39. Perimontun

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Estaba preocupada. Algo le ocurría a Isabel. No eran solo las pesadillas ya, era su estado anímico, su aspecto. Siempre fue muy vanidosa, pero había comenzado a llevar el cabello recogido en una cola de cabello, apenas peinándoselo. Sus uñas, que siempre llevaba pintadas con un color oscuro y extravagante, estaban descascaradas. Su piel tenía más granos que los de costumbre, y con suerte se maquillaba. En cuanto a su actitud, estaba saltona, algo asustadiza. Estoy seriamente planteándome hablar con nuestros padres, pero mamá está haciendo un trato con un extranjero, Siegfried Bachmann, que estaba interesado en el lapislázuli.

Aukan detiene el coche. Isabel abre la puerta para bajar y yo hago lo mismo, pero Aukan me coge del brazo.

—¿Podemos hablar? —pregunta.

Lo miro, volteo a ver a Isabel, que frunce el ceño, pero se baja sin más. Cierro la puerta y lo enfrento. Sé que se avecinaba un sermón. Habían pasado unos días desde mi confesión y, por supuesto, ahora que lo había analizado, estaba listo para dar su veredicto, intentar averiguar más, hacerme cambiar de opinión.

—¿Vas a decirme en qué estás metida? —pregunta con tono hosco. Suspiro.

—Aukan, no quiero tu discurso. Tengo una prueba de alemán mañana, ¿no podemos conversarlo otro día?

—No hasta que me digas en qué clase de problemas estás metida —replica serio. Resoplo exasperada.

—¡No estoy en problemas! ¿De acuerdo? Simplemente... es un secreto, y no es mío para revelar —explico. Me falto añadir que aquel secreto conlleva gran riesgo, pero Aukan no tiene por qué saber eso. No tiene que saber más de lo que ya sabe.

—Sofi, yo puedo ayudarte. Sea lo que sea, te ayudaré. —Coge mi mano, me observa con preocupación. Niego con la cabeza y sonrío.

—Eres muy tierno, en serio. Pero no me pasa nada —susurro.

Aukan toma una bocanada de aire y suelta mi mano. Él sabe, lo sabe perfectamente. Sabe que algo oculto. Me gustaría poder hacerlo entender que no tiene de que preocuparse. Que estaré bien, que es peligroso si lo llega a saber.

Pero si le dijera que es peligroso para él, me diría que también lo es para mí. Y entonces, sería capaz de contarle a mis padres o incluso vigilarme todos los días, con tal de protegerme. Lo entiendo, no lo juzgo. Si se tratara de él en mi situación, haría exactamente lo mismo.

Aukan respira hondo y asiente.

—De acuerdo —afirma, voltea a mirarme—, solo puedes decirme lo que ya sé.

—Sí.

—Y estas...

—A salvo —completo yo. Vuelve a asentir.

—Confiaré en ti, Sofi. No se lo diré a nadie. Pero advertirte dos cosas —dice con voz profunda. Frunzo el ceño.

—¿Cuáles?

—Primero, como llegue a ver que te han tocado un pelo, soy capaz de hacer una granada casera y dañar al que sea que te haya hecho algo.

Sería un comentario divertido si no fuera por su mirada amenazante y el tono serio de su voz.

—¿Y segundo? —pregunto, sin inmutarme. Aprieta sus manos alrededor del volante.

—Que confíe en ti no significa que no vaya a intentar averiguar lo que pasa.

—¿Vas a seguirme, vigilarme? —pregunto molesta. Él niega con la cabeza.

—No soy un acosador, Sofi. Pero soy una de las personas que más te conoce. Todo lo que hagas, será una pista para mí —explica. Sonrío con amargura, fingiendo que aquello no me importa en lo más mínimo.

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