27. Pire

110 20 18
                                    

Subo la cremallera de mi impermeable. Me arreglo la bufanda alrededor de mi cuello. Me coloco las botas de agua. Abro la puerta. Suspiro, el vapor se deja ver en el aire. Los copos de nieve caen en la capa que se ha formado durante la tarde.

Aquel silencio mágico que se forma cuando nieva, era interrumpido por el latido de mi corazón, que sentía en mis oídos. Sentía que se me iba a salir del pecho.

Su piel no parecía tener mucho más color que el blanco de la nieve que caía, sus ojos parecían hielo derretido, y cuando me tendió la mano, pude comprobar que tenía casi la misma temperatura que esta, por lo que los copos no se derretían cuando se posaban sobre su piel.

—Un suéter —señalo, al ver que se ha abrigado un poco, aunque se nota que la tela es fina.

Nikolaj ríe por lo bajo.

—¿Ahora te preguntarás el por qué me abrigo? —pregunta bromeando. Me encojo de hombros.

—Me había acostumbrado a tu falta de sensación térmica —replico. Menea la cabeza, sonriendo.

—Tú nunca dejas de sorprenderme —afirma, con tono misterioso.

El paisaje blanco hacia que todo se viese más luminoso. Al adentrarnos en el bosque, se podía sentir como la nieve que se acumulaba en las copas de los árboles hacía ceder las ramas y caían grandes cantidades al suelo de manera repentina, asustándome.

Nikolaj no soltaba mi mano, me guiaba por aquel oscuro y serpenteante camino en dirección a la cascada. A pesar de su baja temperatura, no podía evitar sonrojarme ante su cercanía. Era como si durante los últimos días, aquella barrera implícita entre nosotros, que nos mantenía separados, se hubiese roto.

Observo su piel, fijándome en su cuello, en sus ojos. Buscando señales, descartando teorías. Nada podía detener mi curiosidad. Él no era humano, estaba más que claro. Pero, ¿Qué era entonces?

A pesar de todo, la teoría que más cobraba fuerzas, para mí, era la del piuchén, y aun así, no calzaba del todo. Primero porque no parecía una serpiente voladora. Y segundo, porque según la leyenda, los días de calor y las noches, se ocultaba en los árboles. Nikolaj podía ocultarse los días de sol, aunque no eran precisamente calurosos, pero definitivamente estaba despierto por las noches.

La cascada apareció ante nosotros con toda aquella majestuosidad. Parecía un hermoso cristal, brillante. El agua estaba congelada, y se veían estalactitas arriba, donde antes caía el agua. La laguna estaba congelada en su totalidad. Nikolaj lo había predicho (o tal vez lo sabía, quien sabe qué clase de poderes tiene), por lo que habíamos acordado venir a patinar aquí durante la madrugada.

Era completamente arriesgado adentrarse en el bosque con un desconocido, pero por alguna razón inexplicable confiaba en Nikolaj, al menos en este sentido. En lo que respecta a sus respuestas vagas, no tanto.

—¿Estás seguro de que resistirá? —pregunto, ligeramente asustada. Nikolaj suelta una carcajada.

—¿No confías en mí? —pregunta, volteando a mirarme. Arqueo una ceja.

—Prefiero no responder —replico. Levanta las cejas.

—Auch. Y yo que pensaba que éramos amigos —dice, fingiendo que lo he herido. Suelto su mano y me cruzo de brazos.

—Los amigos se cuentan cosas de su vida. Como donde viven, cuantos años tienen...

Su expresión cambia y se hace más seria.

—Y no se guardan secretos el uno al otro —continúo.

Entrecierra los ojos, un brillo peculiar se deja ver en sus ojos. Se acerca a mí, y se inclina hacia mí, su rostro tan cerca del mío, que me estremezco.

PiuchénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora