿Cómo pudo tenerme esperándolo tanto tiempo? ¿Qué acaso no pensó en la angustia que ello me causaría?

Nikolaj se aproxima a la orilla del bosque. Camino dando grandes zancadas, molesta.

—Nikolaj —le llamo, cuando creo que estoy a una distancia prudente para que me escuche—. ¿Dónde...?

Mis palabras se pierden en el viento cuando noto la sangre en la ropa de Nikolaj. Camina dando trompicones, chocando con los árboles.

Inmediatamente corro y paso la reja, acercándome a él, que ha alcanzado la orilla del bosque.

Sofie —susurra, antes de colapsar y caer.

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